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Letras

¿Cómo hemos cambiado?

23 noviembre, 2018 01:00

Si hace veinte años un adivino se hubiese atrevido a aventurar que el sistema financiero internacional se iba a desmoronar arrastrando bancos, países y certezas; que iban a despertar enemigos que parecían definitivamente vencidos como el nacionalismo exacerbado, el populismo y la xenofobia, o que Europa y Estados Unidos levantarían nuevos muros para frenar incesantes oleadas de migrantes y refugiados; que un nuevo contendiente, el yihadismo, iba a transformar el mundo demoliendo la seguridad de Occidente o que viviríamos ciberconectados las veinticuatro horas del día siete días a la semana, hubiese despertado risas y mucha, muchísima incredulidad. Pero habría acertado. Estas dos últimas décadas han transformado el mundo y el pensamiento, suscitando apasionantes debates intelectuales y una amplísima producción literaria, artística, filosófica, teatral y científica de la que El Cultural ha ido dando cuenta semana tras semana. Nuestras páginas siguen siendo ventanas abiertas a las cuestiones más candentes de nuestro tiempo, como el cambio climático y sus consecuencias; la revolución feminista que ha culminado en el movimiento #MeToo; las inmensas posibilidades que alienta la Inteligencia Artificial y sus desafíos; los peligros de la posverdad y los hechos alternativos; los nuevos modos de consumo cultural, o las incertidumbres de estos tiempos líquidos sin certezas y transversales, convertidos en un inmenso plató universal que se reinventa cada día
a golpe de sensaciones, medias verdades y olvidos.

Crisis económica, un cambio de paradigma

Varias portadas de medios internacionales se hacen eco de la crisis

Cuando en 2008 el gigante bancario Lehman Brothers se declaró en quiebra se inició un devastador efecto en cadena que generó una debacle cuyos efectos económicos, sociales y políticos todavía se dejan sentir diez años después. Recortes presupuestarios, desahucios, economías hundidas, despidos masivos, bancos y países rescatados... Este ha sido el panorama global de la mayor crisis económica en casi un siglo, magistralmente retratada por Adam Tooze en Crash. Cómo una década de crisis económica ha cambiado el mundo (Crítica). Por supuesto, la cultura no ha sido ajena a esta hecatombe, que se ha cebado en todas las ramas del sector, como ha quedado reflejado en infinidad de películas, piezas de teatro, exposiciones y libros, como la obra novelística de Rafael Chirbes, Crematorio y En la orilla (Anagrama). Entre los últimos ejemplos literarios abundan diversas perspectivas, como la del trabajo precario explorada por Remedios Zafra en El entusiasmo (Anagrama), la de la criminalización de la pobreza presente en Aporofobia (Paidós), de Adela Cortina, o un retrato de la crisis europea firmado por César Molinas y Fernando Ramírez en La crisis existencial de Europa (Deusto).

El peligro de las redes sociales

Imagen de 'La era de la perplejidad' (BBVA / Open Mind)

Concebido como fuente de conocimiento y libertad, internet comenzó a volverse masivo a finales de los 90, pero pocos sospechaban que se convertiría en parte indispensable en nuestras vidas. 2018 es el primer año en la historia en que más de la mitad de la población mundial, 4.021 millones de personas, tiene acceso a las redes. Sin embargo, como advierte Enric Puig en El Dorado. Una historia crítica de internet (Clave), esa herramienta de libertad e igualdad se convirtió en una maquinaria orientada a monetizar nuestras interacciones. La puntilla fueron las redes, utilizadas hoy por 3.200 millones de personas. Con ellas se produjo una supuesta democratización que derivó en banalización, narcisismo, autocensura y acentuó el miedo a los algoritmos. Las herramientas usadas por Facebook, Google o Apple para condicionar gustos y decisiones, como explica Ed Finn en La búsqueda del algoritmo (Alpha Decay), provocan alarmismo. Como desvela Niall Ferguson en La plaza y la torre (Debate), los dueños de las grandes empresas han creado sistemas casi monopólicos, muy diferentes a aquella panacea que hace dos décadas iba a democratizar el mundo y mejorar nuestra vida.

