Cristian Alarcón. Foto: Alejandra López

Cristian Alarcón. Foto: Alejandra López

Letras

Cristian Alarcón: “Sin la literatura el periodismo no logra contar la realidad”

Entre la memoria familiar y la performance botánica, el escritor chileno-argentino publica su primera novela de ficción, ‘El tercer paraíso’, por la que obtuvo el Premio Alfaguara 2022

25 marzo, 2022 03:34

Premio Alfaguara el pasado mes de enero por El tercer paraíso, el jurado destacó su novela como “la puerta a una esperanza de hallar en lo pequeño un refugio frente a las tragedias colectivas”. Inspirada en la historia de las mujeres de su familia materna, entre Chile y Argentina, Cristian Alarcón (Chile, 1970) se estrena con esta ficción donde su protagonista reconstruye la vida de sus antepasados mientras crea su propio paraíso terrenal, un jardín en medio de la epidemia. Autor de otros títulos como Cuando me muera quiero que me toquen cumbia o Si me querés, quereme transa, además de periodista con una sólida trayectoria, él mismo define su novela como “una experimentación aventurada que va de la memoria familiar a la performance botánica en una experiencia íntima, personal, y al mismo tiempo muy política de transformación durante la pandemia”.

El origen, cuenta, se encuentra en un ensayo previo titulado Nuestro futuro. “En ese momento existía un debate a nivel global en torno a la extinción, a la posibilidad de un fin del mundo y el sentido que tenía la pandemia en ese contexto, sumado al cambio climático y las tensiones crecientes que ahora las vemos estallar con la guerra de Rusia en Ucrania –recuerda el escritor-. Como lo ensayístico no me bastaba, porque siempre mi escritura tiende a ir hacia la narrativa también, busqué en algunos personajes reales que luego inspiraron a los personajes de este libro, entre ellos mi abuela y mi madre. Y así en esas mujeres se atisbó la idea de un relato más profundo que se vinculaba con otros relatos de otras mujeres. En la escritura, ya encerrado en ese rincón en las afueras de Buenos Aires, comenzó esa apuesta por lo botánico que terminó creciendo por supuesto mucho más allá de lo real, tal como estos personajes. Dieron un salto cuántico de ser inspirados a ser completamente ficcionales y terminar configurando este relato”, comparte.

Portada de 'El tercer paraíso'

Portada de 'El tercer paraíso'

El tercer paraíso. 

Cristian Alarcón. Alfaguara, 2022. 332 páginas. 17.95

Pregunta. Es curioso porque en sus trabajos anteriores exploró con los límites de la no ficción, pero en El tercer paraíso, que está basada en las historias de las mujeres de su familia materna, sin embargo, se adentra por primera vez en la ficción, ¿por qué?

Respuesta. Es una apuesta. Me da muchísima curiosidad el interés de muchas personas por saber cuándo uno dice la verdad o cuándo está inventado. Para mí fue difícil desembarazarme de ese complejo, de esa noción tan occidental en torno a lo fáctico, cuando algo transita hacia lo ficcional. Desmarcarme y despojarme del corsé que significaba la narrativa de no ficción para dar este salto no fue fácil. Y ahora, después de haberlo hecho, como cuando uno por primera vez arma un cubo o encara un juego con cierta complejidad, me da muchísima ternura pensar en ello, porque ahora sí no me siento en absoluto trabado para intentar nuevos relatos que no se apeguen en absoluto a lo real o que simplemente estén inspirados en ello.


