Iván Repila: "Europa camina al borde del precipicio"
Iván Repila. Foto: Aixa de la Cruz
El escritor publica Prólogo para una guerra (Seix Barral), una alegoría simbólica de nuestro presente y nuestro futuro con la muerte de Europa como telón de fondo.
Pregunta.- ¿Cuál es esa guerra que anuncia el título?
Respuesta.- El título tendría dos lecturas, a dos niveles diferentes. Por un lado, en una lectura más narrativa pura, sería la guerra que propone Emil al final del libro. A lo largo de toda la novela el sentimiento de violencia y de destrucción, y sobre todo de no saber cómo gestionar los propios dolores, los propios sentimientos, va creciendo, va entrando como en ebullición. También habría una lectura simbólica, que he querido traducir a nivel alegórico con el libro, que sería que nosotros como sociedad estamos asomándonos al precipicio, estamos en el prólogo de una guerra, en la que no están todavía muy claros cuales son los bandos, pero que creo que tendrá mucho que ver con la rivalidad entre siglo XX y siglo XXI.
P.- Esa lectura simbólica queda patente en el enfrentamiento entre los dos antagonistas, que contrapone dos visiones del mundo, ¿qué representan Emil y El Mudo?
R.- Emil sería el portavoz de la herencia recibida del siglo XX, el hombre que se considera parte de un linaje, que considera que pertenece a una larga tradición de creadores y que basa su vida en formar parte de ese hilo que lo une al pasado y al progreso. No le importa pisar a quien sea necesario o tomar las decisiones radicales que considere oportunas en función de ese linaje y de ese progreso en el que cree. El Mudo sería la persona contraria, aquella que no está de acuerdo con el mundo que hemos creado, y que, como sufre, decide apartarse, volverse invisible y dejar de comunicarse con la sociedad que le rodea porque está en desacuerdo con ella.
P.- Juega mucho con la indeterminación, no sabemos dónde ni cuándo ocurre la historia, ¿si no es ningún lugar puede ser cualquiera?
R.- Efectivamente. Juego a propósito con esa ausencia de coordenadas porque creo que así, tanto la historia como el símbolo y la alegoría que hay por debajo, se pueden ver con más claridad. Me han dicho de todo y todas las interpretaciones me valen, pero en mi imaginario yo sitúo la historia 30 o 40 años en el futuro, en una ciudad de Europa Occidental que ha crecido desmesuradamente, como ocurre con Madrid. Vamos en esa dirección, y en un futuro el mundo estará compuesto por una pocas ciudades enormes que irán absorbiendo sus afueras indefinidamente.
P.- ¿Por qué utiliza la arquitectura, qué le aporta más allá de la estructura narrativa, del boceto?
R.- Cuando me planteé la escritura de la novela, tenía muy claro que además de la historia, quería introducir a nivel simbólico como, desde mi punto de vista, el sueño europeo, el sueño de los padres fundadores de Europa, se está yendo a pique. Quería hablar de cómo se ha intentado construir un lugar decente, un lugar más tolerante, más habitable; y de cómo en la última década nos estamos dando cuenta de que todo ese sueño de tolerancia de integración, de respeto, de igualdad... está creciendo en dirección contraria, y estamos destruyendo el sueño que una vez existió de crear un espacio común. Para esta metáfora que hago sobre la construcción de Europa y Occidente como un lugar inhabitable me parecía que la idea de arquitectura, de construcción, me venía al pelo. Encajaba y era muy coherente.
P.- Hablaba antes de la tensión nacida al confrontar nuestro presente con nuestro pasado. Cuando miramos atrás y no nos gusta lo que vemos, ¿qué podemos hacer?
R.- Podemos aprender de los errores, aunque eso no basta. Tenemos que mirar hacia delante, tomar decisiones e intervenir. Si no nos gusta el presente tenemos que intervenir, porque haciéndolo es cómo podemos construir cosas para el futuro. Un ejemplo muy concreto es la educación. Interviniendo ahora a nivel educativo es cómo podemos conseguir personas más solidarias, tolerantes, íntegras y con valores más democráticos para los próximos 50 años. Y eso es una actuación de hoy.
