En las tripas de los activistas climáticos: atacar a PSOE y PP impacta más que mil muertos en una inundación
El periodista Rafael Ordóñez publica un breve libro en el que analiza el objetivo y las polémicas acciones de la nueva generación del activismo climático.
26 abril, 2023 02:00Este fin de semana, en el centro de Londres, la organización ecologista Extinction Rebellion logró convocar a varias decenas de miles de personas en una manifestación para exigir medidas efectivas que logren atajar la crisis del cambio climático. La movilización apenas ha tenido eco mediático en España, y la mayoría —de las pocas— noticias al respecto se resumen en el desafío que supuso para la celebración de la tradicional maratón de la capital británica. Un impacto mundial mínimo comparado por ejemplo con las dos activistas del grupo Just Stop Oil que arrojaron un bote de tomate al cuadro Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery el pasado 14 de octubre.
Las acciones directas no violentas —en lo que se refiere a las personas— de desobediencia civil, como así las llaman, que desde 2019 viene practicando esta nueva generación de activistas climáticos están encaminadas precisamente a eso, a impactar, a causar un cambio social, a generar debate. El fin no es vandalizar algunos de los lienzos más famosos de la historia del arte o las sedes de los principales partidos políticos, como ha hecho esta semana Futuro Vegetal aquí con los edificios del PSOE y el PP, tintando de negro las fachadas con extintores lanza-pintura. La misión es aparecer en los medios, que se den a conocer su lucha y reivindicaciones.
Esta filosofía se resume a la perfección en un comentario que incluye el periodista Rafael Ordóñez en su libro Amor y furia, que acaba de publicar la editorial Tres Hermanas. Su autor es Alex de Koning, portavoz de Just Stop Oil: "El vídeo de las activistas de la National Gallery ha sido visto por millones de personas, si solo un 10% de ellos se ha preguntado por el cambio climático es un gran éxito. En Pakistán, hace poco, murieron más de 1.300 personas por las inundaciones causadas por el cambio climático y eso no tuvo ningún impacto; ha habido más gente hablando del cambio climático por el bote de tomate". Sea el procedimiento más o menos discutible, no les falta razón.
Ordóñez, reportero de El Independiente, firma una obra breve, más un reportaje periodístico en profundidad que un ensayo, en la que recoge de forma ágil y con muchos datos y puntos de vista el desarrollo de la nueva ola de rebeldía del movimiento ecologista inaugurada por la joven sueca Greta Thunberg e impulsada por las evidencias científicas sobre el calentamiento del planeta. El título del libro, cuenta el autor, que ha acompañado a los activistas en un buen puñado de sus acciones y conoce al detalle su organización interna, es el grito de despedida en las reuniones de los miembros de Futuro Vegetal.
"Son los que están arriesgando más en España, el grupo que está haciendo acciones más molestas para la ciudadanía pero que tienen más impacto en los medios de comunicación", destaca Ordóñez. Entre los hits de Futuro Vegetal se cuentan el ataque a los marcos de los cuadros de Las majas de Goya en el Museo del Prado, el corte de la M-30 el día de la operación salida de las navidades del año pasado, pegarse a los micrófonos del Congreso de los Diputados o bañar con "sangre y petróleo" unas vitrinas del Museo Egipcio de Barcelona.
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Ordóñez destaca la facilidad con la que se puede crear una imagen de desobediencia civil: el único ingrediente necesario es la determinación. Sin embargo, por la mayoría de estas actuaciones han recibido multas —que están recurridas— de varios miles de euros, aunque algunas han saltado a los tribunales: la pinacoteca denunció a las dos jóvenes que se pegaron a los marcos de los cuadros por un delito de daños contra el patrimonio. Ese es el gran problema al que se enfrentan los activistas. "En Reino Unido acaban de meter en la cárcel a dos miembros de Just Stop Oil por colgarse de un puente sobre el Támesis y provocar su cierre", recuerda el periodista. "Aquí pasan de media dos noches en el calabozo".
En el perfil que traza el autor sobre los integrantes de estas asociaciones destaca un sentimiento compartido: la "ecoansiedad". "Van pasando por un proceso de transformación personal, desde ser conscientes del problema que existe, hasta meterse poco a poco y llegar a la acción, al compromiso que creen que necesita la causa que defiende", asegura.
Un caso singular que se incluye en el libro es el de Mauricio Misquero, profesor de la Universidad de Granada. Durante la pandemia estaba haciendo un posdoctorado en un proyecto aeroespacial en la Universidad de Roma Tor Vergata. Era crítico con el turismo espacial y las ideas marcianas de colonizar Marte: según su opinión, se trata de empresas que sobrepasan los límites que la Tierra puede soportar. Y por eso se unió a Extinction Rebellion. "Lo que no tiene ningún sentido es reciclar. Eso no va a cambiar absolutamente nada. No, lo que tiene sentido es un movimiento que se plantee una resistencia global frente a esta dinámica autodestructiva", defiende.
Extinction Rebellion es un movimiento que nació en 2018 de la unión entre un granjero de Gales y una doctora en Biofísica Molecular. Su objetivo consistía en movilizarse para que la sociedad despertara y se alzara contra la crisis climática y el silencio de los gobiernos. Ahora forma parte de la llamada Red A22 —definida como "un colectivo de proyectos comprometidos en una carrera frenética para salvar a la humanidad"—, once colectivos financiados por el Climate Emergency Fund, que ha apoyado económicamente a un centenar de organizaciones, entrenado a unos 30.000 activistas y movilizado a un millón.
Futuro Vegetal surgió dentro del capítulo español de Extinction Rebellion, aunque no forma parte de ese conglomerado de proyectos. Su demanda estrella es que el Gobierno deje de dar cientos de millones de euros en subvenciones a las corporaciones de la industria cárnica. No quieren obligar a nadie a dejar de comer carne, aunque abogan por una alimentación basada en plantas.
Futuro Vegetal había preparado para estas semanas una serie de acciones disruptivas con las que volver a copar todos los titulares. Lo han logrado con las pintadas en Ferraz y Génova, que se han salado con cinco detenciones, pero el plan era mucho más ambicioso, aunque se derrumbó al descubrir que la Policía había logrado infiltrar a un agente en sus sesiones de formación de nuevos miembros.
El cambio de diana, de las obras de arte a los edificios institucionales o de los partidos políticos, no responde a una nueva estrategia. Es el resultado de la necesidad de reinventarse para seguir impactando, seguir colando en lo más alto de la agenda pública el debate sobre la crisis climática. "El factor aburrimiento les va a obligar a ser más imaginativos y pueden ir por distintos sitios, pero van a ir a más porque el cambio climático está aquí: la ciencia está siendo muy tozuda y se está convirtiendo en realidad todo lo que ha dicho", sentencia Ordóñez.