Eloy Tizón. Foto: lsabel Wagemann

Eloy Tizón. Foto: lsabel Wagemann

Letras El libro de la semana

'Plegaria para pirómanos', el regreso al cuento de Eloy Tizón: una obra sobresaliente

Los relatos de su nuevo libro, en los que predomina la diversidad y un fuerte tono existencialista, potencian el misterio, la rareza y la sorpresa.

18 septiembre, 2023 01:15

El título del nuevo libro de Eloy Tizón (Madrid, 1964), Plegaria para pirómanos, no se corresponde con el de ninguno de los nueve relatos reunidos, lo cual indica que aglutina en él un sentido genérico. Ocurre, sin embargo, que no se encuentran pirómanos en ninguno de sus textos y mal puede, por ello, dirigírseles súplicas o rezos.

Plegaria para pirómanos

Eloy Tizón

Páginas de Espuma, 2023. 192 páginas. 18 €

Esta aclaración es clave para abordar la lectura del volumen: la sugerencia imprecisa que insinúa pero no declara ni especifica constituye la esencia de la poética narrativa de un narrador que goza de gran crédito entre quienes se dedican a las medidas cortas del relato (aunque también ha cultivado la novela de extensión habitual). Este sentido nada más sugerido afecta, por otra parte, a cada una de las piezas como enseguida se apreciará.

En correspondencia con lo dicho, la diversidad preside el libro. Los relatos ofrecen total pluralidad anecdótica. El primero, “Grafía”, trata, con mucha munición metaliteraria, de las cavilaciones de un escritor. El último, “Confirmación del susurro”, es una carta de amor de un cantante.

En el medio, encontramos casos bien distintos: un guionista soltero medita a partir de la muerte de su solitaria vecina del piso 6º F (“El fango que suspira”); el narrador recupera un sentido de culpa anidado en la infancia y rastrea otras historias íntimas (“Agudeza”); el protagonista cuenta todo lo que ha visto a lo largo de su vida y se pregunta por lo que le falta ver (“Dichosos los ojos”); las chicas de un colegio que representan una obra de teatro teológico afrontan una denuncia policial (“Mi vida entre caníbales”); un fotógrafo selecciona imágenes relevantes de su cámara (“Ni siquiera los monstruos”); una pareja conversa: él, traductor, cuida de ella cuando ésta enferma, al final se separan y la mujer se pone a escribir el alivio que le produce la soledad (“Anisópteros”); el narrador repasa hitos peligrosos de una expedición militar y desemboca en una compleja situación distinta de los horrores antes referidos (“Cárpatos”).

La diversidad afecta asimismo a la forma. Al comienzo del libro Tizón coloca historias con bastante carga narrativa en las que contar algo tiene bastante peso. Lo mismo se mantiene en algún relato, pero se debilita en otros, al punto de que “Dichosos los ojos” no cuenta nada, solo enumera hechos. Lo normal es que, soterrado el argumento, termine por imponerse una historia difusa disuelta en fragmentos. La atmósfera de los sucesos, dispersa en pronunciados cambios temporales, prevalece sobre una historia principal que, de todos modos, existe en segundo plano, aunque entrecortada y huérfana de detalles.

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Contra la absoluta diversidad dispone Tizón ciertos recursos que funcionan como un subterráneo hilo unificador. El más llamativo es un personaje llamado Erizo que figura con su nombre o se le identifica mediante veladuras en todos los textos menos en uno. En varios casos actúa a la vez como narrador y protagonista. Pero no se trata de una novela episódica referida al tal Erizo porque este tiene una cualidad polimórfica, tanto por sus oficios como por sus acciones. También brindan nexos dos referencias herméticas, a un Club de las Amazonas y a una abuela, Catalina.

Se evita así la dispersión absoluta del mundo recreado por el libro, si bien a partir de un pie forzado inexcusable en el autor: sus textos no pueden leerse con los parámetros del realismo tradicional. Ni con los de la pura narratividad. Una ideación poemática sustenta la presentación de los sucesos.

Eloy Tizón junta en su nuevo libro una densa escritura moral y una pronunciada creatividad artística

La composición formal constituye un elemento relevante, de capital importancia, de Plegaria para pirómanos. Obedece a un prurito innovador. Los relatos hacen convivir recursos distintos. El más notable consiste en la utilización de copiosas notaciones costumbristas. Una y otra vez recurre Tizón a enumeraciones prolijas que llegan al virtuosismo de “Dichosos los ojos” en que se acumulan seis páginas de cosas vistas: el tomate en el calcetín del papa Francisco, la casa de Trotski donde Mercader lo apioló, la “tumba alegre” de Borges en Ginebra, las piedras pintadas de Ibarrola en Ávila, el saldo bancario…, hasta el centenar largo. Pero se trata de trampantojos de corte documental e informativo que van en aleación con ambientes evanescentes. Así se potencian el misterio, la rareza y la sorpresa.

Este recurso, convertido en técnica, se amplifica con la utilización de figuras retóricas, metáforas o anáforas, y de quiebros humorísticos o expresionistas. Menudean los cuentos en expresiones no denotativas. Encontramos una verbena de condensaciones verbales propias de la poesía. Algunas recuerdan el decir de la vieja vanguardia: “En Detroit llueven gallinas”, “llorar lágrimas de pelo”, “tú eres las ocho de la mañana”... Otras son greguerías ramonianas: “El mundo es un pellizco en la nalga”.

['Mi vida entre caníbales', un cuento de Eloy Tizón]

Las muchas señales de gustosa creatividad suscitan, sin embargo, un reparo. La escritura de Tizón está como concebida para cuentoadictos, no para gente común que solo busque el disfrute de una historia breve. Por eso sobran guiños al gremio (dedicar una historia al editor y otra a “Andrés, Erika y Telmo”, el escritor Neuman y familia). Además, frecuentes comentarios e ideas sobre la propia literatura resultan pegadizos. Y las elusiones, convertidas en rutina, se apuran tanto que obligan a un esfuerzo de atención excesivo.

Por suerte, no queda el libro en un sofisticado ejercicio formal y sus piezas cobijan un nutrido repositorio de visiones acerca de la vida. Muy negativas, desesperanzadas, de fuerte tono existencialista. No se trata de apuntes añadidos sino que son la sustancia misma de la obra. La vida –“mitad magia y mitad espanto”– se percibe como una cadena de tropezones, errores y fracasos. El mundo desprende una imagen desoladora de violencia, crueldad, absurdo y orfandad.

En suma, el autor hace un retrato general revulsivo de la existencia y pinta el inquietante fresco de un ser humano expuesto por completo a la intemperie. Al juntar esta densa escritura moral, y un punto social, y la pronunciada creatividad artística que he subrayado, Tizón consigue en Plegaria para pirómanos una obra singular y sobresaliente.