Image: Gaël Faye: La guerra empieza por palabras

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Letras

Gaël Faye: "La guerra empieza por palabras"

El rapero de origen franco-ruandés retrata en su primera novela, Pequeño país, el conflicto de Burundi bajo la mirada de un niño

16 febrero, 2018 01:00

Gaël Faye. Foto: Xavier Cervera

Economista de formación, Gaël Faye (Burundi, 1982) es a sus escasos 33 años todo un artista de éxito. Conocido por su faceta como letrista y compositor de rap, acaba de publicar en España su primera novela, un Pequeño país (Salamandra) que de pequeño tiene poco. Éxito de ventas en Francia, donde ha vendido más de setecientos mil ejemplares y fue galardonado con el Premio Goncourt des Lycéens, reconoce que el equilibrio entre sus dos pasiones, la música y las letras, le exige cierta disciplina.

Entre el inicio de su próxima novela -en esta ocasión sobre la música-, el proyecto de su nuevo álbum y la inminente gira que empezará en un par de semanas, a Faye todavía le queda tiempo para hablar de literatura. Señala que entre sus referentes están sobre todo los escritores haitianos como René Depestre, Jacques Stephen Alexis o Jacques Roumain. Pero también dialoga sobre su experiencia en la guerra. De madre ruandesa y padre francés llegó al país galo en 1995, huyendo del conflicto civil burundés. Sobre aquello explica que es algo que le marca a uno la vida. "En ese sentido, la escritura me ayudó mucho a hacer frente a aquello y entender las zonas más oscuras, hacerme preguntas y emprender también el diálogo con mi entorno", explica.

Aquello -su infancia, la guerra, el exilio - lo revivió primero a ritmo de rap en su álbum Pili Pili sur un croissant au beurre. "Fue difícil escribirlo entonces -confiesa-, pero no con la novela. Como la escribí después, lo hice de forma fluida y más bien con una sonrisa". En ella, cuenta una historia muy parecida a la suya, protagonizada por Gabriel un hombre que regresa a su país para rememorar sus años de la infancia en Burundi.

Pregunta.- ¿Cómo pasa alguien de trabajar en un fondo de inversiones en Londres a vivir del rap y de la literatura?
Respuesta.- Me quito la corbata y me pongo la gorra (bromea). Digamos que la escritura siempre ha sido mi pasión desde que era pequeño pero procedía de una familia en la que no se podía decir: "Voy a convertirme en artista". Tenía que estudiar una carrera seria para conseguir un trabajo y también para garantizar un futuro para los demás. Al cabo de unos años me di cuenta de que mis aspiraciones estaban en otra parte. En la escritura. Quise probarlo y tuve suerte porque funcionó.

P.- ¿Y cómo fue el salto a la novela?
R.- La novela fue una frustración vinculada a mi disco Pili Pili sur un croissant au beurre. Fue un álbum que grabé entre París y Buyumbura en el que hablaba de mi vida entre los dos continentes, Europa y África. Y veía que el formato de las canciones no me permitía decir suficientemente lo que sentía en el corazón. Así que empecé a escribir la novela para prolongar aquellas letras.

Lo que más miedo me daba era cuando ya no había ruido. El silencio. Cuando ya no se escuchaba nada por la noche."

P.- He leído que el atentado de Charlie Hebdo influyó de algún modo en su historia, ¿fue así?
R.- Sí. Yo no quería contar la guerra y el genocidio porque son las imágenes que se suelen asociar con esta región, con Ruanda o Burundi. Quería, más bien, contar la vida diaria, la banalidad, el paraíso perdido y la forma de cambiar el mundo. Quería desarrollar otra novela en torno a un niño que pasara la infancia en África pero de otra manera. Con los atentados, justo cuando estaba escribiéndola, vi a mis amigos de París cambiar. Empezaron a discutir sobre cosas de las que nunca habían hablado antes. Se me apareció la imagen de un camino ya cortado, sin salida. Como un lecho que te protege y que se convierte en una trampa. Y sobre todo pensé que quizás Francia iba a cambiar, a vascular, porque la palabra se liberó. Oí a gente afirmando opiniones racistas de forma pública y pensé que la guerra empieza por palabras, por este tipo de actitudes. Así que supuse que podía ser interesante ver a través de la mirada de un niño el análisis de una guerra anunciada. Empezando por las palabras, por los gestos, hasta llegar a los hechos. En lo personal también me permitió volver a esos años que pasé en Burundi que eran borrosos. Volver a desarrollar una historia de esta historia que estaba ahí presente mucho antes de que sucediera.

P.- Su trayectoria es similar a la historia que cuenta en Pequeño país, ¿qué reconoce de sí mismo en Gabriel, el protagonista?
R.- Quise ubicar al personaje en la encrucijada de mis propios orígenes. Era una manera de visitar varios universos. Porque cuando uno es mestizo tiene acceso a varios universos a la vez. Tienes Burundi, Ruanda, Francia, el mundo de los refugiados y el de los expatriados blancos en África. En eso el personaje me parecía interesante. Aparte él vive los mismos acontecimientos políticos que yo: el golpe de estado, la llegada de la guerra, el genocidio, el exilio... Pero más allá de esto todo lo que hay son cosas ya inventadas, los personajes son ficticios, no me apoyé en mis recuerdos sino más bien en sensaciones.

