Parafraseando a la filósofa Luce Irigaray, el cuerpo de las mujeres sigue siendo el “continente negro”, el punto ciego de cualquier campo psicoanalítico o textual. La filóloga, crítica y escritora Begoña Méndez (Palma, 1976) es consciente de que las palabras para nombrar ese continente extranjero sólo pueden ser erráticas, inciertas o poéticas. En Autocienciaficción para el fin de la especie se ha sumergido en un cuerpo-texto ambicioso, complejo y arduo.

Autocienciaficción para el fin de la especie

Begoña Méndez

H & O Editores, 2022. 214 pp. 18 €

Se trata de un ensayo poético y biográfico, fronterizo entre varios géneros. Un trampantojo intertextual que va del hechizo de Marguerite Duras a la poesía de Susana March. Un texto, de lectura mística o pop, catastrofista o hipersexual, que gira en círculos concéntricos en torno a la identidad corporal. El espéculo siempre roto y reconstruido del cuerpo femenino es aquí más que nunca fragmento y digresión. “Mi identidad-escisión es un mosaico hecho polvo o un plato de duralex que estalla en el microondas”, afirma la autora en el epílogo.

Cada fragmento de Méndez remite a otros fragmentos, pero la amalgama de citas y pequeñas historias propias, las mejores del libro, no compone un cuerpo individual desintegrado, sino al contrario, la representación corporal de una multitud de mujeres queda articulada, no tanto por un discurso de lógica racional sino por su poder fascinador. La autora confiesa en ocasiones que no encuentra las palabras exactas.

Eso no quita su desbordante imaginación y su entrelazamiento de visiones, símbolos, oleadas de imágenes: “A veces imagino una cópula universal y en cascada en el cosmos sin raíz donde habitamos los ciborgs, los parias emocionales del planeta Tierra. Amasijo de anhelos indiferenciados, sexualidad no sexuada, apasionamiento amorfo, erotismo sin nombre”, escribe. La concatenación de ideas es tan desbordante que, con frecuencia, recuerda al abigarramiento de los óleos barrocos.



Begoña Méndez recrea su cuerpo físico y textual en unas páginas contaminadas por lecturas de la anarquista Emma Goldman o por el manifiesto de Valerie Solanas. A veces se transmuta en las autoras citadas, o más bien entretejidas a su propio texto, y no distinguimos quién es quién, lo que hace el discurso, furioso o vulnerable, más vibrante. Se hablaba antes de trampantojo intertextual, la irrealidad de los capítulos cobra intensidad al no recurrir a las notas al pie, aunque propone una extensa bibliografía al final con este aviso: “Bibliografía (citada, consultada, usada, manipulada)”.

Lo mejor de esta obra estriba en la originalidad poética y desordenada con que se habla del cuerpo femenino

El análisis del óleo de Goshka Datzov, El sueño de María Magdalena, eclipsa la frontera entre el “yo y las otras”, la narradora se convierte en Magdalena con uno de los más sugerentes fragmentos de este libro: “Me quité la túnica, Señor. Te di mi cuerpo dorado. Me arrodillé ante ti. Yo, hombros y pechos desnudos, el cabello derramado en cascada por la espalda. ¿Quién desearía cubrirse con trapos blancos después de conocerte?”

Imposible resumir aquí los contenidos de este espejo cóncavo con múltiples reflejos: Eva, la serpiente, el orgasmo, las mujeres anfibias, Solaris, de Tarkovski, la mujer convertida en flujo monetario (un relato insertado y ya narrado en otro libro, coescrito por Méndez y Nadal Suau, El matrimonio anarquista), la primera sangre de la mujer, quién es hombre y quién es monstruo.

Lo mejor de esta obra desnortada, porque carece de brújula, estriba en la originalidad poética y desordenada con que se habla de asuntos trillados por otras autoras que han escrito sobre la identidad y el cuerpo femenino. Méndez hace que todo parezca nuevo y visionario y extravagante, y que los estereotipos del género, el cuerpo de la mujer es en sí mismo un género literario, salten por los aires como casi saltó la cabeza de Andy Warhol con el disparo de Valerie Solanas.

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