Juan Manuel de Prada: "Santa Teresa fue una caballera andante a lo divino"
El escritor novela en El castillo de diamante la enemistad entre la mística y la princesa de Éboli, dos de las mujeres más importantes de la historia de España
22 septiembre, 2015 02:00Juan Manuel de Prada junto al balcón del palacio ducal de Pastrana desde el que se asomaba la princesa de Éboli durante su cautiverio. Foto: Asís G. Ayerbe.
Juan Manuel de Prada acaba de publicar El castillo de diamante (Espasa), donde novela el gran enfrentamiento que mantuvieron durante años dos de las mujeres más importantes en la historia de España: santa Teresa de Jesús, de cuyo nacimiento aún celebramos el quinto centenario, y Ana de Mendoza, Princesa de Éboli. "Creo que fueron dos almas gemelas, dos mujeres inconformistas que se rebelaron contra el papel pasivo que se les había asignado, pero siguieron caminos distintos. Teresa triunfó frente a todas las adversidades, mientras que Ana fracasó y se convirtió en una desgraciada", explicó el escritor a la prensa el lunes durante una visita a Pastrana, el pueblo de Guadalajara donde transcurre parte de la novela.La princesa de Éboli, marcada físicamente por el emblemático parche en el ojo (hay múltiples conjeturas sobre el accidente que la dejó tuerta, e incluso puede que lo llevara por coquetería), era una mujer con mucho poder político, pero tenía una sed espiritual que nunca pudo saciar. "El ansia de poder es un sucedáneo pervertido del impulso religioso", opina el escritor. "Muestra de ello son las ideologías, que hoy son religiones secularizadas".
En realidad, la princesa de Éboli (1540-1592) admiraba a Teresa (1515-1582), pero no supo conectar con ella. "Nada le habría gustado más que ser su amiga y confidente y penetrar en las moradas más íntimas de su alma, ese castillo de diamante donde anidaba Dios", cuenta De Prada al comienzo del libro. "Pero todos sus esfuerzos por lograr penetrar en su alma habían sido baldíos. Y no porque Teresa le vedase o dificultase la entrada, sino más bien porque Ana nunca había podido hallarla". Su admiración se convirtió en envidia y, tras muchos encontronazos, llegó al extremo de denunciarla ante la Inquisición por el contenido del Libro de la vida. Pero el Santo Oficio no consideró herético su contenido y desestimó las acusaciones de la aristócrata. El tribunal también desestimó las denuncias de la orden de los carmelitas calzados, que libró una furibunda batalla contra la reforma emprendida por Teresa y que dio origen a los carmelitas descalzos.
La relación entre Ana de Mendoza y Teresa de Jesús comenzó a torcerse cuando aquella y su marido, Ruy Gómez, consejero del rey Felipe II, ofrecieron a la monja que fundara un convento con su patrocinio en Pastrana (Guadalajara), villa que había comprado a la corona la abuela de Ana de Mendoza. Tras ser nombrados por el rey duques de Pastrana, comenzó una época de esplendor en la localidad gracias a su mecenazgo. "Querían convertir Pastrana en la nueva Florencia, pero primero tenían que ponerla a la altura de Toledo", explica el autor de la novela. Tras muchas reticencias, Teresa aceptó fundar allí un convento de monjas y, tras convencer a dos ascetas napolitanos que vivían en la ermita del pueblo de que ingresaran en su orden, consiguió que los duques patrocinaran también un convento de frailes.
Pronto comenzaron las disputas entre las dos protagonistas, ya que la princesa quiso imponer su voluntad en el convento desde que se puso la primera piedra. La fundadora de los carmelitas descalzos sólo aguantó aquel panorama tres meses antes de abandonar el pueblo. La situación se agravó años más tarde, cuando Ana de Mendoza enviudó e ingresó en el convento pero sin acatar sus normas. A juicio del escritor, lo que terminó de enemistar a Ana con Teresa ocurrió después de que aquella ordenara que de manera perenne hubiese una monja rezando por el alma de su marido ante su sepulcro, en la iglesia del convento. Pero un día descubrió que, aunque había una religiosa sentada frente a él, esta no rezaba. En realidad sí lo estaba haciendo, pero mentalmente, una nueva forma de oración que le costó a Santa Teresa muchos enfrentamientos con las jerarquías Teresa mandó buscar al resto de monjas, que abandonaron el convento y dejaron sola a la princesa de Éboli.
"Se han escrito infinidad de estudios sobre Santa Teresa, pero muy pocas novelas, y siempre con una perspectiva hagiográfica y estatuaria o bien intentando demostrar que era una mujer adelantada a su tiempo", asegura De Prada, "cuando en realidad era una mujer muy de su época, implicada en los problemas de su tiempo". Así la ha querido mostrar él en esta novela, donde recoge muchas de las dificultades que tuvo que arrostrar la santa en su empeño de reformar la religión católica sin abandonar la ortodoxia. Fue "una mujer con un carácter muy español, tozuda y que nunca rehuía un enfrentamiento".
No todas las lecturas de Santa Teresa fueron espirituales, también le encantaban las novelas de caballerías. El escritor opina que esto influyó en su personalidad, ya que era "una caballera andante de lo divino". Por eso en la novela hay guiños "a la literatura clásica española, la novela picaresca y la novela de caballería". Al mismo tiempo, aunque el libro narra hechos graves, hay una gran presencia del humor, con un toque esperpéntico. "Creo que es un ingrediente novedoso en una novela sobre Santa Teresa", apunta De Prada.
El castillo de diamante, cuyo título procede del comienzo de una de las obras más importantes de la santa, Las moradas, acaba antes de que la princesa de Éboli se introdujera en el mundo de las conspiraciones políticas, un nuevo rumbo que envenenó sus últimos años de vida. La culpa fue, al parecer, de su relación (no se sabe con certeza si llegó a ser amorosa) con Antonio Pérez, que había sido pupilo de su marido y ahora era el secretario del Rey, al que éste confiaba todos los secretos de Estado. La historiografía considera que fue él quien mandó asesinar, quizá con el beneplácito del rey, a Juan de Escobedo, secretario de don Juan de Austria. El hermanastro del rey era el héroe nacional que había conseguido la victoria en Lepanto y mantenía Flandes bajo control y Antonio Pérez hizo creer a Felipe II que pretendía conquistar Inglaterra por su cuenta, explica De Prada. Años después, el rey se arrepintió, rompió su confianza en Pérez e incluso trató de ajusticiarlo, pero éste escapó de España. Probablemente, considera De Prada, la Princesa de Éboli tuvo poco que ver en la muerte de Escobedo, pero el Rey la encarceló en su propio palacio ducal de Pastrana, a cuyo balcón enrejado se asomaba una hora al día hasta que le llegó la muerte en 1592. Tres años antes, una terrible tormenta de pedrisco asoló el pueblo y murieron 35 personas. La leyenda dice que fue un castigo divino por el injusto encierro de la princesa.
@FDQuijano