Modigliani en su estudio de la Grande-Chaumière, Montparnasse, París

Modigliani en su estudio de la Grande-Chaumière, Montparnasse, París

Letras

Pinceladas de Modigliani

La editorial Elba recopila 30 misivas que el escultor envió a familiares y amigos y que permiten acercarse a la vida de uno de los artistas más extraordinarios del siglo XX en el centenario de su muerte

14 septiembre, 2020 10:10

CArtasAmedeo Modigliani

Traducción de Lucas Pastor. Elba. Barcelona, 2020. 72 páginas. 11 E

“Tenía el don de aparecer allí donde reinaban la inteligencia y el ingenio, animando cualquier reunión con su magnífica y ebria presencia”. Así comenzaba Jean Cocteau el retrato de Amedeo Modigliani (Livorno, 1884-París, 1920) que abre este epistolario, en el que también destaca cómo el pintor y escultor italiano “exageraba su embriaguez, sus gruñidos y su risa insólita para ahuyentar a los pobres infelices a los que insultaba con su desdén”. Dado que, además, “lo que de verdad importa es el artista, y su obra, en la que se concentra la singularidad soberbia de su alma”, no hay mejor manera de iniciar la lectura de este librito al que, si acaso, habría que reprochar su brevedad, pues apenas son una treintena las cartas aquí reunidas.

Las cuatro primeras están dirigidas a su amigo Oscar Ghiglia, compañero en la Scuola Libera del Nudo y también pintor. Las escribe desde Capri y Roma en 1901 y en ellas descubrimos a un Modigliani en plena efervescencia creativa, incapaz de terminar nada aunque deseoso de “organizar y elaborar cada sensación”.

El resto se las envía a su hermano Umberto; a Paul Alexandre, su primer mecenas; a su madre, y a Léopold
Zborowski, marchante, mecenas y amigo. Si a Alexandre, su corresponsal entre 1909 y 1913, le habla de sus progresos como escultor, con su madre (1913-1919) se disculpa por escribirle poco, se interesa por los problemas de sus hermanos y le confiesa su preocupación por ser movilizado como soldado para combatir en la Primera Guerra Mundial (finalmente se libraría por problemas de salud), para darle noticias de su hija en las últimas, de 1919. Las remitidas a Zborowski, en cambio, nos descubren a un creador enfermo y angustiado por la falta de éxito y de dinero, que recurre a su mentor para que le ayude a pagar sus deudas. Son apenas bosquejos, pinceladas, que permiten acercarse a la vida de uno de los artistas más extraordinarios del siglo XX en el centenario de su muerte, un creador de “noble gracia, penetrante, esbelta y peligrosa como el cuerno de los unicornios”, como destacó también Cocteau.