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Letras

Festín literario a cuenta de Pablo Katchadjian

Solo con unas cuantas líneas de 'Qué hacer' y 'Tres cuentos espirituales' ya entendemos que asistimos a un sueño de sueños, paisaje onírico multiplicado, reinterpretado y hasta parodiado

13 enero, 2020 00:50

Qué hacer / Tres cuentos espirituales. Pablo Katchadjian.

Hurtado & Ortega. Barcelona, 2019. 110 y 142 pp. 16 € y 16,50 €

Es difícil ser preciso a la hora de explicar la literatura de Pablo Katchadjian (Buenos Aires, 1977). De hecho, juraría que eso es parte esencial de sus dispositivos: obligar al lector a moverse en ese plano de imprecisión o indeterminación sin que, por otra parte, llegue a sospechar jamás que hay arbitrariedad en sus piruetas. Katchadjian lleva años siendo un autor de culto en su país, en parte por sus heterodoxias en el trato con el canon nacional: son míticos sus libros El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (2007) y El Aleph engordado, que le valió afrontar una lamentable polémica con María Kodama, representante por excelencia del propietarismo aplicado a la literatura. Sin embargo, en España era tan citado como editorialmente inédito: la circunstancia queda resuelta con el estreno de una “Biblioteca K.” en el sello barcelonés Hurtado & Ortega, que se inaugura con dos obras, Qué hacer y Tres cuentos espirituales (la primera fue su debut narrativo; la segunda es de este año).

Luego vendrán otros títulos, y los leeremos todos. Al leerlos, nos haremos preguntas. Por ejemplo, esta: ¿por qué es tan fácil pensar en múltiples referencias mientras devoramos a Katchadjian, por ejemplo Aira, Borges, Perec, Kafka, el folclore europeo medieval, si al mismo tiempo crece en nosotros la idea de que esas referencias no explican nada, son pistas falsas, quizás deliberadamente falsas, tanto más cuanto más explícitas? O esta otra: ¿en qué consiste y a qué responde ese ritmo endiablado de sus historias, acumulativas, a la fuga, vertiginosas incuso cuando entran en bucles extrañísimos, verdaderas narraciones screwball? No se detiene nunca Katchadjian, sus frases saltan antes de poder fijar cualquier certeza.

Me río mucho con la escritura de estos dos libros. Me parecen un festín. En ellos hay un poeta puñetero

Quizás sea que este escritor tiene una noción limítrofe de lo literario. Así, Qué hacer arranca cuando el narrador y su amigo Alberto, profesores en una universidad inglesa, tienen que responder a la siguiente pregunta: “Cuando los filósofos hablan, ¿lo que dicen es cierto o se trata de un doble?”. Solo necesitamos unas cuantas líneas más para entender que vamos a asistir a un sueño de sueños, paisaje onírico multiplicado, reinterpretado y hasta parodiado, pero que siempre se sitúa en el límite entre la verdad del filósofo y su doppelgänger o copia. En ‘El Libro’, uno de los Tres cuentos espirituales, hay un Santo que se reconvierte en librero para salvar la vida, pero que luego quiere volver a su identidad primigenia para descubrir que ya solo puede ser la copia del Santo, y luego se refugia de nuevo en su librería, sin escapar nunca jamás de la terrible sospecha de ser, ahora, la copia del Librero: como se ve, no es un texto que pueda entusiasmar a María Kodama, pero sin duda se instala en un límite sospechosamente parecido al que he mencionado antes. En realidad, y esto es confesión del propio Katchadjian, el mismo adjetivo “espirituales” del título tiene mucho de límite o cruce entre “la pérdida y la ganancia”, puesto que hoy ha perdido su significado noble y ha ganado un significado publicitario, consolador, con regusto a coaching e imagen de marca empresarial. “Lo que me interesa”, dice Katchadjian (quizás sin captar que, como señaló Jünger, el verbo “interesar” también perdió su sentido estrictamente económico para ganar un sentido vago y genérico que, me temo, no logra borrar su muy interesado sentido original), “es que uno se vea obligado a pensarla [la palabra] cuando la dice: vibra si no se la piensa. Pero también vibra cuando se la piensa”. En fin, Katchadjian no es mucho más preciso que sus críticos cuando se trata de pensar a Katchadjian. Pero la idea de límite parece plausible: reténganla, y añadan otro matiz: una disconformidad innegable con la estupidez del lenguaje contemporáneo.

Debo decir que yo me río mucho con la escritura de estos dos libros. Me parecen un festín. En ellos hay un poeta puñetero que todo lo pone patas arribas, y un gigante que conduce a un tal Cooper hasta un puente rojo que sirve para pasar “al otro lado” (o yo soy un lynchiano enfermizo, que también, o aquí hay un guiño a Twin Peaks que, por lo demás, es otra pista falsa). Hay reiteraciones y culs-de-sac que pudo imaginar Ionesco. Hay un bebé con cabeza de vaca. Hay líneas de puntos que, seguidas obedientemente, conducen a más puntos.

@Nadal_Suau