Matsuo Basho, la cima del haiku
Beñat Arginzoniz traduce la 'Poesía completa' de Matsuo Basho. De las 1.012 composiciones incluidas en el volumen, cerca de setecientas carecían aún de versión española
3 marzo, 2020 06:27Matsuo Basho (Ueno, 1644 - Osaka, 1694), cima de la poesía japonesa, es el más reputado creador de haikus. Hijo de un modesto samurái, recorre a pie buena parte de su país. En su vida confluyen dos imágenes: la del artista errante y la del pensador recluido en una cabaña. Pertenece a la escuela llamada Danrin. Ezra Pound, los imagistas, la Generación Beat y no pocos escritores europeos reconocen la influencia literaria de Basho.
Beñat Arginzoniz ha traducido la Poesía completa de Matsuo Basho. Además de cuidar la edición del libro, aporta exégesis, abundantes datos biográficos del poeta y notas al pie de cada haiku. De las 1.012 composiciones incluidas en el volumen, cerca de setecientas carecían aún de versión española. Ello se debe a que hasta el año 2008 los investigadores japoneses no pudieron recopilar todas las páginas del autor. En la adaptación castellana de los versos, Arginzoniz respeta la métrica ortodoxa del haiku (5/7/5) y divide la obra de Basho en siete partes. La primera de éstas reúne cincuenta y tres poemas de juventud. El yugao, la azalea y el sauce son combinados con la nieve, el granizo y la luna para describir cambios de ánimo. Ya hallamos en los inicios el refinamiento y la burla característicos del escritor: “La gente pobre / a veces os ve el alma, / flores del cardo”.
Las secciones segunda y tercera del libro contienen los textos de un poeta profesional que vive retirado en la Naturaleza. Todavía sin cumplir cuarenta años, Matsuo Basho logra prestigio y cuenta con discípulos. Transmite libertad, rompe tópicos e incluso transgrede una norma de la composición de haikus: escribir en presente. El junco, las hojas muertas o el cedro pueblan su paisaje poético. También el caballo, la grulla, el cuco, la araña. Nombra los lugares que contempla. Camina con sus sandalias rotas y se considera un ermitaño. Anota: “Quizá ese monje / que avanza lentamente / sea yo mismo”. Sus palabras juntan a criados, sacerdotes y prostitutas. Al monte Fuji, símbolo de Japón citado con frecuencia en los versos de Matsuo Basho, lo acompañan los templos de la montaña Hiei o el personaje Urashima.
Los apartados cuarto, quinto y sexto de la obra nos ofrecen impresiones de los viajes del escritor. Expresados de manera depurada, los 588 haikus concentran una gran variedad de estados psicológicos. Los destellos poéticos surgen de la observación de una tumba, un telar, una cascada, un aguacero, una correhuela. El vagabundo duerme al raso, visita un pozo, siente a los segadores desde una vivienda rodeada de maleza y escucha el rumor de la carcoma. Se fija en el comportamiento de los animales. Se refiere a los gemidos de los perros, el llanto de un mono y los chirridos de las cigarras que “perforan rocas”. El poeta nutre su lucidez con las experiencias cotidianas. De repente, un paisaje le recuerda a SeiShi, concubina que trastornó a un rey. ¿Cuál es el propósito de mezclar humor, delicadeza y celebración de cada instante? “Para Basho la poesía es un camino hacia una suerte de beatitud instantánea y que no excluye la ironía ni significa cerrar los ojos ante el mundo y sus horrores”, nos dice Octavio Paz en Los signos en rotación. El Premio Nobel mexicano consigue que reparemos en otra de las aportaciones del japonés. Frente a la invención verbal, puro ingenio, de los clásicos (Paz se refiere a Matsunaga Teitoku), destaca un matiz: “Al leer a Basho, nuestra sonrisa es de comprensión y, no hay que tenerle miedo a la palabra, piedad”.
La séptima sección del libro se titula “Basho descubre el secreto de la grandeza en la vida y en la poesía”. El apartado agrupa los más de doscientos haikus que Matsuo Basho compuso durante los dos últimos años de su vida. Un ruiseñor canta a la vejez y el poeta se sabe enfermo. Mira rostros ebrios, un puente lleno de escarcha, un sauce herido que se inclina sobre su llaga. La Naturaleza es ahora un espejo donde queda reflejada la despedida del escritor que medita. Las flores del trigo le parecen un “sol borroso”. Los crisantemos fríos, la sombra de un visitante y el polvo en el arpa le imponen su tristeza. Los versos finales contienen bastones, máscaras, pieles secas, un camino oscuro. El artista cancela la fiesta y menciona un viento largo. Su sueño cruza páramos. Luego escucha las voces de unos hombres en el ocaso. A pesar de su fama de sabio, Basho confiesa: “Envejeciendo / pasados los cuarenta. / Lo ignoro todo”.
Editada con esmero y tapa dura, la Poesía completa de Matsuo Basho incluye varias ilustraciones. A mi juicio, Beñat Arginzoniz hace gala de un trabajo tan riguroso como plausible.
Poemas de Basho
Cerezo en flor.
Ojalá no te toquen
dedos de viento.
Un relámpago.
El grito de la garza
iluminada.
Sauces dormidos
sueñan que tienen alma
de ruiseñores.
Seguramente
será como esta tarde
el otro mundo.
Con lluvia y niebla
no se ve el monte Fuji
y es más hermoso.
Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.
En vez de flores,
desde lo alto del árbol
cayó un cadáver.
El mar ya en sombra,
los gritos de los patos
son casi blancos.
De los valientes
soldados sólo quedan
hierbas de un sueño.
Venid, amigos:
¿Quién me compra un sombrero
lleno de nieve?