Las narradoras vascas, en la cima de la ficción
Karmele Jaio, Edurne Portela, Txani Rodríguez, Eider Rodríguez, Katixa Agirre y Uxue Alberdi encabezan la nómina de autoras que han alcanzado una visibilidad sin precedentes en el panorama nacional
2 febrero, 2022 04:25Durante los últimos años, un buen número de escritoras nacidas en el País Vasco han alcanzado una repercusión inédita en la historia de la literatura española. No puede hablarse de una generación, puesto que las características de sus obras, así como las temáticas que abordan, no siempre coinciden, aunque en muchos casos dialogan. Tampoco es la edad el pretexto que pudiera emparentarlas. Transcurren dieciséis años entre el nacimiento de la creadora más veterana de la selección, Karmele Jaio (Gasteiz, 1970), y el de la más joven, Uxue Alberdi (Elgoibar, 1984). Sin embargo, todas ellas reconocen y celebran el gran momento que atraviesa la narrativa vasca, motivado por un extraordinario interés de las editoriales más prestigiosas y un incremento en el número de traducciones al castellano.
Jon Kortázar, catedrático de Literatura Vasca en la Facultad de Educación de Bilbao, añade otra causa al fenómeno de escritoras vascas que, por derecho propio, han conquistado las cumbres del panorama nacional: el Premio Euskadi de Literatura. Hasta el 2000, año en que se reconocieron las obras de Lourdes Oñederra e Irene Aldasoro, ninguna mujer había obtenido “el máximo galardón entregado por la Consejería de Cultura a la creación literaria”, según Kortázar.
Premio Euskadi de Literatura
Además, “antes se premiaba sobre todo la literatura infantil y juvenil”, pero los reconocimientos a Karmele Jaio, Uxue Alberdi, Eider Rodríguez (Rentería, 1977), Txani Rodríguez (Llodio, 1987) y Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) en el último lustro ponen de manifiesto el cambio de tendencia, lo que explica el prestigio de este galardón en la actualidad y su trascendencia más allá del País Vasco. “Nunca se había dado una concentración tan importante de escritoras que daban a conocer su obra con un amplio respaldo editorial y una recepción general”, concluye Kortázar en su prólogo a la investigación “Escrituras vascas de la mujer”, publicada en la revista italiana Rassegna Iberistica, de la Universidad Ca’ Foscari de Venecia, en 2021.
“El mayor cambio en el panorama literario vasco lo han impulsado las mujeres”
Karmele Jaio
Karmele Jaio reivindica “un cambio importante en el panorama literario vasco que ha venido impulsado, en buena medida, por las mujeres” y Katixa Agirre (Gasteiz, 1981) añade, incluso, que el género femenino es responsable de “las cosas más interesantes que se hacen hoy en la literatura vasca”. Alberdi atribuye el éxito al “trabajo feminista de muchas compañeras, que compartimos alianzas y nos damos voz”. Además, “somos eslabones de una cadena compuesta por un puñado de predecesoras”, celebra. Es el caso de Arantxa Urretabizkaia, de la que exhalan los primeros ecos feministas en el ocaso del siglo XX, y de Miren Agur Meabe, reconocida con el Premio Nacional de Poesía 2021 –la primera vez que una obra en euskera es distinguida con este galardón–, que constituyen referencias comunes para casi todas ellas.
La estela de Bernardo Atxaga
Del mismo modo, no olvidan el impacto literario que tuvieron en sus primeras lecturas autores como Ramón Saizarbitoria, Joseba Sarrionandia y, por supuesto, Bernardo Atxaga. Eider Rodríguez, autora del libro de relatos Un corazón demasiado grande (Literatura Random House), no cree que haya en el País Vasco una referencia femenina comparable, y al mismo tiempo opina, como Agirre, que “no beneficiaría a nadie: ni a la literatura, ni a las escritoras, ni a los lectores”, porque Atxaga “ha de cargar con un gran peso y responsabilidad sobre sus espaldas” y “para crear, cuantos menos lastres, mejor”.
“No nos beneficiaría que existiera una referencia femenina como Bernardo Atxaga”
Eider Rodríguez
En todo caso, el autor de Obabakoak se erigió como una de las figuras más emblemáticas de la literatura vasca en el último tercio del siglo XX, desde la indiscutible influencia de Pío Baroja y Miguel de Unamuno antes de la Guerra Civil y, a partir de 1950, la narrativa costumbrista y existencialista de autores como Txillardegi y Jon Mirande, que rellenó el silencio de los primeros años de la posguerra. Kirmen Uribe, Jon Juaristi y Fernando Aramburu consolidaron la repercusión de la literatura vasca en el nuevo siglo, mientras que Urretabizkaia y, posteriormente, Itxaro Borda representaban la cuota femenina en el campo de la narrativa.
