Mario Obrero, lo cotidiano hecho original
En su poemario ‘Peachtree City’ el Premio Loewe Joven muestra una capacidad infrecuente: retrata lo conocido, pero con una visión personal y renovadora
15 junio, 2021 10:29Saludado por el escritor Antonio Lucas como “una revelación de la poesía última”, Mario Obrero (Madrid, 2003) publica su tercer libro. Con él ha ganado el Premio Loewe a la Creación Joven. Escrito en Atlanta y Getafe, Peachtree City contiene cinco secciones, todas ellas tituladas en inglés. Empieza con versos de surrealismo vigoroso. Una América de hogueras, ardillas, presbiterianos, leñadoras y pesticidas se abre paso en los primeros apartados del libro.
Pero los tópicos quedan excluidos muy pronto. La Biblia, el cortacésped, la secuoya, el dólar y las comidas industriales son mencionados de forma inesperada en los versículos y poemas en prosa. La energía verbal de Mario Obrero los asocia con otros elementos que creíamos alejados. A menudo surge una sorpresa: “Les digo que en las mañanas nubladas veo caballos llorar sobre las guitarras heladas”.
Federico García Lorca es una sombra benéfica en estas páginas. La cotidianidad lleva dentro el irracionalismo que las imágenes del poeta liberan. En la cuarta sección del libro, Obrero viaja a tres grandes urbes (Nueva York, Lisboa, Praga) y a una pequeña ciudad estadounidense (Port Saint Joe). El autor evita todos los lugares comunes, observa sin desorientarse (“el viaje eres tú mismo”, anota), escucha a quienes hablan con los tejados y cantan desde las cárceles. Se encuentra con Fernando Pessoa y su heterónimo Álvaro de Campos. En los poemas entran semillas, azulejos, nieve, pelícanos. O “un espigón donde las vasijas y los peroles se llenan de luna y sangre vieja”.
La última parte de la obra encierra voces del vecindario, de políticos, de seres que regresan o se despiden.
Mario Obrero exhibe en Peachtree City una capacidad infrecuente: retrata lo conocido, pero con una visión personal y renovadora.
IV. Mis ancestros
He soñado con mis ancestros y su olor a patatas robadas
los he visto varear olivos con la cara llena de espinas
he visto a mis ancestros bailar sobre una montaña de ajos
al abuelo y su traje marrón
a la abuela encendiendo seis velas en el altar de la caldera
hablo del que juega a vestir las cerillas mojadas con barro y de los que cuentan chistes con las
ventanas cerradas
he visto a mi madre
una niña con sus primeros pantalones vaqueros mirando al mar
he visto la ropa en los tendederos de Venecia y a los poetas en Nueva York cuidar una tórtola y
su dulcimer hecho con nieve pisada
me he visto mirando al nuevo mundo con las memorias de Mayakovski bajo el jersey
me he visto mecerme lento en los sueños de una chimenea
los barcos el té y los poemas de Emily Dickinson escondidos en la sombra de una ballena
he visto a mis hijos cantar ebrios en los confesionarios
el frío se ha presentado como un erizo envuelto en serrín
en alguna colcha yace un pájaro azul
algún sueño sin calcetines que va comiendo rajas de sandía
los estudiantes de español me recitan al unísono
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña
camino por los pasillos de un mundo que huele a gofre y a gasolina.
Mario Obrero. Premio Loewe a la Creación Joven 2020. Peachtree City