El vocabulario de la Feria del Libro de Madrid, según 13 escritores
De Antonio Muñoz Molina a Carlos Zanón, pasando por Julia Navarro y Roberto Santiago, cada uno de los destacados narradores desarrollan las palabras más representativas del evento
30 mayo, 2022 02:14Noticias relacionadas
Arranca la Feria del Libro de Madrid más grande del siglo XXI, con 378 casetas, más de 400 expositores y un presupuesto de 1.388.000 euros. Sin megafonía ni mapas y sin país invitado, en esta ocasión la feria está dedicada al viaje (su lema es “Hojea el mundo”) y ofrece más de 300 actividades que apuestan por la cultura, la sostenibilidad y las redes.
El Cultural se suma a la gran fiesta de la literatura, las firmas y los autores invitando a Luis Landero y Reyes Monforte a que disparen sus dardos con recuerdos personales de ediciones pasadas, mientras Ana Merino pasea entre casetas y firmas y trece destacados narradores, de Antonio Muñoz Molina a Carlos Zanón, pasando por Julia Navarro y Roberto Santiago, desmenuzan su vocabulario de escritores feriantes.
Además, conversamos con Eva Orúe, la primera mujer al frente de la FLM, y nuestros críticos recomiendan sesenta de las mejores novedades de novela española y extranjera, poesía, ensayo, historia y cómic que estos días se citan con los lectores.
Retiro, por Antonio Muñoz Molina
Prodigioso jardín en el que durante unas semanas de final de primavera se juntan la botánica y la literatura, la celulosa de los troncos de los árboles con la de los libros, la población de pájaros e insectos y lombrices benéficas de la tierra con la de lectores, los que imprimen los libros y los editan y los escriben con los que los leen, las hojas donde sucede el misterio bioquímico de la fotosíntesis con las otras hojas impresas en las que ocurre otro misterio no menos complicado, el de la transformación de signos gráficos en personajes, mundos e historias.
Espacio democrático donde cada cual va a lo suyo y al mismo tiempo cada cual es parte de una fraternidad igualitaria, abierta, de soledades que se cruzan y se abren entre sí; lugar propenso a los extremos del calor y a los de los vientos, tormentas y chaparrones, en el cual, junto al río de los libros y de los paseantes, siempre queda el modesto oasis municipal de un merendero, o la umbría fragante bajo las copas de los castaños.
Firma, por Ignacio Martínez de Pisón
La F de firma alarga sus dos brazos hacia delante, y uno no sabe si es un ideograma que representa al lector tendiéndole un ejemplar al escritor o al escritor devolviéndoselo ya firmado. En esa F veo también el perfil de una caseta con el estante lleno de novedades y el toldillo desplegado para evitar insolaciones. Claro, la F de firma es también la F de feria, porque las dos cosas van juntas.
¿Cuántas veces habré estado firmando en la Feria de Madrid? Ni lo sé. Lo que sí sé es que no hay que confundir firma con dedicatoria. Yo lo descubrí el día en que me vino uno diciendo que le firmara el libro pero que no se me ocurriera dedicárselo: “Así, si no me gusta, lo regalo”. Bien, hombre.
Niños, por Roberto Santiago
Carreras, sonrisas, nervios, susurros, caras de sorpresa, preguntas sin filtro, cariño a cascoporro…. Tal vez se llevan el primer libro firmado de su vida. Un recuerdo grabado de un lugar donde los libros se mezclan con las hojas de los árboles. Pequeños grandes lectores que se asoman a las casetas con vértigo, y que me han regalado estos últimos años poemas, canciones, dibujos y abrazos. Cada vez más y más niños en la feria. Es imparable.
La literatura infantil vive una edad de oro. Por la cantidad y la calidad de los escritores, ilustradores, editores y libreros. Pero sobre todo por los lectores, que devoran los libros y derriban mitos sobre la no-lectura en nuestros días. Viva la feria de los niños. Viva el futuro de los libros.
