Alejandro Simón Partal, un debut con vistas al abismo
'La parcela' es una opera prima de ritmo logradísimo, mucho humor, y que se detiene con inteligencia en temas como Europa, la enseñanza, la escritura o la economía
18 octubre, 2021 05:59Hay libros que habitamos durante el tiempo que dura su lectura. Teatro de sombras, sueño de fantasmas futuros con un anclaje firme en la Historia presente, La parcela ha sido uno de ellos para mí, tanto que me ha forzado a empezar esta reseña en esos términos impresionistas que acaban ustedes de leer, apenas críticos sino más bien sentimentales.
Es que ando todavía bajo el reverbero de la voz narrativa que caracteriza el debut narrativo del poeta Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983), una voz que va exponiendo analogías y aforismos inesperados, imágenes-memoria, una atmósfera casi distópica en la que la pobreza y la soledad son acordes constantes, como vivencia o como amenaza. Una novela amorosa sobre el encuentro inesperado entre dos personajes cuyo encaje social es casi imposible, pero que se entienden en el deseo, en el margen, acaso en esta afirmación: “Vivir a partir de la presencia de alguien es una de las formas más salvajes del amor”.
En La parcela, un profesor universitario de literatura llega a Bolonia, ciudad descrita en los más desoladores términos, y en medio de su desconcierto de inmigrante más o menos homologable por la sociedad se hace amante de Nizar, un muchacho sirio que vive en La Jungla, ese campamento de migrantes ilegales instalado en Calais que se convirtió hacia 2016 en uno de los principales puntos europeos de tensión política y mediática, imán del miedo de sus vecinos. Si debemos a Emmanuel Carrère un retrato periodístico valioso de esa tensión (Calais, Anagrama, 2017), aquí convergen dos biografías disímiles que, sin embargo, a fuerza de desnudamiento, no solo se entienden (eso ya lo dijimos) sino que acaban por identificarse.
Tras acabar de leer 'La parcela', la sensación que se impone es la de una extraña y hermosa plegaria a la que, seguro, regresaremos
La “parcela” del título hace referencia tanto a los chalets aspiracionales de la clase media-alta española como a La Jungla: de las esperanzas mullidas del privilegio a las desesperadas de la pobreza. Pero ambas parcelas temen o anhelan lo que queda fuera, alojan jerarquías, se incomodan con la rareza, y sus habitantes se encaminan a lo mismo: la muerte propia o la del amor. Si una novela “política” al uso señalaría los irrebatibles condicionantes de clase de un amor así, aquí, además, la intención es otra. ¿Quizás“espiritual”? Al fondo, el timbre casi anacrónico de lo divino confirma que el autor no habla solo de nuestro tiempo, sino del Tiempo y de quienes boqueamos en él.
De ahí que el agua esté tan presente como imagen, a veces estancada, casi siempre fluyendo a velocidades diferentes. Observe también el lector los contrastes entre luz y oscuridad, esas sombras y reflejos de sol que hacen presencia desde el primer párrafo para puntuar todo el libro, piernas oscuras sobre sábanas blancas, los destellos de una linterna en la noche… “la luz es descanso de oscuridad. La luz es oscuridad sin dirección”, escribe Simón Partal. La novela, cuya primera persona juega a lo autorreferencial, tiene un ritmo logradísimo y sabe detenerse en multitud de temas de interés, con apuntes inteligentes sobre Europa, la enseñanza, la escritura o la economía. Por si no fuera suficiente, sabe hacernos reír en varios momentos con ese tipo de ironía amorosa que Steiner reivindicaba y Simón Partal recuerda: admitamos que los poetas recitadores son un blanco ameno para la broma.
Pero cuando nos encaminamos hacia el final de estas ciento ochenta páginas de texto real y empiezan a sucederse las pérdidas o las certezas de pérdida con la brusquedad que las caracteriza, la sensación que se impone es la de una extraña y hermosa plegaria a la que, seguro, regresaremos.