Crítica de 'La zona de interés', de Martin Amis
Cuando Elie Wiesel contactó con François Mauriac en la década de 1950 con un borrador de la autobiografía que se convertiría en La noche, Mauriac se mostró escéptico; no por la calidad del libro, sino por su necesidad. ¿Qué diantres podría aportar "este relato personal, que de hecho es posterior a tantos otros y describe una abominación que podríamos pensar que ya no tiene ningún secreto para nosotros" al ya vasto conjunto de la literatura sobre el Holocausto?, se preguntaba. Ahora leemos esa frase con una sonrisa irónica. Tras celebrar en 2014 el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz, el Holocausto, entre todas sus otras perversas distinciones, se ha convertido en el genocidio más documentado de la historia. Hay autobiografías tanto de supervivientes como de nazis de alta graduación; diarios de la vida bajo el dominio nazi; colecciones de cartas entre oficiales de las SS y sus familias; investigaciones específicas de los médicos nazis, los últimos meses de la guerra y la estructura de las SS; y multitud de biografías de figuras más o menos destacadas. Y esa lista comprende tan solo los libros que Martin Amis menciona en el epílogo de su nueva novela.
Una consecuencia no intencionada de esta superabundancia documental es que ahora resulta más difícil que nunca escribir una novela sobre el Holocausto. La ficción nace de las hipótesis -qué pasaría si...- pero cuando se sabe tanto, ¿qué queda ya? En general, las novelas de más éxito no se han centrado en los años de la guerra, sino en sus repercusiones: por ejemplo, Austerlitz, de W. G. Sebald, trata de un niño que fue trasladado a Inglaterra mediante el Kindertransport y que creció ignorando su verdadera historia familiar. Pero Amis se ha encomendado a sí mismo la tarea más difícil: una novela ambientada en Auschwitz, esa máquina de matar que se ha vuelto horripilantemente familiar (los traslados, las selecciones, las cámaras de gas).
En una carrera como escritor que ya comprende 14 novelas, Martin Amis nunca se ha puesto las cosas fáciles. Es un camaleón lingüístico que rehace su estilo y forma en cada libro. Pero la presión de hacer algo novedoso parece pesar sobre él de un modo severo al abordar el tema del Holocausto. En su primer acercamiento, La flecha del tiempo (1991), relataba la historia de la vida de un nazi, pero a la inversa, empezando por su muerte y siguiendo hacia atrás a lo largo de sus años en el exilio bajo una serie de identidades ocultas, culminando con Auschwitz. (La idea de este truco cronológico tiene su origen en Primo Levi, que dijo que el campo de concentración era "un mundo del revés" en el que los médicos eran asesinos y los crímenes se recompensaban). Ahora, en La zona de interés, prolonga una historia de amor entre un funcionario nazi de graduación intermedia y la esposa del comandante del campo de concentración, con un miembro del Sonderkommando -los prisioneros encargados de limpiar las cámaras de gas y deshacerse de los cadáveres- como espectador.
Sin embargo, tampoco la idea del amor en Auschwitz es nueva: el poeta y preso político Tadeusz Borowski escribió poemas de amor a su novia ambientados en el campo, y otros han explorado la red de sexo a cambio de favores que existía allí. Pero otro problema de esta novela es que Amis, siempre un investigador entregado -leyó "varios metros de libros" sobre la Unión Soviética antes de escribir Koba el Temible, su análisis no ficticio pero novelístico de los crímenes de Stalin-, no es capaz de trascender su documentación. La zona de interés es una novela sobre el Holocausto consciente de su momento, escrita para un público del siglo XXI que asentirá de manera cómplice a las alusiones a David Rousset, Paul Celan y Primo Levi. Pero no ofrece ninguna perspectiva nueva sobre los asuntos que esos escritores han analizado.
Hay tres tramas en el libro, cada una narrada por una voz diferente. Angelus (Golo) Thomsen se encarga de supervisar la construcción de Auschwitz III, un subcampo de trabajo también conocido como Buna o Monowitz-Buna, donde los prisioneros fabricaban caucho sintético para la empresa I. G. Farben. Thomsen parece molesto con el modo en que se trata a los judíos y, en un momento dado, se cuenta entre los "obstruktiv Mitlaufere", o compañeros de viaje poco cooperativos: "Seguíamos adelante... haciendo lo posible por arrastrar los pies y dejar marcas en las alfombras y rayar el parqué, pero seguíamos adelante". Pero sus pensamientos están ocupados, sobre todo, por su obsesión sexual con Hannah Doll, una mujer sensible atormentada por el trabajo de su marido. ¿Puede salirse con la suya y seducirla "aquí... donde todo estaba permitido"?
El marido de Hannah, Paul Doll, narra la segunda historia. A Amis nunca le ha dado miedo ser desagradable con el fin de defender un argumento, y su Doll -lejanamente basado en Rudolf Höss, según parece- resulta terriblemente convincente. Habla empleando una especie de galimatías grotesco, con un lenguaje salpicado al mismo tiempo de clichés y de las enrevesadas y eufemísticas construcciones que caracterizaban a la jerga nazi. (Se refiere a los prisioneros, en una traducción literal del alemán, como "piezas" y no como seres humanos). Por alguna razón, las pinceladas de vocabulario alemán acentúan su vulgaridad, especialmente en lo que respecta a Hannah. El lenguaje de Golo también está contaminado por la jerga degradada del campo, y es cuestionable la transformación que hace Amis de un verso del famoso poema de Celan "Fuga de la muerte", en el que un oficial nazi "juega con sus víboras" simbólicamente, al convertirlo en Doll "jugando con su víbora" (es decir, masturbándose).
Hay un problema de algo más que gusto en la elección por parte del narrador inglés del tercer narrador: Szmul, el jefe del Sonderkommando. Este grupo, cuyos miembros eran conocidos en el campo como "los cuervos del crematorio" se ha convertido en la personificación del culmen de la degradación. Se sabe poco de ellos, porque casi ninguno sobrevivió -los sustituían cada pocos meses y el grupo que llegaba se encargaba de deshacerse de sus predecesores- y, a excepción de Levi, muy pocos han escrito sobre ellos. En lugar de dibujar un retrato de la depravación, Amis describe a Szmul como alguien moralmente agotado, uno de "los hombres más tristes de la historia del mundo". Pero no queda claro qué función desempeña Szmul en la novela, aparte de demostrar que Amis, imaginativamente, se atreve a llegar a lugares por los que casi nadie más se aventuraría. Y aunque no hay ningún tema prohibido en la ficción, uno duda al ver algunas palabras puestas en boca de un personaje así, especialmente como lo hace Amis, con una parábola sentimental en la que se compara Auschwitz con un "espejo mágico" que "le muestra a uno su alma".
Amis es uno de los usuarios de la lengua más imaginativos que trabajen actualmente en inglés -es inevitable que sus frases crepiten- así como un escritor satírico de talento excepcional. Pero cuando se trata de los problemas más profundos de la patología nazi que dio lugar a la jerga que tan brillantemente parodia, no tiene demasiado que ofrecer. ¿De verdad fue Auschwitz un espejo del alma que reflejaba a la gente tal como realmente era? Puede que estas preguntas sean imposibles de responder.