El #MeToo y la revolución feminista

Un cartel de las Guerrilla Girls

Ni el cambio climático ni el populismo: la verdadera revolución de los últimos veinte años en lo político, social, económico y cultural ha sido el progresivo empoderamiento de la mujer, que culminó, hace un año, con el estallido del #MeToo. Desde entonces, la marea morada es imparable, y si en las dos últimas décadas se habían multiplicado en universidades y librerías, en teatros y museos, en salas de cine y televisión, los debates de género -a partir de clásicos como El segundo sexo, de Simone de Beauvoir (1949), La mística de la femineidad, de Betty Friedman (1963), Política sexual, de Kate Millet (1970)-, hoy la sociedad considera inaceptables actitudes que hace unos años eran asumidas sin problemas. El impacto del MeToo, del ‘Yo también', es tal que según el New York Times en el último año más de 200 personalidades de todos los ámbitos han debido abandonar sus trabajos tras ser acusados de abusos... Mientras los tribunales esclarecen lo ocurrido, las carreras de celebridades como el productor Harvey Weinstein; el cineasta Woody Allen; el poeta Ko Un, eterno candidato al Nobel; Kevin Spacey; Junot Diaz; John Lasseter, el genio de Pixar; el director de orquesta James Levine; el arquitecto Richard Meier... e incluso del científico Francisco J. Ayala, que tuvo que renunciar a su puesto en la Universidad de California por las acusaciones de acoso, agonizan entre rumores y certezas. En la bibliografía esencial reciente, destacan Todos deberíamos ser feministas, de Chimamanda Ngozi Adichie; Monstruas y centauras, de Marta Sanz; Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit; Teoría King Kong, de Virginie Despentes, y Mujeres y poder, de Mary Beard.

El dilema del Clima

Huracán Florence. Foto: NASA

Meteorología extrema (olas de calor, inundaciones, huracanes...), aumento del nivel del mar, deshielo de los polos, deforestación y desertización... Todos estos fenómenos se han demostrado científicamente. Negacionismos aparte, los científicos se han tomado en serio el cambio climático por haber comprendido que en esta coyuntura o se hace algo ahora o habremos perdido las posibilidades de recuperar el planeta para siempre. “La transferencia de la comunidad científica a los sectores políticos y económicos no ha sido fácil”, se lamentaba en El Cultural Christopher Field, catedrático de la Universidad de Stanford y Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento de 2014. Así, abocados a la Sexta Extinción (Drakontos) sugerida por Elizabeth Kolbert, y espoleados por la Verdad incómoda que Al Gore difundió en 2006 en todos los formatos, hemos asistido en estos años a un digno consenso en torno al fenómeno. El ex vicepresidente de Estados Unidos y el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) consiguieron el Nobel de la Paz en 2007, propulsando así una lucha consolidada en foros como la Convención Marco de Naciones Unidas y el Acuerdo de París (COP 21), reconocidos con el Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 2016.

Populismo en auge, sombras del pasado

Hugo Chávez

La victoria del ultraconservador Jair Bolsonaro en las elecciones brasileñas del pasado octubre es el último episodio que confirma el arraigo del populismo, la corriente política más importante de los últimos años. Esquivo a las definiciones, podríamos llamarlo fórmula política extremista que, apelando a la emoción y empleando un lenguaje eufemístico, busca activar los radicalismos latentes en la sociedad. En estado larvario, estalló tras la crisis de 2008 en forma de malestar generalizado y un creciente escepticismo hacia el sistema democrático. Habitual en otras latitudes, como América Latina, como explica Álvaro Vargas Llosa en El estallido del populismo (Planeta), casi todos los países occidentales lo han sufrido recientemente, pero el punto crítico llegó en 2016, cuando la victoria de Trump en Estados Unidos y la decisión de los votantes británicos de abandonar la Unión Europea se sumaron a la elección previa de presidentes europeos como Viktor Orbán y Andrzej Duda, a los que alude José María Lassalle en Contra el populismo. (Debate). Es cierto que en 2017 se frenó su irresistible ascenso, tras fracasar en Francia, Holanda y Austria, pero también que este rebrote de los viejos fantasmas del siglo XX -las extremas derechas e izquierdas, los líderes demagógicos, la xenofobia y el nacionalismo agresivo- constituyen un serio peligro para las libertades, como advierten Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias, (Ariel).

