13_OKChema-Madoz1

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Letras

13 a 1

23 noviembre, 2018 01:00

Llegó tarde, después de que terminara el partido, se había entretenido en Ikea con Celia. Su hijo lo esperaba frente a la entrada del colegio, conversando con sus compañeros. Le hizo una seña y el niño no le vio, o fingió no verle; volvió a agitar la mano, sin resultado, gritó su nombre y su hijo por fin se dio por aludido, se despidió con desgana de sus amigos y, la bolsa de deportes al hombro, se encaminó a su encuentro con un trotecillo. Él lo recibió con un beso torpe en la oreja y palabras de disculpa por no haber asistido al partido; desde que se había separado de su mujer las relaciones con el niño eran distintas, ahora era él quien se sentía inseguro y buscaba congraciárselo, de algún modo el poder había cambiado de bando. Su hijo estaba exultante.

-¿Cómo ha ido el partido? ¿Habéis ganado?
-No, hemos perdido 13 a 1, pero yo he metido el gol. Tendrías que haberme visto, papá, ¡qué golazo!

"Reprimió el impulso de amonestar al niño por su frivolidad, por su inconsciencia"

Su hijo era estúpido, no era la primera vez que tenía esa melancólica impresión; ¡cómo podía estar eufórico tras haber sufrido semejante paliza! En el aspecto físico se le parecía, pero en todo lo demás era igual que su madre. Él en su infancia había sido el pichichi de su clase, un goleador nato; un entrenador llegó a augurarle un gran futuro como futbolista, aunque la vida lo había llevado por otros derroteros, trabajaba para una compañía de seguros. Reprimió el impulso de amonestar al niño por su frivolidad, por su inconsciencia, para hacerle comprender que una derrota no debe ser motivo de júbilo, sino de honda reflexión y propósito de enmienda, pero hoy no quería indisponerse con él porque tenía que abordar una cuestión delicada, que le ponía nervioso: iba a hablarle de Celia, la mujer de la que se había enamorado, de lo maravillosa que era y lo bien que cocinaba. A partir del siguiente fin de semana -le explicaría- ya no tendría que resignarse a las pizzas precocinadas que él le preparaba, la casa estaría limpia y Celia le haría la cama. “Celia te va a encantar cuando la conozcas”, le iba a decir, “vais a llevaros muy bien, vais a ser colegas, porque Celia es joven, tiene trece años menos que yo, ¡hasta podrás jugar con ella! Pero de momento, por favor, no le cuentes nada a tu madre”.

En el McDonald's -otro de los peajes que tiene que pagar un padre separado- su hijo engullía con voracidad inexplicable una hamburguesa doble, feliz y satisfecho, como si su equipo no acabara de encajar trece goles, y hablaba con la boca llena (¡qué mal lo estaba educando su madre! Era algo que iba a remediar Celia).

-Tengo una gran noticia que darte... -empezó a decir, pero el niño no le prestaba atención, absorto en la pantalla de su móvil.
-Papá, ¿quieres ver mi gol? -le dijo, tendiéndole el aparato; él lo agarró con rabia y lo puso bocabajo sobre la mesa.
-Cuando tu padre te habla, dejas de jugar con el móvil, ¿te enteras? No tienes ninguna educación, te estamos malcriando. Y ahora escúchame... -el niño lo miraba compungido-, lo que quiero decirte es... -el niño estaba al borde del llanto-, lo que te quiero decir es que... El sábado próximo iremos al campito y te enseñaré a meter goles.