Federico Correa, toda la vida hablando
Las carencias de 'Un maestro de arquitectos en Barcelona' aparecen cuando se trata de explicar a Correa en lo suyo, que era la arquitectura y no el chafardeo
30 noviembre, 2020 09:24Un maestro de arquitectos en Barcelona. Conversaciones con Federico Correa
Edición de Beatriz de Moura
Tusquets. Barcelona, 2020. 208 páginas. 19 €. Ebook: 9,99 €
“El hombre mejor vestido de Cataluña”, según Oriol Bohigas; “brillante y único, como el Swann de Proust”, apostilló Leopoldo Pomés. Al arquitecto y profesor Federico Correa (Barcelona, 1924-2020) siempre le contaron tan bien su propia vida que, detestando como detestaba escribir, pasó de autobiografías: para qué, si ya le imprimían la leyenda. A despecho de esa carencia es como se entiende la edición de Un maestro de arquitectos en Barcelona: conversaciones con Federico Correa (Tusquets, 2020), una compilación de entrevistas que tuvieron lugar en 2015 y han visto la luz, por desgracia, justo en el fallecimiento del homenajeado. Hay así, en estas páginas, sentimientos encontrados; algo un poco gozoso y también un poco triste, afinado en clave de ligera intrascendencia.
De hacer caso a la obsesión racional de Correa, un libro de conversaciones debería valorarse según quien habla y lo que se nos cuenta. Vamos con la alineación que, conforme al maestro del título, se compone de antiguos alumnos: concurren, por separado, Lluís Clotet y Oscar Tusquets, que se iniciaron como jóvenes colaboradores en el estudio de Correa y su inseparable socio Alfonso Milà; David Ferrer, señero director del Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña; y en último lugar Elías Torres, quien, amén de arquitecto de postín, terminó por ser también su compañero en la Escuela de Arquitectura de Barcelona (ETSAB). Son solo médiums para tirar de la lengua al auténtico protagonista, cuyo perfil no podría resultar más atractivo.
Dandi de inglés exquisito, Federico Correa descolló como docente renovador y arquitecto sofisticadamente cosmopolita
Dandi de inglés exquisito —fruto de su estancia en Londres durante nuestra Guerra Civil— y virtuoso dibujante —proyectaba casi únicamente con perspectivas, de las que luego deducía las plantas—, Federico Correa descolló como docente renovador y arquitecto sofisticadamente cosmopolita. Con su oficina, Correa y Milà, constituyó una gozosa anomalía en la escena española al suscribir confortables interiores, del Reno (1961) al Giardinetto (1974), o actuaciones urbanas, de la Plaza Real (1984) al Anillo Olímpico (1992), que contribuyeron sin distingos a una causa común: transformar la autoestima de Barcelona, de anhelante París de provincias a metrópoli europea un poquito pija.
Siendo los quiénes perfectamente válidos, sería de esperar un qué apasionante. De anecdotario vamos bien servidos: hay viajes al extranjero, guantes de cabritilla, alguna profesora de alemán despampanante y bastante nostalgia. “¡Qué tiempos para los arquitectos, Dios!”, cabecea Tusquets en algún momento. Entre los episodios desfilan locales como Josep Maria Jujol y Josep Lluís Sert o, para dar fe de las conexiones internacionales de Correa, Peter Eisenman y Vittorio Gregotti. Sale poco Bohigas, pese a sus 60 años de amistad ininterrumpida, y muchísimo, en cambio, José Antonio Coderch, a quien Correa retrata desde la admiración del pupilo, para pasar a un traumático distanciamiento y a la reconciliación en su mismísimo lecho de muerte.
Las carencias del libro aparecen cuando se trata de explicar a Correa en lo suyo, que era la arquitectura y no el chafardeo
Las carencias aparecen, quizá, cuando se trata de explicar a Correa en lo suyo, que a fin de cuentas era la arquitectura y no el chafardeo. Es en la divulgación donde la cosa renquea, víctima del desaliño habitual de los libros de conversaciones. Dado que su actividad intelectual apenas se menciona —como su participación en la histórica revista Arquitecturas BIS, junto a Rosa Regàs, Rafael Moneo o Bohigas— toca ceñirse a la obra. Así, la omnipresencia de la casa del propio Correa en Cadaqués (1963) —¿por qué no la Villavecchia (1955), que es por donde empezó?— o de sus restaurantes desplaza realizaciones tan significativas como el edificio Monitor (1971) o el ya mencionado anillo Olímpico, que solo concurre al final y de tapadillo.
No se trata de nombrarlo todo, pero a estas ausencias se suma la extraña decisión de ilustrar el volumen únicamente con dibujos de Correa, tan excepcionales como mal reproducidos, y que, probablemente, no ayuden al lego a hacerse una idea del trabajo de este señor a quien tanto se celebra. ¿Puede ser que un libro que se gestó hace 5 años parezca apresurado? Es una pena que no se enfrente más a Correa con su currículum, porque en estas páginas exhibe una carencia de sentimentalismo que hubiera permitido algo tan exótico como leer a un arquitecto repasarse sin dramas. Nos divertimos, sí, pero podríamos hacerlo más.