La importancia del contexto histórico

P. En este contexto, ¿qué importancia tiene la figura de Salvador Allende y los acontecimientos históricos en su novela?

R. Aparecen de manera muy estratégica en el momento en que los personajes se explican por las condiciones históricas. Es decir, con la llegada del golpe de estado, el 11 de septiembre de 1973, hay una familia que, por condiciones mucho más sociales y económicas que políticas, decide irse con un grupo enorme de gente que cruza la frontera para buscar una mejor vida del otro lado de los Andes. Un abuelo sindicalista pero cuyo rasgo más importante no es que sea un líder social sino que sufre y padece un profundo y violento alcoholismo que condena a todos los miembros familiares al sufrimiento. Este personaje contradictorio, que por un lado encarna los ideales de un mundo mejor y de una igualdad entre los trabajadores de una fábrica metalúrgica, en realidad encarna también la fuerza descomunal e incontrolable de su adicción, el golpe como una política cotidiana de relación con su esposa y alguno de sus hijos y la reproducción después de esos golpes que forjan también una identidad de clase, que no está solo condicionada por la violencia externa de un estado autoritario y dictatorial que va a llegar para matar, desaparecer, torturar y encarcelar sino que se da de la mano del hambre y de la necesidad en el cotidiano.

"Atravesé toda la dictadura argentina como un niño marica discriminado en una sociedad conservadora que me atacaba"

P. Usted mismo tuvo que abandonar Chile, ¿prefiere no escribir más de la dictadura como ha comentado?

R. Tengo 51 años, me fui de Chile a los 4 años y medio. Atravesé toda la dictadura argentina como un niño marica discriminado en una sociedad conservadora que me atacaba, al modo en que me coartaba, no solo porque era militar sino porque era precisamente conservadora y que no cambió demasiado con el albor de la democracia. No es que después de Franco floreciera mágicamente una convivencia democrática, real, auténtica, profunda que dejara de discriminar a los diferentes. Y toda mi trayectoria vital y también la profesional estuvieron guiadas por un compromiso con los derechos humanos que llevé adelante como periodista diría que al extremo –entre otras cosas, cuenta, creó la Asociación Miguel Bru junto a otros compañeros-. Yo a los 30 años lo que hacía era investigar escuadrones de la muerte. Viví amenazado.

“Esa era la vida que había elegido, con una beligerancia absoluta –continúa-. Las amenazas eran amenazas sexuales, muy duras, porque la policía, la maldita policía como se les llamaba en esa época a los escuadrones en la provincia de Buenos Aires, sabía de mi vida privada. Pero mi generación de periodistas, al menos en América Latina, no estaba habilitada a salir con una banderita blanca a decir: “Me amenazaron, pido protección”. Seguíamos una tradición periodística muy clara de compromiso e investigación que venía de Rodolfo Walsh de la década del 70. Lo que quiero decir es que al cabo de estos años, al sentarme a escribir no tenía el imperativo de transitar los temas clásicos de cierta literatura latinoamericana como la dictadura. En esta novela tiene ese lugar específico que funda un modo de estar en el mundo, claro que sí, porque he sido exiliado, pero que hoy por suerte se traduce en otro tipo de búsqueda, de un desprendimiento y un desapego -quizás la palabra sea esa- de aquellos traumas”.

El tercer paraíso

P. Escribe en un momento del texto que “el paraíso no existe porque no lo deseamos”. ¿A qué cree que se debe esto? ¿Cómo sería su tercer paraíso?

R. Porque nos convencieron de que el paraíso no existe. La idea del paraíso es previa a la de la iglesia. Es una idea griega que en realidad habla del modo en que las sociedades se organizaron y cercaron sus pequeños territorios donde comenzaron a cultivar lo propio y a criar a sus animales para alimentarse. Es la idea de protección. En ese sentido, una deconstrucción del paraíso cristiano implica que no está por fuera del mundo sino que habita este planeta, atravesado a su vez por la guerra, por la pandemia, el egoísmo y este capitalismo que no sabemos cómo habitar o gobernar si no nos emborrachamos y no buscamos sensaciones fuertes o si no nos entregamos a las healthlife y trazamos trayectorias previsibles de nuestras existencias para estar y permanecer. Cada vez más tenemos el hermoso derecho para trazar rutas de vida que no estén casadas con absolutamente ningún mandato. Eso puede producir cierta angustia pero si se trabaja y se asume que este cambio que estamos viviendo es inevitable, se puede llevar muy bien hacia la idea de paraíso. Un tercer paraíso que se nos antoja como queramos. No hay una prescripción ni médica, ni sentimental ni filosófica sobre qué es. No hay filosofía que pueda describir el paraíso que merecemos ni perspectiva distópica que pueda decirnos cuán fallido va a ser nuestro futuro. Por eso estamos tan dedicados hoy a vivir el presente.

