Mario Benedetti, compromiso y puente
El poeta uruguayo llevó su compromiso no sólo a los grandes acontecimientos históricos, sino a los pliegues de la verdad humana y al amor. En el centenario de su nacimiento, uno de sus mejores amigos, el también poeta Luis García Montero, recuerda al hombre y al creador de versos
3 agosto, 2020 08:45Dámaso Alonso acuñó la idea de una difícil sencillez para hablar de las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. Bajo la naturalidad suele esconderse un trabajo sigiloso, una raíz de elecciones profundas que unen el tono de las palabras con la vida que se quiere elegir. Cuando leo los estudios críticos que publicó Mario Benedetti, compruebo hasta qué punto fue siempre el heredero del rigor alemán en el que se educó. Sus ideas políticas y poéticas tampoco fueron nunca un fruto de la fe ingenua. Nacieron en él con un equipaje de precauciones vividas.
“Tener un enemigo es saludable / es útil revisar la trayectoria / a ver si en un poquito o en un mucho / tiene razones para su diatriba”, escribió en Testigo de uno mismo, el libro que elaboró poco antes de cumplir noventa años para hacer un ejercicio de conciencia sobre la historia del siglo XX en la que había participado como escritor militante. “Acompañado de mi soledad” confiesa Mario. La mirada poética necesita hacer de la soledad una compañía. Cada palabra permite usos distintos según las manos que las escriban, los labios que las pronuncien y los ojos o los oídos que la reciban.
La soledad puede aludir a un sentimiento propio del mundo deshumanizado donde las multitudes son cuerpos que no se sienten próximos y los barrios y los ascensores reúnen a personas sin vínculos, gente acostumbrada al anonimato o a los espectáculos superficiales de la vida. Pero la soledad alude también a la voluntad de no dejar que se diluyan la conciencia propia y la palabra personal en las corrientes de los dogmas y en unas costumbres demasiado imperativas. Las homologaciones son muy peligrosas cuando se llevan por delante la virtud o el pudor de los individuos.
Había muchos motivos para que la gente de mi edad comprometida con la izquierda admirase a Mario Benedetti
Conocí a Mario Benedetti en los primeros años 80. Creo que fue en La Tertulia, el bar de copas de Tato Rébora, amigo argentino que había tenido que huir de la dictadura y que después de un acelerado paso por Suecia dio con su vida en la noche de Granada. En La Tertulia nos reuníamos con una disciplinada alegría la gente relacionada con la cultura de izquierdas. España acababa de salir de su propia dictadura y el futuro esperaba al borde de cualquier amanecer, dispuesto a ser discutido por los viejos luchadores contra el franquismo, los jóvenes que querían llevarse el mundo por delante, los poetas que empezaban a pisar los ambientes literarios y los profesores y alumnos de la universidad que alargaban sus discusiones teóricas sobre el bien y el mal fuera de las aulas con una copa en la mano. Contábamos además con la periódica ilusión de los visitantes ilustres.
Había muchos motivos para que la gente de mi edad comprometida con la izquierda admirase a Mario Benedetti, autor querido que llenaba los salones de actos de Madrid o de cualquier ciudad española y que formaba parte de la educación sentimental de numerosos jóvenes. Su poesía y sus narraciones, atentas a la vida cotidiana de la gente normal, formaron enseguida parte de mis lecturas, igual que sus ensayos de crítica literaria. La búsqueda de la sencillez fue uno de los motivos que despertaron mi complicidad de lector.
Los años 70, como reacción a la poesía social de las décadas anteriores, había acentuado el gusto por la lírica de carácter culturalista y experimental, la espuma de figuras identificadas con el elitismo o con las glorias del maldito. Las polémicas literarias suelen favorecer los extremos y los jóvenes nos formamos en las polémicas por necesidad de elección, aunque la madurez facilite después los terrenos intermedios. Al principio de los años 80, en España, la tradición machadiana, un poeta con voz cívica, más partidario de tratar personalmente la lengua de todos que de participar de las cosméticas de la actualidad literaria, un hijo de vecino y no un elegido de los dioses, necesitaba referencias y puentes para cruzar de vientos. Los Poemas de la oficina de Mario fueron uno de esos puentes.
Benedetti llevó su compromiso no sólo a los grandes acontecimientos históricos, sino a los pliegues de la verdad humana, al amor
Mario Benedetti había querido llevar su compromiso no sólo a los grandes acontecimientos colectivos, sino a los pliegues de la verdad humana, al amor, a la tristeza y a las debilidades y los miedos. Lo público, lo privado y la intimidad pertenecen por igual a la historia. Ese es el eje en el que sostuvo su escritura. Los recuerdos, el presente, la inevitable realidad de sentir y la conciencia en la obligación de decidir se reúnen para convertir la propia sentimentalidad en un esfuerzo de conocimiento.
