Ricardo Senabre. El elogio de los creadores
Hoy los escritores Luis Landero, José María Merino, Álvaro Valverde, Lorenzo Silva, Fernando Aramburu y Carlos Marzal elogian a este crítico "secero, insobornable y perspicaz"
20 febrero, 2015 00:00Sabio y estricto
Por Luis LanderoSólo he conocido a Ricardo Senabre por sus críticas en el Cultural y por el testimonio, siempre apasionado, nunca indiferente, de muchos de sus alumnos de la universidad de Extremadura o de Salamanca. Fue un profesor que creó escuela, y también como crítico tuvo una fuerte personalidad y un estilo muy bien definido. Creo que tampoco sus reseñas dejaban indiferente a nadie. Era muy puntilloso, demasiado a veces, y en más de una ocasión nos exasperaba con sus minucias de profesor severo y un poco cascarrabias, pero también era generoso con los jóvenes, y aún en sus críticas más ácidas siempre tenía algo bueno que decir. Fue un crítico sincero, independiente, que no transigió con intereses o amiguismos, y por eso muchos respetábamos sus palabras aunque a veces no compartiésemos sus arbitrajes literarios. Su coherencia y su honestidad fueron proverbiales. Sabio y estricto, de un acendrado gusto clásico, en cada pieza crítica quedó siempre la estela de su incansable pasión por la literatura. A eso dedicó su vida, y en verdad que dejó lo mejor de sí mismo en ese noble empeño.
Una voz rigurosa y perspicaz
José María MerinoRicardo Senabre pertenecía a esa promoción de críticos españoles que empezó a traer a los medios de comunicación la voz de los estudiosos y no la de los simples aficionados a la lectura, por muy formados que estos estuviesen, lo que a mi entender fue beneficioso para la crítica literaria en los periódicos. No cabe duda de que Senabre entraba en los libros con un sólido bagaje de conocimientos, tanto de la narrativa literaria como filológicos, como es también indudable que se leía los libros a fondo, sin prejuzgar la edad, el sexo o la posible carrera de quienes los hubiesen escrito. No era muy dado a entusiasmarse con los libros que criticaba, porque tal vez esa calculada lejanía es lo aconsejable cuando se ejerce la crítica con independencia, como él lo hacía. Solía además concluir el texto de sus críticas con un remate de advertencias formales, que en muchas ocasiones mostraban sorprendentes despistes o carencias en los responsables de la autoría. Creo que su voz crítica fue referencia necesaria en nuestro panorama literario por su objetividad, rigor y perspicacia. Una voz que echaremos de menos.
Un hombre con criterio
Álvaro ValverdeRecuerda uno bien la llegada a Cáceres de don Ricardo Senabre. Se hizo notar. Pronto, junto a Juan Manuel Rozas (la poesía y la prosa), desde el decanato de Filosofía y Letras, se alió con quienes, a favor de los nuevos aires democráticos, querían la redención cultural de esta Extremadura irredenta. Ya era hora. Y ahí estuvo, en primera línea. Aportó sensatez y prestigio a la empresa. Desde la cátedra y en la calle, presidiendo jurados literarios o animando vocaciones desde la prensa o los congresos de escritores. Uno no llegó a asistir a sus clases, pero tuvo ocasión de tratarlo y de aprovechar su magisterio, pues su inclinación didáctica siempre estuvo presente, dentro o fuera de la universidad. Al riguroso filólogo le acompañó, con la debida naturalidad, el crítico incisivo. El de las "senabrinas", como recordaba Gonzalo Hidalgo; el "severo", como decía aquí mismo Fernando Aramburu. Sus reseñas brillaban por lo bien escritas que estaban, un asunto nada baladí, y por la independencia de su juicio, otra rareza. Era un hombre con criterio. Aunaba la sabiduría del experto con la intuición del lector, que es lo que ante todo era. Siempre entendí que su meticulosidad, la precisión de su lenguaje y el amor por los detalles eran puro reflejo del ejercicio de la crítica responsable que él defendía.
