El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital
El premio Anagrama de Ensayo, creado hace 45 años por el ya mítico Jorge Herralde y que proporciona a sus ganadores un versátil salvoconducto para circular por las élites intelectuales, fue concedido hace unos meses a una mujer (algo infrecuente hasta ahora), Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973).
El marco temporal por el que discurre El entusiasmo es el de comienzos del siglo XXI. Una época marcada por las nuevas tecnologías y precarizada por la crisis del capitalismo neoliberal. Años en los que Internet está trastocando la realidad. La red se ha convertido en algo omnipresente. Un ingenio que tanto puede dar como quitar.
Si a mediados del pasado siglo los creadores eran una minoría que producía para los demás, ahora son muchos los que crean para muchos. La creatividad se ha extendido tanto en sus formas expresivas como en el número de las personas dedicadas a ella. Al mismo tiempo, los mediadores culturales se han dislocado y multiplicado.
En esta estructura un tanto magmática chapotea el protagonista de este volumen, el entusiasta. Se trata, tal como lo presenta Zafra, de un ser hecho“de sueños y expectativas siempre en conflicto, frente y dentro de las pantallas”. Persona hiperproductiva con el cuerpo lleno de información pero poco dado al ejercicio. Pasa muchas horas conectado a la red. Estático y posicionado frente a sus pantallas, su soledad se ve aliviada gracias a la webcam.
El entusiasta es un creador precarizado. Alguien que lucha tratando de vivir de su vocación. La cultura -en sus más amplias dimensiones- conforma su espacio vital. Un territorio teñido por un entusiasmo inducido por el propio sistema que esconde trucos y falsedades. Un contexto engañoso en el que estar conectado a la red produce sensación de libertad y poder.
Pese a que la red crea la ilusión del tránsito de la vocación al trabajo remunerado, la realidad del entusiasta es otra. Si los creadores de Apple, Facebook o Google han sido capaces de dar el salto, el entusiasta que nos presenta Zafra no puede transformar su capacidad creativa en actividad monetizable. Siempre a la espera de que se produzca el milagro, su creatividad se paga tarde, mal y nunca. Los propietarios de los medios consideran que proporcionar visibilidad al creador es suficiente pago.
Para dar profundidad de campo a su relato, Zafra ha creado un personaje -Sibila- que es una historia de fracaso. Un relato de vida en la que vemos a una mujer desmerecida por la estructura social y por su género, aunque trata de cristalizar su proyecto creativo con lo mejor de sí misma, y con un entusiasmo cuajado de generosidad.
No crea el lector que Sibila es un trasunto de la autora. La de Zafra es una biografía de éxito. Doctora en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla, enseña e investiga y es profesora titular en dicho centro de Didáctica de la expresión plástica. Junto a una carrera académica consolidada, su faceta pública es potente. Lo atestiguan libros, artículos y conferencias, tareas que han sido subrayadas con premios y distinciones. Todo ello coronado por una estudiada y densa presencia en la red.
A lomos de Sibila, construida como un ágil artefacto narrativo, Zafra galopa por un extenso espejo que refleja la visualización del mundo digital (ver y ser visto). Al mismo tiempo se alarma por la fragmentación propiciada por la red. Islotes de personas que piensan “muy parecido” en los que nunca ha sido tan fácil “excluir”, borrar al diferente, al que piensa por su cuenta.
El recorrido de este libro es amplio y generoso. Su prosa está llena de agudezas, listas para conservar en el cuaderno de notas. Hay convencimiento en un feminismo que en ocasiones conduce a la redundancia. Este es un libro en el que las pedradas están bien dirigidas a personas, instituciones y propietarios tecnológicos que propician la precariedad de una generación encogida por la crisis. Una generación de entusiastas a rescatar.