P.- Las crisis personales que sufren los protagonistas enlazan con la crisis de valores que ha sufrido Europa. Ante ellos se presentan dos caminos: la destrucción o la redención, ¿cree posible salvar el concepto de Europa que se enunció en su nacimiento?
R.- Soy una persona optimista por naturaleza, y creo que el mundo, por así decirlo, no está perdido. Yo no renuncio a seguir soñando, en primer lugar, y no renuncio a construir un espacio habitable y decente. Creo que requiere mucho trabajo, requiere que establezcamos una solidaridad colectiva que hoy en día apenas existe. Existen varias solidaridades fragmentadas, en gran medida establecidas por la sociedad civil, como vemos en los casos de los inmigrantes que mueren en el Mediterráneo y salvan los socorristas y bomberos. Esto también somos los humanos. Si consiguiéramos agrupar muchas solidaridades... hay un camino por recorrer.
P.- Le caracteriza el uso de un lenguaje simbólico muy poético, profuso en potentes metáforas e imágenes, ¿qué exige ese lenguaje del lector, y que le aporta?
R.- Es el estilo que consideraba oportuno aplicar para esta novela. Mi estilo va amoldándose a la historia que quiero contar, es flexible. ¿Qué quiero provocar? Que el lector sea un lector activo, y obligarle a establecer puentes en su cabeza. Cuando un lector simplifica una metáfora, una imagen, le evoca experiencias personales y sensaciones. Ese juego de sensaciones y evocaciones sinápticas que provoca el hecho poético es muy interesante para el lector. Cuando en un libro hay que leer entre líneas, a través de las metáforas, el lector despierta y puede crear hasta otra novela en su cabeza, incluso a pesar del autor.
P.- Hace cuatro años de su último libro. Hoy en día cuándo un autor lleva tanto tiempo sin publicar parece que ha desparecido, ¿por qué esas prisas?
R.- Seguramente es más pregunta para un editor, pero supongo que tendrá que ver con la parte económica. Hoy hay un problema con los libros, que las novedades no tienen tiempo de asentarse en las estanterías. Hay una sobreproducción, por una cuestión económica. Si fuéramos cabrones, podríamos decir que el escritor de libro anual lo único que quiere es estar en el escaparate, pero no creo que en muchos casos sea así, quizá simplemente necesita sacar un libro al año para dar de comer a sus hijos. O también puede que haya gente que tiene una capacidad de escritura bestial y una capacidad de sacrificio increíble. Personalmente, cuatro años entre un libro y otro no me parece excesivo.
P.- Hablamos de la sobreproducción, sin embargo parece que cada vez la gente le da menos importancia a la cultura, ¿por qué los escritores tienen menos peso que antes en la sociedad?
R.- No tengo ni idea. Creo que vivimos en una época muy acelerada, donde pasan cosas muy deprisa, y obviamente, cuando vivimos con prisa tenemos muy poco tiempo para pararnos a pensar o a reflexionar. Un poco puede ir por esa línea. Si nos ponemos en temas políticos, igual es que estamos preocupados con muchas cuestiones políticas, mucho más que en otra época, estamos tomando mucha conciencia de la política contemporánea, tanto nacional como internacional, e igual esta reflexión política está copando espacios que antes estaban asignados para la cultura.
P.- En este contexto, ¿qué papel mantiene la literatura, qué puede conseguir?
R.- La literatura, en una visión completamente repiliana, es un vehículo de pensamiento, de transmisión de ideas, y también de alguna manera, una forma de intervenir en la sociedad. La literatura, y el arte en general, siembran semillas, ideas, que pueden florecer e incluso cambiar el mundo. Pero claro, esas ideas tienen que gestarse, reflexionarse y madurarse. Esta es una de las estrategias que tiene el arte para cambiar el mundo.