Insobornable y de fiar
Lorenzo SilvaHubo algo que nadie supo hacer como Ricardo Senabre: permanecer al acecho del nuevo talento, para señalarlo en cuanto aparecía, asumiendo el riesgo que ello comportaba; función esta del crítico que según Raymond Chandler es la primera y genuina (en lugar de limitarse a ensalzar a quien ya se ha vuelto respetable). Muchos de los que escribimos en nuestro país le debemos gratitud inextinguible porque él fue el primero que saludó con atenta generosidad nuestros inicios editoriales. Nadie suele jugársela así, y menos por alguien a quien no se conoce y al que no hay ganancia alguna en aventurarle un halagüeño porvenir. Sin embargo, eso era algo que él hacía todo el tiempo, con los escritores más variopintos, mostrando una apertura de juicio poco frecuente en el gremio de los criticadores de libros.
Y es que Senabre siempre fue venturosa y saludablemente por libre: nunca sus reparos eran gratuitos, y jamás a un elogio suyo cabía buscarle los tres pies de una posible devolución de favor. A algunos les irritaba que levantara acta de erratas, anglicismos o cualquier clase de lunar en el texto. A mí me parecía que con ello cumplía con su deber, y le agradezco esa vigilancia. Era insobornable y de fiar. Le echaremos de menos.
Se le notaba la cátedra
Fernando AramburuCon pocos críticos me ha ocurrido lo que me ocurría con Ricardo Senabre. Cada semana buscaba de propósito sus reseñas y las leía como cosa más interesante que el libro juzgado. Con frecuencia empezaba la lectura por el final, donde él acostumbraba consignar los errores lingüísticos, los defectos de construcción, las contradicciones o los gazapos de la novela en cuestión. Esta peculiaridad suya era instructiva. Lo cual no quita para reconocer que a veces se propasaba. Un libro abundante en errores era para él tanto un libro mal escrito como un libro mal editado. ¿Es que en esta o aquella editorial no hay un control de calidad? Otro detalle me inducía a la lectura gustosa de sus reseñas. Ricardo Senabre redactaba bien, con propiedad, con prosa tranquila y clara, con densidad de pensamiento. No era un mero tasador de literatura. Razonaba. Severo, pero sin mala fe. Y, sí, en ocasiones, el texto le salía adusto, profesoral. A cambio, jamás incurría en trivialidades del tipo: háganse un regalo, lean este libro. Elogiaba lo justo y aun puede que fuera un poco rácano a la hora de repartir parabienes. En esto también se le notaba la cátedra. No era lo que pudiéramos llamar un entusiasmador. La literatura debía de ser un asunto por demás serio para él. Lo voy a echar de menos. Mis libros están ahí, apretados en la balda como una fila de huérfanos.
Jamás resultó previsible
Carlos MarzalEn España resulta frecuente considerar crítico literario a cualquiera que haya escrito una reseña en algún suplemento, que es algo parecido al hecho de considerar futbolista profesional a cualquiera que le haya pegado una patada a una lata de cocacola con la que se cruce en la calle. Ricardo Senabre fue un crítico literario de verdad: y además escribía reseñas en los suplementos. Es decir, era un filólogo de altura, un editor brillante, un profesor admirado, y un lector de excepción que trataba de jerarquizar entre las novedades narrativas. Yo lo leía siempre, porque nunca sabía lo que iba a leer: jamás resultó previsible. Su contundencia sólo era comparable a su independencia absoluta, llevada a menudo hasta la manía. En cierta ocasión, me dijo que renunciaba a escribir acerca de uno de sus autores españoles favoritos, porque él mismo lo había invitado a dar una conferencia en la Universidad de Salamanca, y el hecho de que se pudiera interpretar, desde entonces, que eran amigos le impedía seguir opinando sobre su trabajo. Según ese criterio -le dije- no podría imprimirse en el mundo el noventa y nueve por ciento de lo que se imprime, en cualquier ámbito. Ricardo Senabre cumplió con su palabra y no volvió a escribir reseñas sobre ese novelista, para mi perpleja admiración.
Todos deseábamos un elogio suyo, porque sabíamos que provenía de la máxima exigencia artística. Era sólo, sí, una opinión; pero algunas opiniones significan bastante más que el simple acto de opinar. Con su inteligencia y puntillismo, Ricardo Senabre hacía que las reseñas de periódico fuesen crítica literaria.