P.- ¿Puede el ser humano llegar a habituarse al horror o a la guerra?
R.- Sí. También esto era raro entonces. Que uno termina acostumbrándose a la guerra. Uno termina viviendo con ella. Porque la vida diaria convive con la guerra. Es como si existieran dos mundos sobrepuestos. Uno continúa yendo a la escuela y al mismo tiempo, al lado, suceden masacres, asesinatos, el ruido. La guerra no siempre son bombardeos, también tiene estas situaciones.

P.- ¿Y qué es lo que más recuerda?
R.- Lo que más miedo me daba era cuando ya no había ruido. El silencio. Todo el mundo temía ese momento, cuando ya no se escuchaba nada por la noche. Cuando ya no había tiroteos. Hay que darse cuenta de que era una época sin internet ni teléfonos móviles. La imaginación funcionaba muchísimo más que hoy en día. Había muchos rumores. Rumores que se inflan y que hacen a la gente quedarse en casa, escuchando ruidos, pero sin saber lo que pasa. La radio no decía nada, la televisión no funcionaba. Eran cosas muy angustiosas.

P.- Escribe en su novela que las imágenes de los refugiados en la televisión "hablan de lo real pero no de la verdad", ¿cuál es esa verdad?
R.- La verdad es la verdad interior tal y como se vive. La gente llega, les dicen que son inmigrantes o refugiados, pero ellos no se consideran así. Si les pusieras un micrófono y les preguntaras quiénes son, te contestarían: "Procedo de tal barrio, me llamo Fulanito, mis amigos son tal y cual". Es el mundo interior, es la poesía. Pero la información no quiere hablar de ello. No lo hace. Sería humanizar las estadísticas.

Un joven de Buyumbura tiene ya más que ver con uno de Madrid o París que con un campesino que vive cerca de la capital."

P.- ¿Y cómo ve el papel de Europa con los refugiados?
R.- Es un escándalo la forma en que acogemos a los refugiados. Hay una falta de humanismo. En Francia, por ejemplo, crearon el delito de solidaridad. ¿Desde cuando ser solidario es un delito? El debate político es histérico. Solo se trata de 10.000 personas cuando existen países con menos recursos y menos medios como Líbano y Ruanda que acogen a miles y miles de refugiados sin crear conflictos. Por parte de las asociaciones y los políticos hay una falta de empatía y de humanidad. Hay una forma de actuar como burócratas, ya no ven a los seres humanos.

P.- Escribía Mahmud Darwish que no se puede atravesar el eco dos veces. ¿Cree, como él, que es imposible volver a un lugar porque cuando se vuelve el sitio es otro?
R.- Sí, es otro universo. Otro mundo. Como muchos exiliados, tenía una imagen muy distorsionada de mi país. Pensaba que el país me estaba esperando, pero siguió viviendo sin mí (ríe). Volver es necesario para dejar de considerarse como un exiliado. Cuando escucho a algunos escritores que se proclaman como autores del exilio cuando la guerra de la que huían ya se ha terminado, creo que hay algo ahí, en seguir cultivando este estado, que no es normal. El exilio es un sufrimiento y no tiene por qué ser un lugar en el que te complazca permanecer. Para mí era necesario volver a la región de mi infancia para no vivir en una mentira. Y cuando uno vuelve es para hacer el duelo de una época ya desaparecida y de nuevo fabricar un futuro. Algo diferente. Hay, no obstante, una experiencia que es la experiencia de cualquier adulto que siempre se verá como un exiliado de su infancia. A fin de cuentas es el auténtico país del que te exilias, el de la infancia.

P.- ¿Es necesaria más literatura africana, se escribe lo suficiente allí o llega poco fuera de sus fronteras?
R.- Hay tantos países diferentes en África que no puedo comparar Nigeria, que produce muchos autores, con otra región como la de los Grandes Lagos de África. En Burundi no hay escritores. Si yo quiero hablar de un lugar que conozco, como Ruanda o Burundi, es urgente que llegue una nueva generación de autores que puedan hablar con sus propias palabras de su propia historia, que puedan proyectar su propio imaginario. Conocemos o pensamos en Francia a través de Víctor Hugo o Balzac, de España a través de Cervantes, para mí sería muy interesante poder conocer la región de los Grandes Lagos a través de escritores de allí.

P.- ¿Entonces considera como Chimamanda Ngozi Adichie que para escribir de África hacen más falta más voces africanas?
R.- Sí, hace falta varias voces para contar una historia. Y también renovar el imaginario que cada uno lleva dentro. Nosotros nos nutrimos de una literatura africana que habla mucho de un mundo rural, del campo, un lugar místico. El mundo del baobab, la planta, y de los barquitos. Pero hoy en día África es un continente de neoliberalismo mundial. Un joven de Buyumbura tiene ya más que ver con uno de Madrid o París que con un campesino que vive a dos kilómetros de la capital. También eso es lo que hay que renovar, la imagen que cada uno tiene de uno mismo.

@mailouti