'Nudos de vida', de Julien Gracq: contra las modas y la prisa
Los fragmentos inéditos en prosa que componen la segunda obra póstuma del autor francés funcionan como revancha contra la “república de las letras”
18 julio, 2022 01:30Julien Gracq (Saint-Florent-le-Vieil, 1910 - Angers,2007) fue un escritor total, indomesticable, proteico, en cierto sentido secreto y venerado como un sublime cultivador del estilo más depurado del siglo XX francés. En la presentación de sus ediciones completas en la prestigiosa biblioteca de La Pléiade, se describe su obra como “altiva y solitaria; la de un navegante de las grandes profundidades”.
Los fragmentos inéditos en prosa que componen Nudos de vida fueron rescatados del Fondo Julien Gracq de la Biblioteca Nacional de Francia por su editora en La Pléiade, Bernhild Boie. Se trata de la segunda obra póstuma que ve la luz en los últimos años, después de Las tierras del ocaso (Nocturna, 2016).
El autor de Un bello tenebroso, cuyo verdadero nombre era Louis Poirier, rechazó en 1951 el Premio Goncourt por El mar de las Sirtes. Fue un petit scandale literario, pero coherente con la idea de Gracq de no convertir la promoción literaria en una bolsa de valores.
Un año antes, como reacción a una mala crítica de su obra de teatro El Rey pescador, con decorados de Leonor Fini e interpretación de María Casares, Gracq publicó un panfleto en la revista Empédocle, en castellano traducido como La literatura como bluff (Editorial Nortesur), en el que mostraba su desacuerdo con los premios literarios, se revolvía contra la ignorancia de la crítica, y despotricaba contra la mercantilización de la literatura.
En alguno de los textos de Nudos de vida, Gracq deplora el sometimiento a las modas de la crítica literaria. El escritor recriminó a un crítico no hablar de un libro, pese a que lo consideraba excelente. A lo que el crítico respondió: “es bueno, muy bueno, pero ya comprenderá, no se puede hablar mucho de él: no se sitúa”.
[Una sorpresa de Julien Gracq]
La prisa de los críticos y la condena al silencio de las obras y autores “que no se sitúan” obsesionaba a Gracq. Profético en lo que ha llegado a ser el marketing literario, se mantuvo conscientemente al margen de los cambios, ya que vivió hasta 2007: “Yo ignoro no sólo el ordenador, el CD-Rom y el tratamiento de textos, sino incluso la máquina de escribir, el libro de bolsillo y, de manera general, las vías y medios de promoción modernos”. Estos fragmentos, que surgen como visiones enlazadas, fueron escritos entre 1947 y 1992, y el conjunto se divide en cuatro capítulos: “Caminos y calles”, “Instantes”, “Leer” y “Escribir”.
El primer apartado es un paseo lírico por los horizontes que le marcaron: el valle del Loira, la costa de la región de Retz, el lago de Ginebra, de Évian a Nermier, o su Saint-Florent natal. El geógrafo que era Julien Gracq se demora en las descripciones del paisaje con la mayor precisión posible, y, sin embargo, su mirada será también la del poeta o la del pintor: “Paisaje invernal del valle del Loira inundado: una capa de agua áspera, erizada por el cierzo de Navidad, cubre las praderas del Thau”.
Proteico y secreto, Gracq es venerado como un sublime cultivador del estilo más depurado del siglo XX francés
Hasta las calles de París se convertirán en topografías líricas para él: “Cuando una mañana de sol me incita a pasear por las calles de París, ninguna pendiente me resulta tan estimulante como la pendiente larga y suave que forma la rue de Tolbiac, en el anverso de la Butte-aux-Cailles, desde la avenue d’Italie hacia la rue d’Alésia”. Antes de que en el siglo XXI se hablase de la slow life, Gracq ya invitaba a los instantes sin aceleración.
El disfrute del recorrido de un paisaje y la atención a los detalles son para él difícilmente separables. Las frases largas y envolventes de estas panorámicas nos remiten a Proust, pero hay algo sutil, quizá el dato exacto del geógrafo, engarzado en una imagen, que contribuye a acentuar la impresión de que el de Gracq es un mundo de hoy.
[Una sorpresa de Julien Gracq, por Manuel Hidalgo]
En los capítulos “Instantes”, “Leer” y “Escribir”, los fragmentos son los de un Julien Gracq crítico literario, o simplemente, lector y escritor; pero también su revancha contra lo que detesta en la “república de las letras”. El autor de teatro, novelas, poesía y ensayo fue sobre todo un gran lector al que gustaba desmenuzar la literatura y también criticar a los otros críticos que hablaban de ella.
Podríamos decir que fue, en ocasiones, un crítico de críticos, sobre todo si alguno se había referido a su propia obra. Gracq inició sus trabajos críticos con un estudio sobre André Breton, publicado en 1948. Sus relaciones con el surrealismo no fueron duraderas, pero su admiración por Nadja, de Breton, y su amistad con el impulsor del surrealismo, si lo fue.
Entre los misterios de la vida de Gracq está su relación casi secreta con Nora Mitrani, una socióloga y poeta surrealista de origen búlgaro a quién conoció a finales de los 40 y con quien mantuvo una amistad íntima, y bastante reservada, hasta la muerte de la escritora en 1961.
Un libro fragmentario y de pequeñas notas como este no debe ser leído desde una perspectiva totalizadora, sino como una introducción a la prosa iluminada e inteligente de Gracq, y un acercamiento a su obra más extensa. Encontramos aquí ideas e imágenes finamente enlazadas que transpiran otros momentos del corpus total del escritor. En España la publicación de los libros de Julien Gracq ha sido dispersa y en diversas etapas.
Los esfuerzos de Nocturna, Siruela y la editorial Shangrila, están dando a conocer algunas de sus ficciones. Su libro de crítica literaria Leyendo escribiendo ha sido publicado por las Ediciones de escritura literaria de Fuentetaja. Ya hemos mencionado su panfleto irreverente La literatura como bluff. Sus dos volúmenes de críticas, Lettrines I y Lettrines II, publicadas en Francia por José Corti, como toda su obra, son básicamente sus ideas sobre la literatura universal, con ironía, agudeza y estimulantes reflexiones.
Julien Gracq, en su independencia de escuelas, en su rebeldía ante la mediocridad crítica, en su obcecación por un estilo cuidado, alejado de modas, consiguió defenderse del oropel literario y acercarse a la modernidad como un oráculo que ya proclamaba el respeto a la naturaleza, la lectura como meditación y el alejamiento gozoso de una vida frenética.