"No hay filosofía que pueda describir el paraíso que merecemos ni perspectiva distópica que pueda decirnos cuán fallido va a ser nuestro futuro"

P. En su novela, habla de prímulas, rosas o gladiolos, ¿cuál es su flor favorita?

R. Cambio todas las temporadas. Esto es como el amor. En primavera las amapolas. Cuando comienzan a aparecer con ese rojo carmín dan como una sensación de belleza y felicidad, es como toda la naturaleza junta. Además crecen las unas junto a las otras, se amuchan, se mecen con el viento. Hay un movimiento coreográfico. Me encantan. Pero las dalias son mis preferidas porque son las que supe sembrar de chico y las que volví a aprender sembrar de grande. Tienen infinitas formas, fueron tan modificadas genéticamente cuando se descubrió el modo de hibridar las flores que hay de muchísimos tipos y colores. Y hay unas flores que son nativas del sur y que estoy aprendiendo recién ahora. Son las salvias guaraniticas que también tienen esto que me gusta mucho, como que son matorrales que dan como resultado algo fino y delicado de un color distinguible y que al polinizar hacen un vaivén pendular que las vuelve observables. Cuando uno se siente en un banco a leer, interrumpe la lectura, y puede tomarse los tiempos necesarios para observar ese crecimiento, está en el paraíso.

P. En El tercer paraíso, escribe también sobre el botánico Carlos Linneo, ¿conocía anteriormente su trabajo?

R. Fue absolutamente novedoso para mí. Sí sabía que había una taxonomía, no sabía que se trataba de un sueco que había tenido diecisiete personas a su cargo, que las había subido a los barcos de las compañías de las Indias Orientales y que, de ese modo, se pudo ir apropiando de la flora de todos los rincones de las colonias. Porque esta es una operación colonial, de marcar y decir que todo lo que hay en el mundo fue nombrado por primera vez en Europa, cuando en realidad los botánicos aztecas tenían tres o cuatro siglos de conocimiento acumulado y sus propias nominaciones y descripciones botánicas muchísimo antes de que Carlos Linneo pudiera organizar su flota. La dalia, que yo siempre creí que era inglesa, en realidad fue traída primero a España desde México porque es absolutamente mexicana. De hecho es su flor nacional. Y como esa hay tantísimas otras plantas. Este sentido de la propiedad del mundo que organizó nuestra flora lleva tres o cuatro siglos. Es sorprendente pero nos dice algo sobre cómo se configura nuestro mundo. Tiene que ver con las discusiones de la nueva geopolítica.

Periodismo y literatura

P. A lo largo de su carrera, ha escrito crónica, no ficción y es periodista, ¿se puede escribir la Historia mientras está sucediendo?

R. Hay grandes libros que lo han hecho. Claro que sí. John Reed lo hizo justamente con la revolución rusa. La crónica como un género de emergencia es algo que a mí siempre me apasionó. Como alumno de los grandes maestros de la fundación García Márquez, el privilegio que tuve fue ser alumno de Ryszard Kapuściński y del propio Gabo. Eso me hizo defender, a diferencia de muchos congéneres y compañeros, la crónica de emergencia, de todos los días, la posibilidad de contar el aquí y ahora con las claves de la literatura. Yo leía con mucho fanatismo las crónicas taurinas de algunos diarios españoles porque justamente tenían en su sofisticación literaria algo que a mí me resultaron un motor para contar durante tantos años crímenes y personajes de los márgenes de Buenos Aires y aquello que se estaba cayendo. A veces eran jóvenes, niños o mujeres, pero también sobre economía, barrios, códigos, situaciones, pactos, acuerdos. Hubo un momento en los años 90 en el que las cosas se caían. Cómo narramos la disolución si no es en el momento. Es lo que se hace hoy con la guerra o lo que se hizo durante la pandemia. Sin la literatura el periodismo no logra contar la realidad y solo los que mejor pueden narrar son los que terminan transmitiendo. Aquello que está hecho de cuatro o cinco w, las claves clásicas del periodismo anglosajón, va a perecer, lo que perdurará de algún modo en el estudio futuro de esto que está ocurriendo cuando sea historia será lo más literario.

