Julio Llamazares: "Las catedrales son las cajas negras de las ciudades"
Julio Llamazares. Foto: Cecilia Orueta
El escritor publica Las rosas del sur, la segunda parte de su viaje iniciado hace 17 años por las catedrales de España y cuya primera mitad plasmó en Las rosas de piedra (2008). Hablamos con el autor sobre su peregrinación y sobre lo que estos templos representan.
El narrador, ensayista y poeta de origen leonés ha culminado en Las rosas del sur (Alfaguara, 2018) el proyecto que emprendía en esa primera visita a la Catedral de Santiago y que servía de origen a Las rosas de piedra (Alfaguara, 2008, y reeditada ahora). Eso sí, Llamazares asegura que el título Las rosas del sur "se debe a una decisión editorial para evitar títulos como Las rosas de piedra, Segunda Parte o Las rosas de piedra, Parte II", enfatizando que "el motivo de haberlo dado en dos entregas fue el largo tiempo de redacción y lo voluminoso que habría resultado de haberse editado de una sola vez".
Pregunta.- ¿Cómo surgió la idea del proyecto de Las rosas de piedra?
Respuesta.- De una manera muy inconsciente, en el doble sentido de la palabra. Nunca tengo claro por qué escribo un libro, o por qué escojo un lugar. En este caso, aún menos, porque si llego a pensar el trabajo y el tiempo que me ha llevado, igual me lo hubiera pensado diez o doce veces. No me malinterpretes, lo he pasado muy bien haciendo los viajes y escribiendo, lo he pasado muy bien en las catedrales, pero empecé este proyecto llevado por la fascinación por dos o tres cosas: una de ellas, por la literatura de viajes, que es un género que a mí me gusta mucho como autor y como lector; la fascinación por las catedrales, desde que era niño y vi por primera vez una en compañía de mi padre; y luego también el deseo por conocer el país en el que nací y en el que vivo más a fondo. Porque lo que parece un libro sobre catedrales es en realidad un libro de viajes por España a través de sus catedrales.
P.- Diecisiete años dan para mucho. ¿Qué lecciones ha extraído de este largo viaje?
R.- He aprendido mucho sobre arte, sobre arquitectura, sobre la organización, incluso eclesiástica, del país y de las propias catedrales, y mucho sobre el país en el que vivo y sobre la gente con la que convivo. Y también sobre mí mismo, porque no hay que olvidar que todo viaje es un viaje alrededor de uno mismo, y lo que haces cuando viajas es reflejarte en espejos diferentes de aquel en el que te reflejas cada día. En términos de erudición sí que he aprendido, porque me he tenido que documentar, pero sobre todo he aprendido sobre la condición humana. Al final, la cultura es aquello que te queda cuando has terminado de olvidar lo que has aprendido.
P.- ¿Y cuáles son sus sensaciones una vez concluida la peregrinación? ¿Qué sintió al abandonar la Catedral de San Cristóbal de La Laguna aquel Viernes Santo?
R.- Por un lado, la satisfacción de haber conseguido realizar un sueño que tiene algo de quijotesco. Porque, al poco tiempo de hacer el viaje y el libro, alguien me dijo: "Oye, ¿has pensado alguna vez que posiblemente eres la única persona que ha visitado las 74 catedrales?". Entonces me sentí como una especie de friki, como un personaje de récord Guinness, lo cual no era mi intención, y seguramente habrá mucha más gente que las haya visitado todas. Aún así, pasar un día entero en cada una, no sólo dentro, sino en el entorno, en la ciudad en que están las catedrales, conocer la ciudad y conocer a la gente, seguramente soy el único, pero ya te digo, no era ésa mi intención. Yo sólo quería hacer literatura, que es de lo que se trata. No es una guía de arte, ni una guía turística, sino que son mis impresiones sobre esos edificios maravillosos, las mayores creaciones arquitectónicas de la humanidad, sobre todo en Europa y en el mundo cristiano, y a partir de ahí disfrutar de su leyenda, de su fantasía, y transmitírselo a los lectores.
P.- En este trabajo se ha referido a usted mismo como "el viajero", una figura en tercera persona. ¿Se trata de un recurso lírico, o narrativo, o hay algo de mayor calado en ello?
R.- Bueno, es un recurso narrativo que tiene una explicación. No es una invención mía, pero tampoco es una invención de Cela, que es algo que comúnmente se piensa. La figura del viajero es mucho más antigua. Es una especie de distanciamiento, porque evidentemente el viajero soy yo, pero soy yo en modo viaje, en "modo avión". Es convertir al narrador en un personaje narrativo a la vez. ¿Qué intención tiene? Es que yo tengo muy poca explicación sobre las cosas que hago. Normalmente, actúo por intuición. Yo tiendo a pensar sobre lo que he hecho cuando ya lo he hecho, y especialmente cuando me preguntáis, porque algo tienes que decir. Eso sí, es curioso que hay quien me ha hecho notar que, cuando hago novelas en que el protagonista no soy yo, las escribo en primera persona, y sin embargo cuando teóricamente soy yo, escribo en tercera. El viajero es un trasunto del narrador, pero no es exactamente la misma persona. Hay veces en que yo mismo no estoy de acuerdo con lo que dice el viajero.