Así lo condensó al final de su vida en Testigo de uno mismo, al reconocer la tarea poética como una labor de “Penetrar en mí” o de “remar en mi querido arroyo / hasta llegar al mar de la conciencia / y preguntar después al cielo gris / si tiene datos sobre mi destino”. Hay mil tentaciones para ponerse a salvo, mil recursos que justifican cerrar los ojos a los vaivenes de la historia, los enigmas del hoy y las apuestas difíciles que después se pagan con vacíos y vergüenzas. Por eso resultó imprescindible la prevención lírica de la autovigilancia.
Mario fue una persona honesta y muy generosa. Con el paso de los años, disfruté con naturalidad de su compañía madrileña junto a Chus Visor, Juan Cruz o Benjamín Prado. Pero todavía en la época del deslumbramiento, muy al principio, cuando me buscaba a mí mismo en los demás, el joven que yo era tuvo la suerte de contar con su ayuda, aceptó invitaciones en mi universidad, presentó en Madrid mi libro Diario cómplice con un texto que después se publicó, y que hoy me llena de orgullo, y me invitó a pasar unos días inolvidables con Juan Gelman y Daniel Moyano, aprendiz entre maestros, para discutir en los cursos de verano de la Complutense sobre los compromisos de la palabra poética. En ese compromiso sigo yo, y en ese compromiso lo recuerdo a él y leo sus poemas, en la intimidad de mi memoria, cuando van a cumplirse 100 años de su nacimiento.
Una vida literaria
1920. Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia nació el 14 de septiembre en Paso de los Toros (Tacuarembó).
1924. Tras sufrir una estafa, la familia Benedetti se establece en Montevideo.
1928. Inicia sus estudios en el Colegio Alemán. Entre 1933 y 1935 estudia en el Liceo Miranda.
1934. Comienza a trabajar en Will L. Smith, S. A., una empresa de repuestos para automóviles. También es recadero, empleado de una inmobiliaria, taquígrafo y funcionario público.
1938-1941. Reside en Buenos Aires.
1945. Se incorpora a la redacción del semanario Marcha, que dirigirá en 1954, y publica La víspera indeleble, un poemario que nunca quiso reeditar.
1946. Se casa con su gran amor de juventud, Luz López Alegre.
1948. Dirige la revista Marginalia.
1949. Publica su primer libro de cuentos: Esta mañana.
1950. Sólo mientras tanto (poesía).
1952. Participa en el movimiento contra el Tratado Militar con Estados Unidos.
1953. Ve la luz su primera novela, Quién de nosotros.
1956. Publica Poemas de la Oficina.
1957. Viaja a Europa por primera vez, visitando nueve países, como corresponsal de Marcha y El Diario.
1959. Aparece el volumen de cuentos Montevideanos.
1960. La tregua, su novela más célebre, y El país de la cola de paja (ensayo).
1963. Inventario, Poesía 1950-1958 y Poemas del hoyporhoy.
1966. Viaja a La Habana y a París, donde reside durante un año.
1971. Funda el Movimiento de Independientes 26 de marzo que se unirá a la coalición de izquierdas Frente Amplio.
1973. A raíz del golpe militar debe abandonar el país. Se exilia a Buenos Aires. Publica Letras de emergencia.
1975. Abandona Argentina tras ser amenazado de muerte y huye a Perú.
1976. Vuelve a Cuba como exiliado.
1977. Con y sin nostalgia (cuentos) y La casa y el ladrillo (poemas).
1980. Se traslada a Palma de Mallorca.
1981. Viento del exilio (poemas).
1982. Publica la novela Primavera con una esquina rota y Cuentos.
1983. Se establece en Madrid.
1985. Con la restauración de la democracia en Uruguay vuelve al país. Desde entonces residirá una parte del año en Montevideo y la otra en Madrid.
1986. Aparecen Cuentos Completos y Preguntas al azar (poesía).
1992. Publica La borra del café.
1994. Recopila su obra poética en Inventario dos (1985-1994).
1996. Lanza la novela Andamios.
1999. Recibe el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Aparecen Buzón de tiempo (cuentos) y Rincón de haikus.
2005. Conquista el Premio Internacional Menéndez Pelayo.
2006. Tras 60 años de matrimonio, enviuda de Luz López Alegre y se traslada definitivamente a Montevideo.
2008. Aparece el poemario Testigo de uno mismo, último que publica en vida.
2009. Muere el 17 de mayo en Montevideo. Dejó inédito el poemario Biografía para encontrarme, publicado posteriormente por Visor.