"Sin la literatura el periodismo no logra contar la realidad y solo los que mejor pueden narrar son los que terminan transmitiendo"

P. Y como periodista, ¿cuál fue la crónica que más le marcó escribir?

R. La que inauguró en mí un modo de escribir fue un perfil de una rufiana de puerto acusada del crimen de un periodista en la década del 90 que se llamó Pepita la Pistolera. Durante tres meses, Página 12 y yo como cronista fuimos los únicos que dijimos que esta mujer, que era la dueña de dos cabarets en el puerto del Mar del Plata y una proxeneta, no había sido quien había encargado el asesinato de un periodista, que en realidad había sido fusilado por la policía por encargo de un empresario muy poderoso al que había fotografiado. Yo almorzaba y cenaba con los abogados de esa rufiana mientras todos los demás medios publicaban la versión oficial que intentaba ocultar el crimen. Al cabo de un tiempo ella salió de prisión. En la puerta de la cárcel de ese pequeño pueblo de provincia había como 150 periodistas y ella tardó una media hora en avanzar unos pocos metros y llegar al auto que la tenía que llevar a un canal de televisión que le había pagado quince mil dólares para dar la exclusiva. Al día siguiente, un sábado, yo estaba en Buenos Aires, cuando salí de una fiesta electrónica como a las 8 de la mañana, ella me esperaba en su hotel. Ella conectó conmigo y me dijo: “Me defendiste durante tres meses, mi historia te la voy a dar a vos, sin que me des un peso”. Un día después me esperó en su cabaret y pasé con ella veinticuatro horas. Esa fue la crónica que de algún modo me hizo debutar como cronista.

P. Ahora que se ha aventurado a escribir ficción, ¿repetirá en sus próximos proyectos?

R. Sí, yo creo que sí. Tengo una investigación de seis años que ocupa tres cajas en un rincón de mi casa en Buenos Aires sobre guerrilleros del sur de Chile que intentaron derrocar a Pinochet. Un libro sobre la memoria de los hijos de los protagonistas de las luchas de los 70 en la cabeza. Cuando comencé a hacer periodismo en Página 12 tuve el privilegio de entrevistar a los primeros hijos de desaparecidos que comenzaron a organizarse entre sí y formaron una organización muy importante que se llamó Hijos por la identidad y la justica contra el olvido y el silencio, con la sigla HIJOS, y que han transitado todos los caminos de la lucha por la memoria. Me rondan tres o cuatro estructuras o hipótesis sobre qué voy a hacer con esas voces que en su momento tomé. Pienso por ejemplo en esa caja de casetes de los años 90 y se me ocurre la invención de una voz que pueda surgir de muchos de ellos. Son prácticas con los materiales que me parece que vienen a renovar algunos lenguajes aunque no tienen nada de nuevo.

P. ¿A qué se refiere?

R. Si nosotros revisamos la crónica latinoamericana vamos a notar que hay una profunda diferencia entre esa crónica literaria y la anglosajona. Lo que sucede es que en los años 60 se instala la idea de que el periodismo narrativo debe ser como el anglosajón y se sigue el modelo de The New Yorker y de las revistas como Vanity Fair, el modelo del nuevo periodismo de Tom Wolfe. Todo eso indicaba que no había ninguna posibilidad de torcer la verdad que se acumula en papeles y documentos. Pero la tradición latinoamericana que procede del siglo XIX es sumamente diferente. No seré yo quien señale a los grandes maestros que no han cumplido con todas las premisas del oficio anglosajón de decir absolutamente la verdad. Así como Kapuściński tuvo un asistente que buceó hasta encontrar cómo había transformado algunas cuestiones en sus libros más importantes, yo no creo que exista un latinoamericano que vaya a hacer eso. Principalmente porque me parece que Latinoamérica es un continente de ficciones y de relatos fantásticos y misteriosos que intentan interpretaciones y no que narran ramplonamente y fácticamente los hechos como si los hechos fueran siempre aquello que creemos que son.