Migraciones y xenofobia

Refugiados sirios e iraquíes llegan a la isla de Lesbos

Uno de los grandes quebraderos de cabeza de las sociedades occidentales son los flujos migratorios masivos que buscan adentrarse en sus fronteras. Les empujan las guerras, el cambio climático, la corrupción crónica, las persecuciones religiosas, el descontrol demográfico... El problema es que los paíseses donde aspiran a iniciar una nueva vida han padecido en los últimos años una crisis económica terrible. En ese contexto, su llegada es vista como una carga y, lo que es peor, como una amenaza. En particular si son musulmanes, debido a la ristra macabra de atentados cometidos por islamistas. Los partidos más reaccionarios, resabios oscuros del fascismo y el nazismo, han aprovechado la coyuntura para azuzar el miedo y, aupados sobre él, alcanzar réditos electorales mayúsculos. Ahí está Matteo Salvini, gobernando Italia con un discurso xenófobo sin paliativos, que ha calado después de que la Unión Europea mirara para otro lado mientras en su territorio entraban irregularmente cientos de miles de migrantes durante años. Testimonios reveladores de este drama son el ensayo Refugiados de Sami Nair (Crítica), las novelas Bienvenidos a Occidente de Mohsin Hamid (Reservoir Books) y La natura expuesta de Erri de Luca (Seix Barral), el documental Fuocoammare de Gianfranco Rosi, y tantos otros.

Líquido, efímero y transversal

Zygmunt Bauman. Foto: M. Oliva Soto

Las certezas de siglos pasados no han resistido más, derrotadas por las circunstancias y la banalidad rampante. Los dogmas y creencias de la cultura y la sociedad han desaparecido en estas dos últimas décadas en las que, anestesiados por el vértigo de lo inmediato y el incesante ruido digital hemos renunciado sin problemas a lo permanente, a lo sólido. Hoy todo es líquido, amoldable a las circunstancias, flexible: el valor del trabajo, la responsabilidad, el compromiso, la creación. Y todo es, además, transversal. Y efímero. El arte, la literatura, el cine, el teatro, no son una excepción. Instalados en un inmenso plató de seudorealidad, consumimos y olvidamos el último drama, la novedad más rutilante, para sustituirla de inmediato sin remordimientos, sabedores de que la satisfacción definitiva es imposible. Hemos comprendido también que somos herederos de siglos de reciclaje cultural. Zygmunt Bauman fue el primero en alertarnos en obras como Modernidad líquida (FCE, 1999), La sociedad sitiada (FCE, 2004) o Tiempos líquidos (Tusquets, 2007), aunque no falte quien, como Steven Pinker, asegure que nunca como ahora el hombre ha tenido tantas razones para el optimismo y la felicidad (En defensa de la Ilustración, Paidós, 2018). Que así sea.

La yihad, ¿una guerra sin final?

Militantes del Daesh entran en Raqa

El siglo XXI comenzaba con los atentados del 11-S, brillantemente explicados por Lawrence Wright en La torre elevada (Debate), que pusieron en el mapa una nueva modalidad de terrorismo masivo asociado al fundamentalismo islamista. Más matanzas, como las de Madrid y Londres, pusieron el foco en Al Qaeda y en su carismático líder Osama Bin Laden, cuyo asesinato en 2011 fue celebrado globalmente, como narra Juan Avilés en El fin de una era (Catarata). Sin embargo, el puesto de paladín del terrorismo islámico fue pronto ocupado por otro grupo integrista, el Dáesh, fundado en 2014, que aprovechando la guerra civil siria logró controlar un amplio territorio, como relata Patrick Cokburn en ISIS. El retorno de la yihad (Ariel). Desde 2015, ha perpetrado atentados en países de varios continentes, especialmente de Asia y África. Y gracias a su método de atentados caseros y captación de miembros en Occidente, países como España, Francia, Alemania o Estados Unidos han sufrido también virulentos ataques. Tras su pérdida de poder en Siria en 2017, gracias a una intervención rusoestadounidense muchos celebran el fin del grupo terrorista, pero como advierte Mikel Ayestaran en Las cenizas del califato (Península), no debemos dudar de que volverá a resurgir.

Una nueva era con la Inteligencia Artificial

Seguitrón de la exposición Nosotros, robot, de la Fundación Telefónica

Lo ha revolucionado todo. La Inteligencia Artificial ha conseguido situarse en el epicentro de la vida social y de la economía. Lo sorprendente de la IA, el giro inesperado, lo que la ha convertido en un fenómeno inevitable, ha llegado de la mano del algoritmo y del Big Data. La IA ha entrado en tromba en nuestras vidas a través de buscadores de internet, redes sociales, móviles, empresas de contratación, plataformas de música, medicina, investigación, tecnología... Stephen Hawking dejó escrito en su libro póstumo Breves respuestas a las grandes preguntas (Crítica) que durante los últimos veinte años la IA se ha centrado en los problemas relacionados con la construcción de agentes inteligentes, sistemas que perciben y actúan en algún entorno: “La inteligencia se relaciona con la capacidad de tomar buenas decisiones”. El gran desafío que se nos presenta entonces es el papel del ser humano ante la nueva realidad. ¿Influirá en los empleos? ¿Tendremos que rediseñar nuestras costumbres? Nos adentramos en un terreno inhóspito en el que no sabemos qué nos vamos a encontrar y dependerá de nosotros construir un paraíso o un infierno. Pero atención, Hawking avisa: “La IA superinteligente sería lo mejor o lo peor que podría pasar en la historia de la humanidad”.

