Image: Todo el mundo miente

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Letras

Todo el mundo miente

Seth Stephens-Davidowitz

3 mayo, 2019 02:00

Seth Stephens-Davidowitz Traducción de Martín Schifino. Capitán Swing. Madrid, 2019. 296 páginas. 19 €

Las matemáticas pueden ayudar, por ejemplo, a detectar la probabilidad de que en una ciudad se produzca un atentado terrorista. Unas semanas después de la masacre en la ciudad neozelandesa de Christchurch y apenas unos días de la de Sri Lanka, leo en este interesante libro del experto en datos Seth Stephens-Davidowitz (Nueva Jersey, 1982), Todo el mundo miente, algo extraordinario. Para una ciudad de un millón de habitantes (Christchurch tiene 362.000) que cuente con una mezquita, las probabilidades de que alguien que NO introduce en el buscador “matar musulmanes” ataque esa mezquita son de 1 entre 100.000.000. En cambio, las de quienes SÍ introducen en el buscador “matar musulmanes” son de 1 entre 10.000. Supongamos ahora que la islamofobia se dispara y que las búsquedas de “matar musulmanes” pasan de 100 a 1.000. La respuesta adecuada, dice Stephens-Davidowitz, no sería detener a los individuos que efectúan la consulta, sino extremar la protección de la mezquita local, dado que hay más individuos con probabilidad de atacarla. En el caso del antiguo Ceilán, el Gobierno no sólo debería haber atendido de forma efectiva las alertas de la inteligencia india; además, estas técnicas habrían sido útiles para predecir las matanzas. Incluso, a pesar de la menor incorporación de su población a la corriente digital.
Este libro nos advierte de la disparidad entre lo que aseguramos de nosotros mismos y lo que muestra el ojo de la cerradura digital
Pero es cuestión de tiempo. Apenas han transcurrido unos años desde que sabemos, a ciencia cierta, que los rasgos más íntimos de nuestra personalidad son deducibles a partir de los inadvertidos rastros que dejamos en el mundo digital. Esos ingenuos “me gusta” que regalamos a Facebook sin pensar, pueden predecir nuestra orientación sexual, raza, religiosidad, puntos de vista políticos, rasgos de personalidad, inteligencia, felicidad, abuso de substancias, estado civil, edad... Uno de los autores del trabajo pionero que desveló el hallazgo por primera vez, publicado en la revista científica PNAS en 2013, fue el joven David Stillwell. Este experto en psicometría empezó a divisar el potencial, y aun el peligro, que entrañan los datos de las redes sociales, incluyendo las áreas políticamente más sensibles, lo que terminó coagulando en el escándalo de Cambridge-Analytica. Si esta investigación logró asociaciones muy sólidas entre rasgos y “me gustas” basándose en una muestra de 56.000 voluntarios, sólo hay que imaginar el poder predictivo de contar con una base de datos con cientos de millones de usuarios en todo el planeta. Desde luego, los grandes datos tienen usos potenciales más positivos que manipular y ganar elecciones, reducirnos a tribus digitales con gustos, creencias y estilos de vida sui generis, o ayudar al Partido Comunista Chino a vigilar concienzudamente a sus ciudadanos (tal como revelan las últimas tendencias en apps totalitarias e iliberales para controlar a la población). Lo cierto es que todo indica que los datos van a ser simplemente la materia bruta de las peores y mejores empresas humanas.

Los grandes datos tienen usos potenciales más positivos que manipular elecciones o reducirnos a tribus digitales

Los macrodatos nos advierten de lo que puede pasar antes incluso de que nadie pase a la acción. ¿Recuerdan Minority Report, de Spielberg? Tres psíquicos, empleados del Gobierno, se ocupan de detener criminales (en potencia) antes incluso de que se hayan planteado la idea de cometer el crimen. Avanzado el siglo XXI, los psíquicos están desacreditados y los macrodatos son la gran revelación. Las operaciones de búsqueda en internet y otros rastros online arrojan una luz nueva y poderosa sobre las intenciones y deseos que cobijan las mentes de la gente. Nunca jamás hemos tenido una información a nuestro alcance con tan vastas consecuencias. Un experimento diario, no invasivo y ofrecido sin reticencias. Nadie juzga ni reprocha. En la intimidad del ordenador, la humanidad consigna trillones de datos de impresionante valor combinatorio. Y son datos “honestos”, que dicen la verdad sobre qué quiere y hace la gente en realidad. Porque todo el mundo miente. Sobre la frecuencia de sus relaciones sexuales, sobre sus hábitos de vida saludable, sobre sus prejuicios religiosos o raciales. Cuanto menos directas son las encuestas, más sinceras son. Las que se hacen por internet son menos falsas que las telefónicas, y éstas, a su vez, menos que las personales. Hay una gran tendencia a engañar a los encuestadores, incluso en encuestas anónimas. Si no hay incentivos para decir la verdad, se fantasea. Lo aprendió muy bien Netflix cuando descubrió que no era verdad que los usuarios quisieran documentales y cine clásico. Eso decían, pero veían otras cosas. La inteligencia de datos tiene la capacidad de reemplazar las corazonadas, las ocurrencias, las ideas preconcebidas y las correlaciones torpes por cosas que de verdad funcionan y lo hacen causalmente. Los macrodatos nos ayudarán a detectar epidemias de gripe u oscilaciones del mercado inmobiliario a partir de las consultas. El autor puso un día la tasa de desempleo de EE.UU. de los años 2004 al 2014 en Google Correlate. De los billones de búsquedas, ¿cuáles guardaban más relación con el desempleo? Cierto, “oficina de desempleo” y “empleos nuevos” tenían muchas visitas. Pero la más alta coincidía con un sitio pornográfico. Tienes tiempo libre, te aburres y ¿qué haces? Un surtido de búsquedas relacionadas con el entretenimiento puede seguirle la pista a la tasa de desempleo real con una fiabilidad extraordinaria.
Seguiremos mintiendo, pero el Big Data dirá la verdad. Y ese ojo de la cerradura mostrará cosas “pertubadoras”
Pero esa no será la gran revolución. Los macrodatos nos darán una comprensión de noso-tros mismos nunca imaginada que va a tambalear muchos de nuestros supuestos. Cuando la gente se queda sin trabajo no se incrementa el conflicto social ni el odio al inmigrante. Esto ya nos lo decía Adolf Tobeña en su libro La pasión secesionista. No es la crisis, es otra cosa. Más profunda, más secreta, más inconfesable. Veremos que muchas veces los estereotipos resultan ser ciertos: un hombre que busca información sobre Judy Garland tiene tres veces más posibilidades de buscar pornografía gay que hetero. Sí, seguiremos mintiendo, pero el Big Data dirá la verdad y algo tendremos que hacer. Los próximos “filósofos de la sospecha”, los Marx, Freud y Foucault del porvenir, serán científicos de datos y empiristas de las redes sociales. Se confirmará la disparidad, largamente sospechada, entre lo que aseguramos de nosotros mismos y lo que ese nuevo ojo de la cerradura digital mostrará. Y veremos cosas que, según dice el autor, serán “perturbadoras”. Cosas que probablemente no saben y les saltarán a los ojos en este libro. Cosas contra las que la indignación moral, personal o de grupo, no tendrá nada que opinar. Porque nadie lo ha dicho y lo han dicho muchos. Pero siempre podremos matar al mensajero. @gimenezbarbat