Dedicatoria, por Carlos García Gual
No sé si hay alguna historia de las dedicatorias de libros, o una breve antología de las clásicas. Virgilio dedica sus Geórgicas a Mecenas y Lucrecio De Rerum Natura a Lucio Memmio. Los mencionan dentro de sus poemas. Luego es normal anteponerlas. Así Cervantes con la famosa al Conde de Lemos. A cambio, el autor espera algún favor o donativo del poderoso y no le escatima sus elogios. Ahora suelen colocarse en la página inicial del libro, sea impresa o manuscrita.
En las ferias del libro quienes acuden a las casetas donde firma algún autor (sea novelista, ensayista o influencer) esperan que les escriba su nombre y algunas palabras más. Esas dedicatorias de urgencia y encuentro momentáneo forman parte del rito, como leves sombras o chispas de un fantasmal saludo entre autor y lector.
Calor, por José María Merino
Salgo de casa y compruebo que los vaticinios han resultado seguros: la ola de calor ya está aquí, y a las seis y media de la tarde relumbra un sol asfixiante, porque en este clima cada día más desquiciado pueden caer los chaparrones y las granizadas de hace un mes o encenderse de modo súbito estas ardorosas radiaciones.
Y mientras desciendo por las escaleras del metro acepto los pasadizos como gustosa sombra acogedora. El arbolado del Retiro apenas logra paliar el vigoroso calentón. Mas al fin he llegado a la caseta y siento de repente, complacido, la frescura y el amparo de los libros. Para el acoso de los calores o de los fríos, no hay mejor abrigo y resguardo que los libros…
Influencers, por José Ángel Mañas
Al cabo de los años, uno tiene sus propios circuitos de recomendación. Habrá quién se remite a sus amigos o a los suplementos literarios. Yo prefiero ceñirme a los autores. Considero que cuando te gusta un autor es porque compartes con él una visión del mundo, una sensibilidad, y porque, por lo tanto, dentro de ese autor hay una parte tuya.
Si a ese autor le gusta de verdad otro, entonces ese nuevo autor pasa a formar parte de mi familia artística. Es como una comunidad que se va ampliando poco a poco. La clave está en no salirse. Si a Carver le gusta Chéjov; yo, que siento una afinidad de sensibilidad con Carver, paso también a Chéjov…y funciona: me gusta. No falla. Mis influencers son los escritores clásicos, y suelo buscar estas referencias en sus diarios.
Bolsa, por Elia Barceló
Empieza su vida flaquita y aplastada, casi bidimensional, pero, al poco, cuando la lectora o lector compra el primer libro en la Feria, se va hinchando, esponjándose con su dulce carga, estira sus bracitos y se agarra a tu mano o se cuelga de tu hombro para salir contigo a descubrir el mundo. A cambio, su contenido hará que tú puedas acceder a otros mundos, a otras vidas.
Su piel de tela o de papel (nunca de plástico) te servirá fielmente en otros viajes. Volverá a aplastarse en tu maleta para hincharse de nuevo con su preciada carga cuando lo necesites. Y los tatuajes de su piel (citas, nombres, dibujos) te harán sonreír cuando estés en tierras extrañas, y pases la vista por esas letras amadas que te traerán recuerdos de otros viajes, de otras librerías, festivales y ferias. La bolsa: tu compañera.
Cartel, por Isaac Rosa
Los grandes libros, los clásicos, no precisan el reclamo de una portada que los destaque en la mesa de novedades, no necesitan ganar nuestra atención, seducirnos. Así también el cartel de la Feria, su portada, lo primero que vemos cada año antes de la primera página. No sabemos de nadie que haya ido o dejado de ir a la Feria por su cartel, como nadie deja de leer a Cervantes por una cubierta desgraciada.
El cartel es totalmente innecesario, y por eso tan valioso, porque no busca utilidad comercial ni informativa. Y porque es tan inútil como imprescindible, tan gratuito como lujoso, puede recurrir a los mejores diseñadores, corre riesgos, descoloca sin efectismos, es discutido, incomprendido y hasta rechazado sin perder un solo lector. De pocas portadas podemos decir lo mismo.
