Image: 100 años de TBO

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Letras

100 años de TBO

10 marzo, 2017 01:00

Una de las "ilustraciones de masas" de TBO, de Opisso. Ésta, de Las Ramblas de Barcelona, se publicó en 1964

5 céntimos, 8 páginas de diversión lectora: así nació, el 11 de marzo de 1917, TBO, revista llamada a insertarse en la cultura popular española. Y no sólo porque -dando una idea de su éxito- tomaran fama sentencias como "Estás más visto que el TBO", sino también porque multitud de historietistas, muchos de primer nivel, acompañaron con sus dibujos el zigzagueante tránsito del siglo XX. 100 años de TBO (Ediciones B), de Antoni Guiral, recupera su memoria.

Nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos al guionista y estudioso Antoni Guiral (Barcelona, 1959) por sus esfuerzos para rescatar la memoria de una de las manifestaciones más ricas de nuestra cultura popular: los tebeos. Ahora, tras dos años de investigación, y con el apoyo del coleccionista Lluís Giralt, aparece 100 años de TBO (Ediciones B), un volumen consagrado a reunir la historia de aquella cabecera, TBO, de cuyo nacimiento se cumplen cien años este 11 de marzo.

Con portada del dibujante Donaz, e impreso en azul, aquel día apareció este semanario de ocho páginas que costaba entonces cinco céntimos. La iniciativa partió del impresor y editor Arturo Suárez, que había constatado el éxito creciente de la publicación infantil En Patufet, surgida en 1904, o, por ejemplo, la inmerecida acogida que tuvo aquel excelente Dominguín, de solo veinte números de existencia, que vio la luz en 1915.

Pero el verdadero impulso para afianzar la nueva cabecera fue obra de Joaquim Buigas, un singular personaje que había madurado en Sudamérica -en donde fue estanciero, caballista, explorador y escritor- la idea de lanzar una publicación infantil a su regreso a España.

Humor blanco, sin estridencias

El título de la cabecera, esas tres letras que se leían como "te veo", había sido una ocurrencia del escritor y administrativo de Suárez, Joaquín Arques, al que posiblemente se lo sugirió una revista musical estrenada ocho años antes con igual nombre, y estuvo acompañado de cierta controversia, ya que no faltaron los puristas gramaticales que abogaban por que fuese TVO, idea que el editor rechazó argumentando que se leería como "te uve o".

Buigas compró al impresor la cabecera por tres mil pesetas, y a partir del número diez, en el que colocó una historieta en portada, también de Donaz, asumió las riendas de aquella revista que había nacido con la vocación de que su humor blanco y sin estridencias fuera del agrado de toda la familia al tiempo que procuraba reducir al mínimo el tono moralizante que había presidido muchas de las publicaciones concebidas hasta entonces para los pequeños lectores.

Se buscó que TBO fuera del agrado de toda la familia al tiempo que procuraba reducir el tono moralizante

De esa primera época, que llega hasta la Guerra Civil, destacan dibujantes como el insólito Méndez Alvárez, Donaz, Urda (el primero en dibujar el niño TBO), Fontseré, Cabrero Arnal, Nit, Rapsomanikis, Serra Massana, Mestres, Moreno, Batllori, o Tínez (que tanto reivindicara nuestro malogrado genio Micharmut), pero sobre todo el gran Ricardo Opisso, dibujante clave en la fijación de la vida callejera y multitudinaria barcelonesa, y quien reelaboró las tres letras del título, y Marino Benejam, que pare en 1936 su notable personaje Melitón Pérez, con un humor inocente y absurdo como el del notable El Reyecito de Otto Soglow, tan estimado luego por los creadores de La Codorniz, que fue uno de los autores extranjeros que desfiló por aquellas páginas (junto a otros como McManus -al que se debe la primera historieta con bocadillos del semanario, en 1919, Cuvillier, o Forton).

