Continuación de ideas diversas
La primera pista del tono y el contenido que definen Continuación de ideas diversas, este librito de apuntes fragmentarios de César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949), es su divertidísimo título, situado a una zancada de la ironía o la burla: a fin de cuentas, lo que caracteriza a las ideas que se van sucediendo aquí no es precisamente su continuación, pues aparecen y quedan suspendidas en un estadio incipiente de elaboración; tienen, eso sí, cierta continuidad entre ellas, pero precisamente por eso son un poco menos diversas de lo prometido, empeñadas como están en dar vueltas en torno a la conexión entre canon y vanguardia, realismo y vanguardia, hasta vagancia y vanguardia.
Es cierto que de pronto entran en escena algunas notas de un humorismo puro, primitivo, sensorial, como cuando se limita a contrastar, sin ningún comentario añadido, el dicho de su ciudad “‘aramos', dijo el mosquito” con la línea de Alejandro Dumas “-Aramis -dijo el mosquetero”. Y este lector se ríe ruidosamente, llamando la atención de su familia que lo mira como a un loco, y luego acude al libro que Aira dedicó al escritor inglés Edward Lear y localiza una cita sobre los juegos de palabras: “Son el recurso más a mano para desviar la conversación de un tema peligroso, en dirección a las palabras con las que se expresa ese tema, o la lógica que moviliza a las palabras”.
Así pues, esa desviación de ideas continuas sería también una pista acerca de los temas del libro: si la sonoridad del lenguaje permite a Aira asociar un dicho popular con una novela clásica para hacer un chiste de vanguardia, ¿cómo relacionamos esas tres etiquetas, “popular”, “clásico”, “vanguardista”? Continuación de ideas diversas ensaya alguna respuesta, como esta: “El gusto y el proyecto de lo nuevo, sin renunciar a lo viejo, […] es ambiguo sólo si se lo disocia en ‘nuevo' y ‘viejo', si no se lo ve como un artefacto específico hecho de contrarios que eran contrarios antes de que ese artefacto existiera”.
Así pues, el libro apasionará a quien esté interesado en los mecanismos de la escritura del propio César Aira, y a quien se haga preguntas en torno a la relación de la literatura heterodoxa o vanguardista con el canon. Ahora bien: subrayemos igualmente que Aira es uno de los escritores más divertidos del mundo, un maestro del estupor: el lector acaba sospechando, incluso, que el mismo autor queda estupefacto ante los caminos lógicos, disparatados, anecdóticos, periféricos, centrales, inquisitivos o digresivos que la escritura le lleva a transitar.
Al mismo tiempo, su inteligencia es modélica y dirige esa escritura de un modo paradójico que tiene explicación. Los intentos de Aira por recordar cuáles fueron sus primeras y más determinantes influencias lo llevan a lo popular, a las tiras cómicas de las revistas infantiles o los tebeos cincuenteros de Supermán, referencias que se relacionan con la idea de libertad narrativa, de despreocupación por la verosimilitud o el sentido. Aira quería escribir con esa “impunidad”, pero al mismo tiempo descubrió muy pronto a Kafka o Proust, y supo que su vocación era “la literatura” (si nos permiten, a Aira y a mí, que recuperemos esa vieja distinción entre lo lúdico y lo canónico por un momento; creo que, más o menos, todos nos entendemos).
¿Cómo afrontar semejante tensión? Tal vez, sin hacerlo: “Nunca resolví la contradicción, y creo que a lo largo y ancho de mi vida de escritor escribí sin tratar seriamente de resolverla”. Sólo que, de hecho, esa es ya una resolución.
Aira es burlón: sabe reírse de sí mismo al aludir a “mis vanguardismos”, y sabe reírse de la lógica utilitaria que el mercado aplica al libro cuando comenta que el modo más típico de explicar una novela es servirse de la expresión “es sobre…”. Por eso, uno se siente contagiado de espíritu burlón al decir que este es un libro sobre la vanguardia en literatura. O sobre la vanguardia en Aira, siempre preocupada por lo real. En cambio, no hay burla en esto: es un librazo.