Foto: ODiN (CC-BY)
Durante este mes de agosto, El Cultural adelanta por entregas, de lunes a jueves, cuatro cuentos de autores españoles que se publicarán este otoño. El 3 de octubre, Menoscuarto Ediciones lanzará la antología de microrrelatos Yo también soy Sherezade, de José de la Colina (ed. Fernando Valls). A continuación reproducimos algunos de ellos.
- Segunda parte
La ley de la herencia
D
URANTE más de diez años habíamos vivido sin problemas en este edificio habitado por empleados gubernamentales o profesores de escuela como yo hasta que un día en el terreno baldío que se ve desde la ventana de nuestro cuarto piso apareció una vieja y esquelética mendiga despiojándose al sol y como nos dio lástima le llevábamos por las noches mi mujer o yo las sobras de nuestra comida a aquel lugar de muebles despanzurrados y maquinarias paralíticas y latas herrumbrosas y ratas furtivas y la mendiga se arrojaba al plato de cartón apenas lo poníamos en el suelo y devoraba el contenido lanzando temerosas miradas a un lado y a otro como si alguien fuese a robarla pero al poco tiempo ya no se resignaba a esperarnos y poco después de caer la noche la oíamos subir la escalera con sus pies pesados y tocaba a nuestra puerta y gemía larga y rítmicamente si tardábamos en abrir y en presentarle lo que sin duda ya consideraba un obligado tributo y así una noche tras otra y a veces nos hundíamos en la habitación más retirada conteniendo el aliento y mi mujer apretándose temblorosa contra mi pecho mientras la mendiga permanecía allá junto a la puerta del departamento lloriqueando sin pausa y mecánicamente de modo que como temíamos el escándalo de los vecinos terminábamos saliendo y dándole la pitanza bajando los ojos ante los suyos resentidos o irónicos y ella se alejaba envolviendo el plato en su raída y remendada y sucia capa bajo cuyo peso se inclinaba y así inexorablemente por no sabemos cuánto tiempo hasta que los vecinos que ya se quejaban mucho ante nosotros hicieron que la policía se llevara a la mendiga y con algún remordimiento nos sentimos exentos de aquella servidumbre sin prever que una semana después se presentaría un hombre con aspecto de pulcro burócrata que decía venir de cierta sociedad y nos entregó una caja con unos sucios andrajos que fácilmente reconocimos sobre todo por la remendada caja y nos hizo firmar un recibo informándonos de que éramos depositarios de esos bienes y no lo entendimos del todo sino hasta unos días después cuando mi mujer se asomó a la ventana y lanzó un grito y empezó a llorar y yo me asomé y allí en el terreno baldío había otra mendiga tal vez menos vieja y menos flaca enteramente desnuda y rascándose las costras y mirando hacia nuestra ventana y entonces comprendimos que había que bajar llevando mi mujer el plato de sobras y yo la caja con los andrajos y que no serviría de nada cambiarse de casa ni de colonia ni de ciudad ni tal vez de país.
Teseo
Días y noches y años dando vueltas con la espada oxidándosele en la mano buscó al monstruo en el Laberinto y murió de hambre y fatiga sin saber que allí no había más monstruo que el mismo Laberinto.
Orfeo llora a Eurídice
Habiendo perdido a Eurídice, la lloró largo tiempo, y su llanto fue volviéndose canciones que encantaban a todos los ciudadanos, quienes le daban monedas y le pedían encores. Luego fue a buscar a Eurídice al infierno, y allí cantó sus llantos y Plutón escuchó con placer y le dijo:
-Te devuelvo a tu esposa, pero sólo podrán los dos salir de aquí si en el camino ella te sigue y nunca te vuelves a verla, porque la perderías para siempre.
Y echaron los dos esposos a andar, él mirando hacia delante y ella siguiendo sus pasos...
Mientras andaban y a punto de llegar a la salida, recordó Orfeo aquello de que los dioses infligen desgracias a los hombres para que tengan asuntos que cantar, y sintió nostalgia de los aplausos y los honores y las riquezas que le habían logrado las elegías motivadas por la ausencia de su esposa.
Y entonces con el corazón dolido y una sonrisa de disculpa volvió el rostro y miró a Eurídice.
Diógenes
¡Vaya con ese Diógenes tan autocrítico! -dijo quien había visto el suceso-. Anoche iba con su linterna en busca de un hombre verdadero, como es su hábito, y al topar con el espejo de la puerta de la barbería vio allí a Diógenes y... continuó su camino como si nada.
Salomé
En el banquete de cumpleaños de Herodes Antipas la princesa Salomé había danzado con tal gracia voluptuosa que encendió los deseos de todos los hombres y mujeres allí presentes y el tetrarca se levantó del trono y ofreció a la muchacha concederle todo lo que pidiera, aun si fuese la mitad del reino.
-Sólo te pido -susurró dulcemente ella- que me des en bandeja la cabeza de ese profeta energúmeno que tienes preso, ese Juan el Bautista que tales suciedades y maldiciones ha proferido contra Herodías, que es tu digna esposa y es mi noble madre.
Herodes no era hombre malo y se incomodó por la terrible petición, pero sintió que debía cumplir su propia palabra. Y ordenó al jefe de la guardia:
-Vete a los calabozos, corta la cabeza del tal Bautista y tráela.
El jefe de la guardia salió a cumplir la orden y al poco tiempo volvió trayendo en la bandeja la hirsuta y sangrante cabeza solicitada.
Salomé tomó de los cabellos la cabeza, la depositó en el suelo y en torno a ella inició una nueva danza aún más lenta, más ondulante, más seductora que la anterior...
La cabeza abrió los ojos, siguió con la mirada a la doncella danzante y dijo con voz que no era de este mundo:
- ¡Cuán dulce, cuán generosa, cuán bendita es mi muerte, oh hermosa Salomé, pues danzas en mi honor!
Y cuando Salomé concluyó la danza y se inclinó hacia la cabeza del Bautista y le besó los labios, una mirada de rabiosos celos centelleó en Herodes.
La metamorfosis, según la otra biblia
En uno de los momentos del principio Dios inventó al hombre. Y vio Dios que eso no era bueno. Y dijo Dios: "Hágase la metamorfosis". Y despertó el hombre convertido en escarabajo. Y se dijo Dios: "Tal vez esto tampoco sea bueno, pero es más divertido".
Atila
Batalló con sus huestes en estepas fogosas o heladas y en praderas y en bosques umbríos, fue el terror de sus tiempos y venció a reinos de Oriente y Occidente, pero, como por donde pisaba su caballo no volvía a brotar la hierba, descubrió un día que el verdadero, obstinado e invencible perseguidor era el Desierto.
Cuento de las croquetas de huevo
Exposición: Cuatro huevos, un poco de salsa bechamel espesa, huevo batido, pan rallado, aceite, salsa de tomate. Nudo: Se cuecen los huevos hasta endurecerlos, se cortan cada uno en seis trozos, estos se envuelven en la salsa bechamel, se dejan enfriar y se rebozan en huevo batido y pan rallado y se fríen en aceite bien caliente. Desenlace: Se ponen en platos, se envían a la mesa y buen provecho (Receta de Genoveva Bernard en el libro
Vamos a la mesa, Recetas rápidas, Bruguera, Barcelona, 1969).
- Segunda parte