Y en ese tiempo pudimos ver también el germen de la serie que luego alcanzaría especial notoriedad: "Los inventos del TBO", concebida por Urda en 1920, y más tarde asociada al doctor Franz de Copenhague, que urde Serra Massana en 1935.

"Más visto que el TBO"

Siempre se ha dicho que, al estallar nuestra contienda civil, cuando el TBO estaba a punto de alcanzar su número 1000, y valía ya 15 céntimos, sus fieles lectores rondaban la impresionante cifra de los doscientos mil, unos lectores a los que aquellas pocas páginas, trufadas de historietas, abundantes textos y chistes, ofrecían un tiempo de ocio, precisamente por esa profusión de material, más dilatado de lo que pudiera parecer a simple vista.

Y ya entonces circulaba la expresión "está más visto que el TBO", que daba buena idea de su masiva presencia en los hogares. Amén de contar, desde 1930, con una canción dedicada a él: "Yo quiero un TBO"("si no me lo compras", decía el estribillo, "lloro y pataleo").

En aquellos delicados momentos bélicos, Buigas supo moverse con habilidad para que, pese a las dificultades, la revista no desapareciera, al vincular su suerte a los anarquistas, de manera que la publicación se desdobló en dos, cada una con sus portadas: la de siempre y Floreal. Revista infantil semanal publicada bajo el signo de la Escuela Nueva Unificada, en las que podemos vislumbrar, hasta su deceso en 1938, algo de aquel conflictivo presente en convivencia con la permanente ingenuidad marca de la casa.

La posguerra, en cambio, empezó no siéndole tan favorable al editor, que, al margen de la escasez de papel, debía pelear con la Administración para que la cabecera pudiera seguir su andadura, lo que no lograría plenamente hasta el año 1952.

El regreso a la normalidad

En el ínterin, lo que hubo fue un rosario de publicaciones periódicas y con títulos diferentes, y hasta alguna multa de por medio, en las que Benejam creó dos de sus series más populares: las aventuras del cazador de fieras Eustaquio Morcillón y su fiel ayudante negro Babalí, en 1946, que hoy no pasarían el cedazo de la corrección política, y "La familia Ulises", en 1944, con guiones de Buigas: el retrato amable de una clase media barcelonesa representada por los señores de Higueruelo: Ulises y Sinforosa, los progenitores; Filomena, la madre de Sinforosa, que nos hacía reír con su trastocamiento de las palabras (así, por ejemplo, "catrástofe" por "catástrofe", o "petendrientes" por "pretendientes"); Lolín, la joven hija casadera; Policarpito y Merceditas, los pequeños; y Treski, el perro. Familia que inicialmente contó con otro niño más y un perro diferente.

Nostalgia aparte, podemos el legado de TBO comprende series de valor testimonial y creadores imperecederos
Y fue el tiempo también en que llegaron a sus páginas algunos grandes, como Coll, Muntañola, Conti (estos dos en posesión de una estética que nos sigue resultando moderna), Castanys, o Blanco, entre otros.

Superadas todas las trabas administrativas, en 1952 volvió a aparecer con regularidad y con su cabecera TBO, comenzando la numeración de cubierta desde el número 1, en la que constituyó, pese a tener que competir con un mayor número de publicaciones similares, su segunda etapa gloriosa, gracias a la popularidad que paulatinamente iban adquiriendo algunos de sus personajes, así como por la aparición de otros nuevos, entre los que yo destacaría "Josechu el vasco" y "Doña Exagerancia" de Muntañola, o "Los Kakikus" de Blanco (maestro en la economía de medios), pero muy especialmente debido a la figura, insular en el tebeo español, de Coll, que en cada uno de sus relatos nos brindaba una lección magistral de narrativa muda y cinetismo, en la que luego se miraron muchos de los modernos de los años ochenta.

