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El París callejero de Ilyá Ehrenburg

Pertrechado con una máquina fotográfica, el cineasta Ilyá Ehrenburg nos lleva en 'Mi París' a recorrer con el la ciudad de mano en mano, de mirada en mirada, de piel en piel

7 junio, 2021 08:07

Mi París. Texto y fotografías

Ilyá Ehrenburg

Traducción de Loreto Ríos. Abada. Madrid, 2021. 240 páginas. 30 €

Decía el filósofo Walter Benjamin en 1936 que el arte tiene que “dar tiempo a nuestra mirada”. Ese dar tiempo que puede parecer tan inocente y que, sin embargo, resulta revolucionario. Y eso, precisamente eso es lo que hace Ilyá Ehrenburg, (Kiev, 1891 - Moscú, 1967) el autor ruso exiliado en París, en este libro, Mi París, primeramente publicado en 1933, y que ahora recupera en castellano Abada en una edición muy cuidada que preserva el diseño original de El Lissitzky.

Combinando textos y fotografías, Ehrenburg nos hace mirar y, de esa manera, cuestionar, por qué París, esa ciudad tan vista, tan fotografiada y sujeta ya a tantos clichés, aparece en este libro desprovista de todo su glamur, desnuda, como las mujeres de las postales que se venden a los turistas en la Plaza de la Ópera mezcladas con las imágenes de la catedral de Notre Dame. “Estas mujeres vinieron de Argelia, de Hamburgo, de Varsovia. Pero ¿de dónde vinieron estos monumentos?”, se pregunta.

Así, nos adentramos en su París parapetados por el engaño de una cámara que con un visor lateral le permite tomar imágenes sin que los fotografiados se den cuenta de que los está enfocando. “Para ver a la gente es necesario permanecer invisible”. Toda una declaración de principios que se complica cuando, más adelante, confiesa: “amo París porque todo en él es fingido (…), excepto el fingir; el fingir aquí se comprende y se disculpa”. Con esta sabia interpelación de Ehrenburg, abandonamos la actitud del flâneur que deambula sin destino por la ciudad y nos involucramos en su París.

Un París de porteras, tenderos, obreros, amantes, vagabundos, ancianas… De las personas que hacen su vida en las calles. “A París le gusta hacer todo en la calle. Comer, orinar, besarse, filosofar”. Porque, al igual que a Benjamin, lo que le importa es la piel de ese mundo que el capitalismo ha llenado de mercancías, en el que hasta el arte corre el riesgo de convertirse en fetiche una vez que hemos liberado a los objetos de la esclavitud de ser útiles. Ehrenburg nos lo demuestra cuando describe la Torre Eiffel iluminada con las letras eléctricas de “un anuncio de alguien que fabrica y vende automóviles”.

Llega un momento en el que el lector ya no ve fotografías de París, sino a sí mismo observado desde el futuro y desde el pasado

Pertrechado con una máquina fotográfica el autor nos lleva a recorrer con él la ciudad como si fuéramos de mano en mano, de mirada en mirada, de piel en piel. No veremos grandes monumentos ni las tiendas lujosas, sino el mercado de las pulgas o los puestos de venta ambulante en los que uno se ve impelido a comprar cosas absurdas: “llega a casa y mira en torno desconcertado. ¿Qué va a hacer con la compra? (…) Se siente abatido, como todos los que han experimentado el hechizo del arte”. El texto y las imágenes de Ehrenburg nos permiten pararnos a pensar y a mirar, a humanizar nuestra mirada (porque deshumanizarla fue la tarea de los totalitarismos que en esas mismas fechas triunfaban en Europa).

Y descubrimos entonces el día a día, las penas, los dolores, las guerras, las miserias, la lucha por la vida: “Vi a un adolescente junto a las puertas de la cárcel de la Roquette. La gente pasaba de largo a su lado. Estaba de pie con un hatillo y no sabía a dónde ir. Lo habían puesto en libertad, pero la libertad lo encontró con desconfianza y hostilidad”.

Llega un momento en el que el lector ya no ve fotografías de París, sino a sí mismo observado desde el futuro y desde el pasado, a su abuela, a sus hijos, a sus nietos. Se reconoce sentado en un banco, junto al río, asomado a una ventana, ve su huella, la huella de todos los habitantes silenciosos de las grandes ciudades, con sus ilusiones y sus sueños, que son los nuestros.

“¿Qué recuerdan las mujeres solitarias en las calles de París? ¿Con qué sueñan?” se pregunta Ehrenburg y, a estas alturas, nosotros también nos preguntamos por nuestros sueños porque en eso se ha convertido nuestro paseo por la ciudad. “Vi a una dama de cabello gris. Se asomaba por una ventana y miraba a lo lejos. Se parecía a Madame Bovary. Pero pasaron los años, la botica y el amor quedaron atrás”.