Matilde Asensi y el enigma Van Gogh
Foto: Greg A. Sebastian
Es posible que si Matilde Asensi (Alicante, 1962) no hubiese leído El subastador de Simon de Pury, Sakura no existiese. Allí, casi de pasada, De Pury mencionaba la historia del multimillonario japonés que tal vez se incineró con un Van Gogh. “Era algo tan fuerte que mi cabeza apenas podía comprenderlo. No podía concebir que nadie destruyera conscientemente una obra de arte. Me sobrepasaba”, afirma la autora. La historia es conocida. En 1990 el empresario Ryoei Saito adquirió en una subasta en Christie's el Retrato del doctor Gachet por 82,5 millones de dólares, y el Moulin de la Galette de Renoir. Pensaba donarlos al Estado pero cuando le obligaron a pagar 24 millones de dólares en impuestos anunció que tras su muerte se incineraría con ellos para que su familia no fuese arrasada de nuevo por la avaricia del gobierno. Arruinado, fue condenado por corrupción y encarcelado y su empresa acabó malvendiendo el Renoir. Murió en 1996, pero del Van Gogh no se supo nada hasta que en 1999 el MoMA, que preparaba la exposición De Cézanne a Van Gogh: la colección del doctor Gachet, confesó que no había podido encontrar rastro alguno del último retrato pintado por el genio holandés, en 1890. Incapaz de aceptar que la historia acabara así, Asensi decidió embarcar en Sakura a siete personajes capaces de superar las pruebas más peligrosas, de las catacumbas de París a las entrañas de Japón. Cada uno de ellos -Hubert, un galerista holandés arruinado; Oliver, artista callejero inglés; la pintora italiana Gabriella Amato; John Morris, un manitas estadounidense; Odette Blondeau, enfermera francesa, y el patrocinador de la aventura, Ichiro Toga- tiene una habilidad que le hace único y justifica su presencia en el mayor rescate de la historia del arte."Los especialistas saben cómo era en realidad Van Gogh, pero el público tiene una imagen distinta y nada puede taladrar esa imagen de víctima y santo"La primera pista aparece en el sótano de la tienda del legendario Julien Tanguy, dueño de una tienda de material de pintura que ayudaba a los impresionistas a cambio, en ocasiones, de alguna obra. Allí encuentran una reproducción del retrato que Van Gogh hizo al comerciante, clave para solucionar el enigma del Retrato del doctor Gachet. Y comienza el juego, que les llevará a un cementerio japonés, al refugio de un samurai o a una casa de geishas, para superar peligrosísimas pruebas en varias escape room. La novela salta además del arte urbano contemporáneo (Blek le Rat) al delicado Hiroshige, presente en el retrato de Tanguy. “A Hiroshige lo conocí gracias a un regalo de cumpleaños. Alguien me regaló hace seis o siete años el maravilloso libro Cien famosas vistas de Edo y pasé horas y horas contemplando aquellas increíbles láminas que cortaban el aliento por su belleza. Era lógico que el francés Blek le Rat apareciera en París y fue Van Gogh quien copió a Hiroshige en el Retrato de Julien Tanguy”.
Pistas dolorosas
Cada fragmento del retrato de Tanguy es una pista, dolorosa y sorprendente. Teniendo claro desde el principio cuál iba a ser el impactante final, la novelista asume lo mucho que se ha divertido “enmarañándolo todo a sabiendas. Eso es lo bueno de sentarte a escribir teniendo la historia completa: disfrutas del privilegio de poner velos ante los ojos del lector, de cegarle aquí, de darle una pista allá, de volver a taparle los ojos, de destapárselos de nuevo... ¡Es increíblemente divertido!”. Con todo, quizá lo más asombroso de la novela es cómo destroza muchos de los mitos que rodean al pintor holandés. Poco a poco, va desmontando al santo Van Gogh para presentarnos al hombre violento, arrogante, mezquino y brutal que realmente fue. “Desde luego -confirma Asensi-. Lo más sorprendente es que los especialistas parecen saber perfectamente cómo era en realidad, cómo se comportaba y cómo su horrible carácter determinó e influyó su trabajo y su obra. Sin embargo, el público en general (entre el que me incluyo hasta la lectura de la biografía de Steven Naifeh y Gregory White Smith) tiene una imagen completamente diferente del artista y no hay nada que pueda taladrar esa imagen de víctima y santo que creó su cuñada, Jo Bonger, la mujer de Theo, que se encontró viuda al poco de casarse, con un bebé, sin recursos y con seiscientos cuadros pintados por Vincent que nadie quería. Fue una mujer increíblemente inteligente que organizó ella sola una magnífica campaña de marketing publicando una versión muy resumida, censurada y maquillada de las cartas entre los dos hermanos Van Gogh. Desde luego, siempre tendremos que agradecérselo, por muy interesados que fueran sus motivos”.El Retrato de Jules Tanguy es una de las claves de la novela de Asensi