La posverdad y las fake news

Donald Trump

No se crean todo lo que lean o vean: podría no ser cierto, no siempre o no del todo. Es decir, podría ser un fake o una posverdad. Palabra del año para el Diccionario Oxford en 2016, la Real Academia define la posverdad como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Su materia prima son los hechos alternativos, como los bautizó la jefa de campaña de Trump cuando se descubrió que se había inventado un atentado para ganar votos. La campaña del Brexit y el mantra independentista “España nos roba” son otros ejemplos de posverdades asumidas como certezas por una población voluntariamente manipulable. Aunque la posverdad ya ha saltado a las pantallas con documentales como el francés La posverdad rusa. Inside the Russian Info War Machine, es en el ensayo donde se ha multiplicado la reflexión sobre un fenómeno menos moderno de lo que parece. Así, Posverdad, de Lee McIntyre (Cátedra); Trump y la posverdad, de Ken Wilber (Kairós); 21 lecciones para el siglo XXI, de Yuval Harari (Debate); En la confidencia, de Fernández-Porta (Anagrama); Máscaras de la mentira, de Fernández Ferrándiz (Pre-Textos); En la era de la posverdad, de Jordi Ibáñez (ed) (Calambur) y Arden las redes, de Juan Soto Ivars (Debate).

Los nuevos modos de consumo cultural

Las plataformas digitales, ejemplo de nuevo consumo cultural

Internet se desarrolló en los años 70 y 80, pero en España no empezamos a utilizarlo hasta mediados de los 90. Hoy en día, en cambio, hay en todo el mundo más gente con acceso a la red que sin acceso a ella. Y, además, estamos todo el día conectados por obra y gracia de nuestros teléfonos móviles. Esto ha provocado que nuestra manera de consumir cultura haya sufrido una revolución en los últimos 20 años. Ahora llevamos toda la historia de la música (o casi) en una aplicación que cuesta al mes menos dinero que lo que costaba cualquier CD en 1998 -véase Música o nada. Del Walkman a Spotify, una historia de amor (Milenio), de Eduardo Verdú-. Las plataformas digitales de contenidos audiovisuales, como ya anticipaba Jorge Carrión en 2011 en Teleshakespeare (Errata Naturae), han acabado con las dictaduras de las programaciones de televisión, con los videoclubes y quién sabe si harán lo mismo con las salas de cine. Y, en esta batalla entre lo nuevo y lo viejo, parece que el único superviviente va a ser el libro de papel que, a pesar de lo que decían los apocalípticos, no solo mantiene el tipo sino que cada año le recupera al libro electrónico una porción del terreno perdido. De ello hablaron Umberto Eco y Jean Claude Carriére en Nadie acabará con los libros (Lumen).

La deriva nacionalista

Pintada de Banksy en Dover en protesta contra el Brexit

Tras un siglo XX que nos mostró la peor cara del nacionalismo patriótico, con dos guerras mundiales, el siglo XXI ha resucitado el viejo nacionalismo étnico decimonónico, excluyente y separatista, que parecía definitivamente aparcado en un mundo globalizado, como recoge José Álvarez Junco en Dioses útiles (Galaxia Gutenberg). La espita la abrió Escocia con el referéndum de 2014, un movimiento más político y económico que otra cosa que, como explica John Elliott en Catalanes y escoceses (Taurus), proporcionó el marco de actuación para otras manifestaciones como el nacionalismo catalán, tema ineludible en la España de los últimos años. Oleadas de libros como Las cuentas y los cuentos de la independencia (Catarata), de Josep Borrell y Joan Llorach y Cataluña en España (Gadir), de Gabriel Tortella; y el más reciente Con permiso de Kafka (Península), de Jordi Canal, tratan en profundidad un problema perentorio aunque no exclusivo, pues la deriva nacionalista separatista afecta, con mayor o menor virulencia, a muchos otros países como Italia, Francia, Bélgica o Alemania. Sin embargo, tampoco debe perderse de vista otro nacionalismo igual de peligroso, el ultraconservador de estados como Polonia o Hungría y, como advierte, entre otros, Michael Ignatieff en Sangre y pertenencia (Malpaso), los de verdaderos gigantes mundiales donde el sentimiento étnico se tiñe fuertemente de populismo y militarismo: Rusia, China y Estados Unidos.