Foto: Jacek Kołodziejski

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Letras

Olga Tokarczuk, la imaginación al servicio de un mundo mejor

La escritora, Premio Nobel de Literatura 2018, reivindica una literatura de ficción que bebe de las fuentes de la imaginación, sin dejar de estar totalmente inmersa en los problemas de su tiempo y comprometida en luchar por un mundo mejor

11 octubre, 2019 10:25

Casi una veintena de libros, diecinueve para ser exactos, son los que han hecho que la escritora polaca Olga Tokarczuk se hiciera merecedora del Nobel de Literatura de 2018. Diecinueve libros y treinta años de escritura.

La autora, nacida en 1962, se iniciaría en los lances de la literatura con pequeños relatos en revistas literarias ya en 1979, si bien su primer libro, en 1989, sería un libro de poemas –La ciudad en los espejos– que acompañaba una revista literaria. ¿Por qué será que no sorprende que un autor polaco se adentre en la literatura precisamente a través de la poesía? Cuatro años más tarde publicaría su primera obra en prosa, pero no sería hasta la publicación en 1996 de Un lugar llamado Antaño, su cuarto libro, cuando se convertiría en una escritora de referencia, y también de culto, en las letras polacas. Esa obra, la primera traducida al español, publicada en la editorial Lumen y traducida por Esther Rabasco y Bogumila Wyrzykowska (en 2001 aparecería la traducción al catalán de Anna Rubió y Jerzy Slawomiski en Edicions Proa), habría de permitir entrever al lector en nuestra lengua algunos de los rasgos fundamentales de la escritura de Tokarczuk, entre los que destacarán el cuidado del lenguaje, el intento de forzar los límites de la propia lengua, la construcción de mundos entre realidad y ficción –que permitirán verla como representante de lo que podríamos denominar un “realismo mágico” centroeuropeo, eslavo– y que se irán conformando a partir de formas menores entrelazadas, entretejidas, y reunidas y agrupadas en un todo mayor, que será siempre el libro final que llegue al lector.

De ese interés por la forma corta, por el relato, en el marco de una literatura como la polaca que parece haber ido perdiendo el aprecio por un género al que se diría que ha dado la espalda y en el que cuenta, sin embargo, con grandes maestros, darán explícitamente fe en el caso de Tokarczuk varios de sus libros posteriores [El armario (1997), Música en varios tambores (2001), Últimas historias (2004), Cuentos extraños (2018)]. Digo explícitamente, porque como he mencionado muchas de sus otras obras pueden ser vistas también como un conjunto de relatos que acaban formando un todo.

En 2007 publicaría una de las obras que más satisfacciones le han supuesto y probablemente con una gran importancia para la obtención del galardón que acaba de recibir. Los errantes, de próxima aparición en España –tanto en español (editorial Anagrama y traducción de Agata Orzeszek), como en catalán (editorial Rata y traducción de Xavier Farré)- le supondría, tras su traducción al inglés, la obtención del Booker 2018, obra en la que el concepto del viaje, el viaje como tal se convierte en el protagonista real de la novela, construida, una vez más con “formas cortas”, pequeños relatos, fragmentos de conversaciones, historias a medio contar, etc., etc.

La segunda novela conocida por el lector en español, Sobre los huesos de los muertos, publicada en Polonia en 2009, es presentada por muchos como una novela negra con una marcada defensa de la ecología, de respeto del medio ambiente, del feminismo, y una crítica del antropocentrismo, del patriarcado, una vez más podría ser vista como una serie de relatos concatenados que en esta ocasión nos remitirían  a la propia estructura del género gracias a los diferentes crímenes y a las diferentes ramificaciones en los que nos vamos adentrando de la mano de los distintos personajes. Esa edición en español, que apareció en 2015 en México (editorial Océano, traducción de Abel Murcia) se reeditaría en 2016 en la editorial Siruela en España. La versión inglesa de la obra vuelve a ser candidata al Booker de este año y la adaptación cinematográfica de la misma le valió a su directora, Agnieszka Holland, el Oso de Plata en la Berlinale de 2017.

En 2014, Tokarczuk publicaría Los libros de Jacob, una obra monumental de más de 900 páginas en torno a la figura de Jakub Frank, mesías judío de las tierras del este de la Polonia del siglo XVIII en la que recrearía el ambiente de aquella época.

En unos tiempos en los que el panorama editorial polaco –tanto de obras originales como de obras traducidas– parece girar en torno a tres grandes ejes, la novela histórica, el best-seller y la literatura non-fiction, heredera esta última, de manera directa o indirecta de la obra del mayor representante del género en Polonia, Ryszard Kapuscinski, Olga Tokarczuk sigue reivindicando con su quehacer literario una literatura de ficción que bebe directamente de las fuentes de la imaginación y que no tiene otros límites que la propia imaginación, sin dejar por ello, eso sí, de estar totalmente inmersa en los problemas de los tiempos en los que le ha tocado vivir y comprometida en luchar por un mundo mejor.

Quizá por eso, por esa forma de construir sus novelas, de organizarlas, no puedo de dejar de pensar en El Quijote y en Cervantes como uno de los posibles referentes de la autora polaca.

Olga Tokarczuk, que huye de falsas modestias, declaraba ayer desde Alemania, desde Bielefeld, ciudad en la que se encontraba para asistir a un encuentro con sus lectores, que se sabía una buena escritora, pero que estaba lejos de imaginar poder llegar a recibir un premio como el Nobel. Pasaba a compartir así la sorpresa que manifestara esa otra Nobel polaca de literatura, Wislawa Szymborska, en 1996, y se convertía en el quinto premio Nobel de literatura para un autor polaco y en la decimoquinta mujer en recibirlo.  

Criticada en su país por algunos de los sectores más conservadores, que parecen defender un uso utilitario de la literatura y que parecen concebirla únicamente como fuente posible de exaltación nacional, por lo que no ven con buenos ojos aproximaciones críticas a diferentes aspectos de la historia o de la realidad polacas, que solo sirven, en su opinión, para forjar una imagen negativa de Polonia, el Nobel de Tokarczuk ha sido acogido por la mayoría  de los lectores polacos -no en vano es una de la escritoras más leídas- con extrema alegría. Al mundo hispanohablante le toca ahora encontrar –en nuevas traducciones, en nuevos libros- la forma de compartir esa alegría.