La voz cáustica de Lionel Shriver
Los relatos de 'Propiedad privada' son una excelente puerta de entrada al universo literario de Shriver, a su voz inteligente y cáustica y su sentido del humor
26 enero, 2021 09:11Los que conozcan bien la obra de la escritora Lionel Shriver (Carolina del Norte, 1957), de la cual se han publicado ya en España cinco novelas —entre ellas la muy conocida y alabada Tenemos que hablar de Kevin (2003), adaptada con éxito al cine—, encontrarán en este generoso libro de relatos la misma voz inteligente y caustica de quien comprende en toda su complejidad la naturaleza humana y es capaz de retratarla sin paños calientes, afortunadamente siempre con un marcado sentido del humor.
Encontrarán por tanto en las historias que componen Propiedad privada más o menos los mismos temas que en otros libros de Shriver y que en términos generales lidian con los problemas, contradicciones y miserias del mundo occidental o, por concretar, de la clase media del mundo occidental en su relación con otros mundos, aparentemente no incluidos en este. Podría tomarse por tanto este volumen como una excelente puerta de entrada al universo literario y temático de esta autora, que sería algo así como entrar al recibidor de una gran y no siempre acogedora casa llena de sorpresas.
El título unificador del conjunto —en sentido estricto, diez relatos flanqueados por dos novelas cortas— recoge por otro lado a la perfección el hilo común que recorre estas historias: la posesión y la identidad creada a través de la posesión, qué tenemos y por qué lo tenemos, cuánto podemos acumular y a cuánto estamos dispuestos a renunciar, por qué motivos nos aferramos a nuestras propiedades y cómo nos sentimos amenazados cuando estas peligran.
Pero que nadie se lleve a engaño: aquí no encontrarán relatos de tesis o demostraciones abstractas de ideas previas —por más que sepamos, por ejemplo, que Shriver tenga su cruzada particular contra los impuestos—, sino historias muy vivas y llenas de giros ocurrentes, con un buen puñado de personajes con carácter y viviendas que se compran, se reforman y se pierden, huidas a paraísos artificiales, herencias y desfalcos, desahucios y un amplio catálogo de “invasores”, esto es, de visitantes inesperados, inquilinos gorrones, plantones de árboles que crecen de un día para otro e incluso el propio hijo apalancado en la casa familiar. Si hay por tanto un libro en el que se habla continuamente de dinero, es este: cuánto valen las cosas y quién las paga es una cuestión recurrente y hasta obsesiva, desde los bienes inmobiliarios al humilde bote de mayonesa que alguien gasta y no repone.
Este volumen es una excelente puerta de entrada al universo literario de Shriver, a su voz inteligente y cáustica y su sentido del humor
Con todo, la propiedad a la que alude Shriver no se refiere solo al bien material concreto y tasable, sino que alcanza a cualquier otro tipo de posesiones, incluidas las más íntimas. Los conflictos que se plantean entonces en estos textos hablan de celos, inseguridad, rencor y —a veces, también— de generosidad. El control de seguridad de un aeropuerto, con todas las imposiciones autoritarias que afectan al propio cuerpo, o la violación de la privacidad, son también objeto de atención para Shriver.
Y, por supuesto, es central en sus relatos la cuestión de la frontera y los límites, aunque si bien aquí se radiografía con perspicacia los problemas de convivencia —ay, esa graciosa pero destructiva familia de mapaches que hay que desalojar— también se advierte una apuesta por la apertura o, al menos, por una visión menos rígida, más elástica, del llamado perímetro vital. En muchos casos, una digna rebeldía —el necesario ¡basta ya!— puede ser la solución al problema. Después de todo, como se cuenta en “Del paraíso a la perdición”, hasta de comer delicatessen y nadar en aguas turquesas se cansa uno.
Diálogos ácidos y rápidos, situaciones desconcertantes y choques entre parejas, familiares, amigos y vecinos son el modo en que Shriver articula sus historias, llenas de referencias a una contemporaneidad que conocemos bien (marcas, productos, modas, acontecimientos noticiosos). La apelación constante a los lectores con llamadas de tipo oral (“¡mira tú!”, “¿y qué iba a pasar si no?”), una voluntaria falta de solemnidad, la frescura del lenguaje y el ataque a lo políticamente correcto —impagable el destrozo que le hace al activista Brian Haw en “Terrorismo doméstico”— convierten a Shriver en una de las pocas voces contemporáneas a las que siempre habrá que prestar atención.