La esencia de las catedrales
P.- ¿Por qué relaciona las catedrales con las rosas?R.- Sobre las catedrales se han hecho muchas metáforas. Se prestan mucho a desarrollar la imaginación. Fulcanelli dice que son enormes libros de piedra abiertos en el paisaje de las ciudades donde se puede leer la historia de la ciudad. Son sueños de piedra, son barcos varados petrificados, son metáforas de la barca de San Pedro... A mí se me ocurrió esta imagen porque responde un poco a lo que quería hacer mientras visitaba las catedrales, que son como grandes rosas arquitectónicas que vas deshojando hasta captar toda la esencia de la catedral, y de la ciudad, y de la gente que las construyó, la que las mantiene, la que las ve y la que las disfruta. La esencia del título refleja el espíritu con que yo visitaba todas las catedrales.
P.- Más allá de lo histórico, lo arquitectónico, lo artístico… o lo espiritual y religioso, perspectivas que ha preferido abordar de soslayo, ¿qué representa, en su opinión, una catedral?
R.- Una catedral, para mí, es como la caja negra de las ciudades, el diario de navegación histórica de una ciudad y de una población, y de un país si sumamos todas sus catedrales. Una catedral es como un enorme hojaldre, con diferentes capas de historia, de arte, superstición, filosofía… de cultura, en último término. Porque las catedrales esconden debajo catedrales o iglesias anteriores, visigóticas, románicas; o mezquitas, sobre todo en el sur. Esconden también, a veces, incluso palacios o termas romanas… En definitiva, está resumida en ellas la historia de la ciudad. Cuando uno entiende eso, entiende mucho mejor cómo ha evolucionado la ciudad. Junto a esa imagen de la caja negra o de la rosa de piedra a deshojar, yo añadiría otra: que son a la vez como espejos de la ciudad en la que están, que reflejan muy bien los cambios sociales o culturales que se han ido produciendo a lo largo de la historia. Una catedral no es igual ahora que hace ochocientos años, cuando era un edificio eminentemente religioso. Ahora son eminentemente turísticos, porque apenas hay culto, apenas hay vida dentro de ellas.
»Por ejemplo, la Catedral de la Almudena refleja muy bien el espíritu y la esencia de Madrid, que es una ciudad inventada. Era un pueblo que se convirtió en ciudad por decisión política. Y, para ello, tener una catedral era fundamental. Por eso, la Almudena es una catedral inventada, y hecha a destiempo: Madrid ha construido una catedral cuando ya no se construyen, por cuestiones económicas o porque ya no tienen el significado que tenían, y cuando la visitas te das cuenta de eso.
P.- ¿Cómo es que habiendo menos catedrales en la mitad sur peninsular, esta segunda parte de Las rosas de piedra es más larga que la primera?
R.- Pues porque no lo calculo, seguramente por incapacidad de resumir. A veces, las catedrales, no por ser más grandiosas, o más bellas, o más ricas, te dan más juego literario. Lo que más trabajo me ha costado de este proyecto no ha sido viajar veinte mil kilómetros, que a mí me encanta viajar y perderme por ahí, ni pasarme 74 días dentro de las catedrales, ni escribir las mil doscientas o mil trescientas páginas en total. Lo que más me ha costado ha sido conseguir que no se me convirtiera en una guía de arte, es decir, contar mi impresión de las catedrales de forma que fuera literatura de viajes. El exceso de erudición mata la ligereza del texto, de modo que mi mayor trabajo ha sido precisamente eliminar ese exceso de información.
P.- Acaba de concluir un trabajo de diecisiete años. ¿Y ahora, qué?
R.-Por primera vez, cuando acabé tuve la sensación de tener vacaciones porque, a ver, para mí escribir no es un trabajo, es una pasión, mi manera de estar solo, que escribía Pessoa. Para mí la literatura es lo que justifica mi vida. Por eso, tener un proyecto en marcha es lo que hace que no tengas la sensación de no tener nada que hacer. Porque desde que acabas una novela hasta que empiezas otra tienes un tiempo en que no tienes la perentoriedad de levantarte por tener algo que hacer. Hasta ahora, nunca me levantaba con esa sensación de no tener nada pendiente. Además, yo mismo había decidido establecer un plazo final para la terminación de este proyecto. Con una novela no habría sido posible, pero con un libro de viajes, sí, porque ya tienes el argumento, el itinerario preestablecido. Te puedes trabar, o atollar en algún momento, pero la línea argumental está hecha. Decían los clásicos que la proximidad de la muerte aclara mucho las ideas, y eso mismo es lo que he sentido. Por eso cierro el libro con una frase, que no es mía y que es la mejor del libro, que es del mexicano José Vasconcelos y que curiosamente leí visitando Ibiza, cuando iba a coger el avión después de visitar las tres catedrales de las Baleares, en la biblioteca del aeropuerto: "Un libro, como un viaje, se empieza con inquietud y se termina con melancolía".