Vigdis Hjorth relata una historia de regreso al pasado y al rencor
La escritora revela en '¿Ha muerto mamá?' un inusual talento para montar un argumento equilibrado sobre las relaciones entre madre e hija, desarrollado con pausa
18 noviembre, 2022 03:21La permanente dieta de textos delineados para fijar nuestro interés en la sordidez social nos hace olvidar a veces el gusto por la verdad literaria, el que ofrece una buena novela como ¿Ha muerto mamá? Su autora, la escritora noruega Vigdis Hjorth (1959), revela un inusual talento para montar un argumento equilibrado sobre las relaciones entre madre e hija. Lo desarrolla con pausa. Poco a poco, la complejidad de las percepciones narradas crea una sutil intriga.
La narradora y protagonista de la historia se llama Johanna Hauk, y ronda los 60 años. La conocemos cuando regresa a la Noruega natal tras una ausencia de casi tres décadas. Viene, en parte, a reparar las relaciones con la madre, a quien no ha hablado desde su emigración a Estados Unidos, y a buscar respuestas sobre la vida de su familia, que quizás iluminen la suya.
La fuerza de esta historia de ficción proviene, como en las mejores obras de arte nórdicas (recuerdo a Ibsen, a Munk, a Bergman), en el esfuerzo autorial por representar una existencia humana conscientemente vivida, lo que requiere una esforzada voluntad emotiva e intelectual. La poética de Hjorth resulta simple en apariencia, según la enuncia en el texto, diciendo que la realidad, lo que hacemos cotidianamente para mantenernos, como poner la lavadora, no importa, pues lo esencial es la verdad detrás de los hechos.
Así pues, esta historia ofrece detalles escuetos, como el hecho de que la protagonista estudió Derecho obligada, que se casó con Thorlielf, de quien apenas sabremos nada, pero que enseguida se dio cuenta de que ella buscaba otra cosa en la vida. Sabemos que se apuntó a unas clases de pintura (su pasión desde niña), enamorándose del profesor, un americano llamado Mark, con quien se marchará a América, donde se casa de nuevo y tiene un hijo.
Su carrera como pintora despega en Utah y conoce la fama. Tanto que la invitan a exponer en su país. Razón por la que regresa, para organizar la muestra y de paso entender el silencio de la madre y de su hermana Ruth, quienes rompieron con ella, apoyándose en su abandono del primer marido y su ausencia en el funeral del padre.
La fuerza de esta historia de ficción proviene, como en las mejores obras de arte nórdicas, en el esfuerzo autorial por representar una existencia humana conscientemente vivida
Total, que Johanna llega a la isla noruega donde creció, alquila un apartamento y un refugio de cazadores en un bosque, y comienza sus intentos de acercamiento a la madre, mientras va recordando sus relaciones desde la niñez. En realidad, quiere deshacerse “de la rabia encapsulada” (pág. 179) que lleva dentro. Lamenta la sumisión materna a la autoridad del padre, un déspota que decidía qué estaba bien y qué no.
Los permanentes intentos fallidos de conectar con la madre y con la hermana le permiten entender que las relaciones con su progenitora suponían una lucha generacional, pues no aceptaba los valores de los padres, porque exigía mayor libertad. De hecho, Johanna quería hacer lo contrario que ella (p. 175). Lo difícil, entendemos, es que las disputas con la madre ocurren mientras la joven mantenía una lucha consigo misma para realizarse, que le daba miedo, la hacía insegura.
Y termina concluyendo que la madre también sentía miedo de su marido, de desagradarle, lo que las une en esas decepciones, la rabia que provocan. Una unión que nada tiene que ver con el amor, sino simplemente resulta una semejanza en el carácter de su intimidad, una intimidad que no es nada acogedora.
Hay una frase que la autora repite: el “sufrimiento es una cadena que trae ese goce mágico que la felicidad nunca puede ofrecer” (pág.193), y, añado, porque nos permite vivir en plena conciencia.