“Me gustaría que nadie sintiera la obligación de escribir sobre los años del terrorismo”
Como no podía ser de otra forma, los años del terrorismo y sus consecuencias atraviesan la obra de los autores de aquella generación, mientras que en las narradoras actuales su presencia es tangencial. “Al contrario de lo que se vaticinaba, no está habiendo un boom de literatura sobre el conflicto”, dice Agirre, que atribuye la causa a que “quizás sea una realidad todavía demasiado cercana o dolorosa”. A Eider le interesan los márgenes: “¿Qué ha sido esto para los homosexuales? ¿Y para los niños? ¿Qué pasaba con las mujeres?”.
Sobre la posibilidad de narrativizar el conflicto en el futuro, “quizás ETA no interese a las generaciones que nos sigan o, al contrario, necesiten profundizar en el pasado para conocer mejor su presente”, piensa Txani Rodríguez. Sea como fuere, “me gustaría que no sintieran la obligación de tener que escribir sobre ello porque la literatura es un ejercicio radical de libertad”, apostilla.
“Compartimos una mirada feminista que se ve reflejada en los temas que abordamos”
Edurne Portela (Santurce, 1974) diferencia entre “el relato histórico de los hechos y el relato cultural, donde tienen cabida las memorias de los supervivientes y también la ficción”. La autora de El eco de los disparos (Galaxia Gutenberg) cuenta con una obra narrativa en la que convergen las dos variantes: desde el ensayo aludido hasta su tránsito hacia la novela, Portela desplaza el conflicto hacia un telón de fondo en el que la violencia no es tan explícita, sino que arraiga en los silencios. Al cabo, “lo importante es cómo la memoria íntima se relaciona con la memoria social y colectiva en el contexto vasco”, añade.
Estigma de una época
Es en ese contexto, precisamente, donde surgen las narraciones de estas autoras que, por más que no pertenezcan a una misma generación, sí han sido testigos de un clima marcado por la crisis de la industria a finales de los 80 y principios de los 90. Txani, por ejemplo, referencia en su novela Los últimos románticos (Seix Barral) el cierre de Aceros, la fábrica en la que trabajó su padre, hace ahora treinta años.
“Nosotras somos las responsables de lo mejor que se hace hoy en literatura vasca”
Aquellas movilizaciones de Llodio en protesta por los despidos entroncan con el argumento de Los turistas desganados (Pre-textos), de Agirre, una novela sobre la legitimidad de la violencia en sus distintas formas, que rememora la manifestación represaliada en el barrio obrero de Zaramaga (Vitoria) el 3 de marzo de 1976. Las huelgas, la agitación política, la heroína en las calles y las bandas punk antisistema, enraizadas en la falta de oportunidades para los jóvenes, eran algunos de los asuntos que concernían a la sociedad vasca en aquellos años.
De aquel imaginario también emerge la novela Jenisjoplin (Consonni), de Uxue Alberdi, que construye el carismático personaje de Nagore Vargas para articular una denuncia del sistema capitalista y hetero-patriarcal que condenaba a mujeres y jóvenes de la época. En la misma línea, La casa del padre (Destino), de Karmele Jaio, aborda los roles de género en esta novela psicológica que se asienta sobre un drama familiar y tres personajes: Ismael, Jasone y Libe, lesbiana con pasado etarra.
“Escribir en euskera tiene dificultades añadidas porque es una lengua no hegemónica”
Esta arriesgada reflexión sobre la conciencia de ser hombre revela de nuevo cómo la feminidad es la pulsión que conecta las obras de estas autoras. Por ejemplo, Las madres no (Tránsito), de Katixa Agirre, novela sobre una mujer que mata a sus gemelos y otra que está a punto de dar a luz.“En general, todas compartimos una mirada feminista que se refleja en los temas que abordamos”, resume Edurne Portela, aunque “lo más importante es que algunas escritoras se han convertido en referentes también para los hombres”, como señala Jaio.
Literatura en euskera
Evidentemente, se trata de uno de los rasgos comunes de la literatura española escrita por mujeres, si bien el caso de la vasca está condicionado por “dificultades añadidas”, según apunta Alberdi, “porque conlleva escribir en una lengua no hegemónica”. En los 70, el euskera batua se normaliza en el País Vasco, proliferan las editoriales y se duplica la publicación de novelas. Txani, aunque escribe en castellano, no renuncia a “la idea de cierta militancia” en la defensa de una lengua “minorizada”, según Jaio, que “tiene una identidad propia y un eco limitado en el sistema literario español”.
Eider Rodríguez considera que “es un sentimiento ambiguo”. Por un lado, “la agonía de escribir en una lengua en peligro de extinción”. Por otro, “la dicha y libertad de escribir en una lengua insignificante para el mundo, pero importante para un puñado de gente”. Jaio comparte esa consigna casi subversiva, porque “mientras escribimos, somos conscientes de que lo estamos haciendo en una lengua que no tiene garantizado su futuro y sobre la que siempre sobrevuela la amenaza de la desaparición”. Agirre apuesta por una “literatura en euskera que busque sus propios caminos, y no ver el paso al castellano como imprescindible”.