Muerte tras una lenta agonía

Se hablaba, entonces, aunque esta información hay que ponerla bajo sospecha, de que las tiradas rondaban los 350.000 ejemplares y de que llegaron incluso a los 600.000 en algún instante. Pero, desde mediados de los años sesenta, la irrupción de la televisión en los hogares, por un lado, y, por otro, el progresivo declive de los tebeos como opción de tiempo libre, unido al anquilosamiento de la fórmula empleada, anunció ya la muerte inminente de la publicación.

Los editores recurrieron, entonces, en 1972, a enlazar con la numeración original, y probaron la mezcla entre el refrito, la publicación de alguna serie francobelga de éxito (como "Los pitufos" de Peyo) y la savia nueva de algunos autores realmente originales (como Sirvent, Tha, o Mir), que, pese a su talento, no eran lo que esperaba el lector que aún seguía siendo sentimentalmente fiel a su cabecera. De manera que en abril de 1983 la aventura se dio por acabada y se vendió el proyecto a su rival más directo, Editorial Bruguera.

De nada sirvió la prueba con que Joan Navarro, como director, ensayó un TBO adecuado a los nuevos tiempos en 1986, que únicamente produjo siete números, y que antecedió a la muerte de Bruguera y el cambio de propiedad del nombre: ahora en manos del Grupo Zeta, que enseguida urdió las Ediciones B, bajo cuya tutela se ensayó un nuevo intento, dirigido entre otros por el guionista Víctor Mora, entre 1988 y 1998, año de su deceso definitivo.

El mermado público lector de tebeos de esos momentos exigía otros espíritus, más transgresores e innovadores, a todas luces incompatibles con la finalidad que la revista se había marcado desde aquel día de marzo de 1917 en que nació.

Un legado en el que escarbar

¿Qué justicia crítica podemos hacer de aquella publicación desde este presente? ¿Qué pecios podemos rescatar de aquel naufragio? Sinceramente, creo que, nostalgia aparte, podemos recuperar alguna de sus series por su valor testimonial, como "La familia Ulises" (que, tras abandonarla Benejam y Buigas, dibujaron Blanco y Mestres, con guiones de Carlos Bech), algunos creadores imperecederos (como, amén del citado Benejam -en sus páginas de 1934 a 1969-, Tínez -de 1920 a 1957-, Opisso -de 1917 a 1965-, Muntañola -de 1932 a 1977-, Blanco -de 1951 a 1981- o Coll -de 1940 a 1979-) y la necesidad de redimir del olvido, con sendas investigaciones de por medio, a figuras como la de Cabrero Arnal -de 1931 a 1937-, que en la posguerra triunfaría en Francia con el perro Pif, o el más desconocido Méndez Alvárez -de 1917 a 1929-, que fue despedido del TBO por la marcada acidez de su grafismo y de sus contenidos y terminó sus días en Valencia, en 1939, fusilado por los franquistas.

Guiral y Giralt han contribuido, con el rigor de su documentado trabajo, a sentar las bases para los estudios que, ojalá así sea, continúen escarbando en este gran legado que alimentó las almas de tantas generaciones.

Misterios de cómic

Méndez Álvarez (?, 1985-Paterna, 1939), autor de esta portada de 1929, fue uno de los historietistas más originales de TBO. "Su grafismo contundente, burlesco, vehemente y su apuesta por un humor sarcástico y crítico le convierten en uno de los grandes de la historieta de la primera mitad del siglo XX", escribe Antoni Guiral. Su descubrimiento es relativamente reciente, gracias a coleccionistas como Lluís Guiralt o historiadores como Antonio Martín, para quien el genial dibujante destaca "por su comprensión innovadora de la historieta". Su identidad es en parte un misterio, pues no se sabe con seguridad si se llamaba Modesto o Gregorio. En la otra página, "El epistolario de la familia Ulises" (1958), dibujo de Benejam, y parte de una de las colecciones más longevas de la publicación. "La familia Ulises"nació, cuenta Guiral, "sin ánimo de convertirse en serie fija" a finales de 1944 y terminó en 1979, aunque tuvo una segunda etapa entre 1988 y 1993.