Antony Beevor: "Las Ardenas llevó el horror de Stalingrado al frente occidental"
El historiador inglés presenta Ardenas, 1944. La última apuesta de Hitler (Crítica)
16 junio, 2015 02:00La II Guerra Mundial desplegó un botín de épicas batallas cinceladas con letras de oro en los libros de historia y de rojo en los campos de Europa regados con sangre. La historiografía moderna se ha aplicado tanto al relato de los indudables momentos de épica, con las desmitologizaciones pertinentes, como a la exposición de una violencia salvaje inusitada en la que participaron los dos bandos. El historiador inglés Antony Beevor (Londres, 1946) que ha narrado en exitosas obras anteriores las batallas de Creta, Stalingradro o Berlín, se ocupa en su más reciente libro -Las Ardenas, 1944 (Crítica, 2015) de aquel último desesperado y violentísimo zarpazo de Hitler en el que se implicaron más de millón y medio de soldados de los dos bandos y que conmocionó a los aliados pese a estar predestinado a fracasar.
-Ha narrado usted en sus libros las principales batallas de la Segunda Guerra Mundial. ¿La de Las Ardenas era la última gran batalla que le faltaba?
-No, lo cierto es que aún me queda una. La operación Market Garden de septiembre de 1944 en Países Bajos, la mayor operación aerotransportada aliada de la guerra, y su mayor fracaso, que involucró a más de 100.000 hombres. Sobre ella tratará mi próximo libro, ya en proceso de investigación.
-¿Y por qué las Ardenas se impuso como tema de este nuevo libro?
-Porque la batalla de las Ardenas fue el equivalente a Stalingrado en el frente occidental. Me impresionó el salvajismo de la lucha, las durísimas condiciones del invierno. Fue, de hecho, el momento el que el horror del frente oriental llegó al fin al frente occidental.
-La contraofensiva de Hitler en las Ardenas, ¿tenía sentido o era, más bien, una locura desesperada?
-Fue más bien una locura desesperada. Incluso si hubiesen logrado llegar a Amberes, el objetivo de la apuesta, lo que era muy difícil de imaginar, no habrían logrado mantener abierto el pasillo militar de ninguna manera.
-Pero entonces, ¿la ofensiva alemana nunca pudo triunfar? ¿No puedo suponer un punto de inflexión en los últimos meses de la guerra?
-No, las tornas ya no podían darse la vuelta. El ejército rojo avanzaba imparable desde el este y Alemania iba a ser irremediablemente aplastada. De manera que cuando Hitler decide enviar estos dos ejércitos panzer al oeste, los dirige directamente a la derrota. La única manera de que la ofensiva hubiera sido un éxito, por la que en realidad apostaban los nazis, pasaba porque los americanos quedaran tan sorprendidos que colapsaran. Pero resultaba muy improbable.
-¿Hasta qué punto sorprendió entonces a los aliados el ataque en las Ardenas?
-Fueron completamente sorprendidos, cogidos de imprevisto. No se imaginaban que los alemanes tuvieran a esas alturas la capacidad de reunir una fuerza tan tremenda y en secreto. El general Bradley, en la mañana del 17 de diciembre de 1944, cuando contempló horrorizado el mapa de situación, exclamó: "¡De dónde cojones ha sacado ese hijo de puta todas esas unidades!".
-En los procesos preparatorios para la escritura del libro, ¿qué descubrimiento le ha sorprendido más?
-Yo contaba con que me adentraba en una batalla salvaje pero no imaginaba hasta qué punto. Como muestran las ejecuciones de prisioneros o la terrible matanza por parte de los alemanes de los civiles belgas. La crudeza de las masacres me sobrecogió.
-Uno de los capítulos más interesantes del libro narra la historia del peculiar comando de soldados alemanes que actuó con uniformes y vehículos norteamericanos. ¿Cómo llegó hasta esta historia?
-La historia del comando Skorzeny era conocida pero algunos de los detalles que cuento no se habían descrito antes. Básicamente la operación fue un fracaso pero causó un efecto tremendo en los norteamericanos, que sobrerreaccionaron a la amenaza, lo que provocó el caos en sus filas obligando, por ejemplo, al general Eisenhower a permanecer escondido en su propio cuartel general protegido por un cuerpo de contraespionaje obsesionado con la idea de que había un gran grupo de alemanes con uniformes americanos con la intención de secuestrarlo. Pero esa no era la intención alemana, sólo un rumor que enloqueció a los aliados.
-La concentración de fuerzas alemanas en las Ardenas, ¿abrió una ventana de oportunidad para los soviéticos que atacaban Alemania desde el frente oriental?
-Sí, sin duda. El jefe del estado mayor Guderian, jefe del frente oriental, se quedó totalmente horrorizado cuando Hitler anunció su decisión. Sabía que, en el momento en el que todo se congelase, Stalin lanzaría los tanques rusos en su gran ofensiva de invierno desde el río Vístula contra Prusia Oriental y contra la propia alemania. Los historiadores rusos intentaron fingir que su ataque salvó a los soldados aliados en Occidente pero esto no es cierto en absoluto porque, el día después de Navidad los americanos ya habían logrado parar el avance alemán y empezaban a remontar. Stalin no atacaría hasta el 12 de enero y se guió sólo por las indicaciones de su metereólogo que le advirtió contra una mejor temperatura que podría derretir el hielo. Y él necesitaba ese suelo endurecido por el hielo para sus cuatro ejércitos de tanques para atravesar los ríos.
-¿Cuáles son sus protagonistas preferidos del tablero de juego de las Ardenas?
-Pues obviamente el, en cierto sentido, brillante Patton, que fue capaz de maniobrar con maña para que su ejército contratacara desde el sur en sólo tres o cuatro días. Aunque posteriormente su impaciencia le llevó a manejar bastante mal las evoluciones de la batalla por lo que sufrió muchas pérdidas. También me interesa el inglés Montgomery, comandante aliado del Norte, con sus indudables problemas psicológicos, que sin embargo manejó mejor la batalla que Patton pero enfureció tremendamente a los americanos, lo que hizo que Gran Bretaña perdiera toda su influencia en los consejos aliados. En el lado alemán, el comandante con más talento fue indudablemente Von Rundest, un pequeño y duro hombre de la caballería que sabía perfectamente que no podía desobedecer las órdenes de Hitler y estaba así atrapado en un plan demencial.