Canciones para el incendio
Juan Gabriel Vásquez entrega un magnífico libro de relatos sobre el destino y el recuerdo
10 mayo, 2019 02:00Con Canciones para el incendio, Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) entrega un magnífico libro de relatos que parecen explorar determinados instersticios localizables en sus novelas anteriores, siempre atravesadas por la recurrencia de la memoria individual y colectiva, el significado histórico de la violencia, y la relación controvertida de la literatura con la verdad. Encabezado por dos citas de Borges, una de ellas resume con especial precisión el gesto narrativo más reiterado en el libro, que es el de identificar recuerdo y destino. No se trata, por supuesto, de una igualdad matemática: en estos textos, ni el destino adopta siempre una forma cerrada ni, sobre todo, los recuerdos son unívocos. Alguno pertenece al narrador, otros son convocados a través de la lectura de libros o noticias periodísticas, y lo más frecuente es que esos recuerdos lleguen en las voces de quienes los vivieron y ya no saben muy bien qué hacer con ellos.
Como sea, en Canciones para el incendio asistimos a la emergencia de nueve territorios del pasado que se resisten al olvido, a nueve finales que quiebran arquetípicamente al lector, a nueve aplicaciones de una misma fórmula. Esto último, que podría ser una recriminación, me parece justificado: una vez y la siguiente y la siguiente también, el tiempo repite sus argucias.
Con 'Canciones para el incendio', Vásquez entrega un magnífico libro de relatos sobre el destino y el recuerdo
Es interesante comprobar que el primer relato, “Mujer en la orilla”, empieza con una alusión a la escritura como deseo (“siempre he querido escribir la historia que me contó la fotógrafa”), y que la primera página del último, esa maravilla que da título al conjunto, reconozca en la escritura una forma de deber (“debo contarlos todos, todos los comienzos o todas las historias, para que ninguno se me escape, porque en cualquiera de ellos puede estar la verdad”). Ese tránsito, que puede resultar paradójico a primera vista, guarda una precisa analogía con el cruce entre recuerdo y destino que hemos mencionado antes: todo confluye en la palabra y la ficción, últimas salvaguardas frente al derrumbe de la historia de Colombia sobre sus ciudadanos, frente al incendio del hogar o de la esperanza. Todos estos son los acordes que convierten este volumen en un libro coherente, vertebrado, casi perfecto (también, ciertamente, de corte “clásico”, y aquí ya entra en juego el imperio del gusto).
“Canciones para el incendio” es el relato más extenso. También el más devastador. Reverberación explícita de la anterior novela del autor, La forma de las ruinas, sus páginas trazan la historia medular de la Colombia del XX a partir de la memoria de una mujer, Aurelia de León, que quiso ser un individuo libre y sólo logró ser un recuerdo para su hijo. “Mujer en la orilla” y “Las ranas” también ponen en el centro a mujeres y a Colombia, y son excepcionales; ambos inciden en la idea de que no hay secreto que no regrese, ni vida sin una dimensión de farsa (“tuvo lástima de ese hombre inexistente”, se nos dice de un personaje que piensa en sí mismo).
Me ha entusiasmado “Las malas noticias” porque sabe apresar el significado casi legendario de Rota y sus fricciones culturales, y también porque tiene un giro final bellísimo y cínico a partes iguales. “Los muchachos” podría firmarlo un joven Vargas Llosa, tal vez con un punto extra de sentimentalismo. “El doble” es el más confesional, “El último corrido” el más efectista, “Aeropuerto” el más circunstancial, “Nosotros” el más discreto. Pero ninguno sobra.