Lluvia, por Julia Navarro
Es una de las mejores tradiciones de la Feria, y un alivio ante el sofocante calor que sufrimos en las casetas. Tiene como contrapartida negativa que la gente, que los lectores, no acuden al Retiro o lo hacen en menor medida, y como positiva, que da lugar a encuentros fortuitos que te permiten ganar nuevos lectores entre quienes se refugian en la caseta en la que tú te encuentras, de manera que hay lectores que jamás hubiesen comprado uno de tus libros y que tras conocerte piden que se lo dediques, estableciendo unas complicidades tan inesperadas como asombrosas.
Colas, por Virginia Feito
Me agobian las multitudes muchísimo, pero aquí me vienen diluidas en una fila ordenadita y nos separa una caseta, así que no tengo ningún problema a priori. De todos modos, soy pesimista y suelo asumir que no va a venir mucha gente en busca de mi libro o a conocerme. Pensando así, siempre es una ilusión cuando aparecen.
Personas a la que no conozco, invirtiendo su tiempo para venir a verme a mí, sin ser sobornadas, que yo sepa. No puedo evitar sentirme un poco como Beyoncé. Y aunque nunca se sabe cómo van a salir estos encuentros, tengo que imaginarlos como algo agradable.
Megafonía, por Vicente Molina Foix
Hay muchas formas de leer, y el lector actual va conociéndolas. Yo mismo, que leo a la antigua usanza, estoy abierto –abierto como un libro de papel– a las novedades. No las enumero, por miedo a quedarme desfasado; la primicia de hoy puede ser obsoleta el mes que viene. Por eso me gustaba, de todos los rituales de la Feria, el boletín auditivo, así lo llamaremos: una letanía de nombres firmantes que tiene en su reiteración la virtud del rezo, y toda la esperanza de este mundo. Por megafonía, la lista es democrática.
En ella conviven la narradora experimental con el constructor de ladrillos greco-romanos, los best sellers y la autoedición artesanal, igualados todos por la incógnita de la firma y el valor del nombre, dicho en muchos casos por vez primera en voz alta.
Encuentro, por Santiago Posteguillo
Es un concepto clave de la Feria, el momento en el que, después de muchos meses de trabajo en aislamiento, en la soledad de tu biblioteca, te encuentras con todas aquellas personas que te leen. Es, pues, el momento en el que te das cuenta de que realmente nunca estás solo cuando estás escribiendo y es algo muy estimulante que te anima a seguir novelando, en mi caso, la vida de Julio César ahora.
Y, en los tiempos que corren, este encuentro es aún más intenso en la medida en que hemos pasado por un par de años donde este abrazo entre lectores y escritores ha sido o imposible o con dificultades y limitaciones. Si la Feria no existiera, habría que inventarla.
Váter, por Carlos Zanón
¿Cómo funciona un váter? No lo sé. Tengo dudas de qué sucede en el wáter de un avión o un tren. ¿Desaparecen? ¿Se congelan? Tampoco sabría qué sucede en esos juguetes de plástico que colocan aquí y allá en la feria, para que escritores, libreros y clientes sepamos dónde ir en caso de urgencia. ¿Es una conquista de la ciudadanía? ¿Una venganza de la fealdad? ¿Qué pensar de un urinario que parece una cabina telefónica? ¿Tiene algo que ver con la ideología? Probablemente.
Como defendió brillantemente el filósofo Zizek, cómo tratamos a nuestros detritus tiene mucho que ver en la manera de afrontar el mundo: contemplativamente, valorando la cuestión o sin nostalgia y marcialmente, en ese algo del que el hombre nunca ha sabido cómo deshacerse de forma conveniente: su mierda.
El verdugo (1963) y la Feria
Una patética secuencia de la obra maestra de Luis G. Berlanga transcurre en la Feria. Amadeo (Pepe Isbert) arrastra a su atribulado yerno José Luis (Nino Manfredi) a una caseta de Plaza y Janés. El viejo verdugo busca un enchufe para que José Luis sea ejecutor y así poder acceder a una vivienda protegida. Para ello solicita recomendación al bien relacionado académico Corcuera (Santiago Ontañón), que firma ejemplares de su libro Garrote vil. Pero José Luis no se ve “idóneo” para el empleo, prefiere ir a trabajar a Alemania…