Pablo Neruda fotografiado por Anne Marie Heinrich (1967). Foto: Archivo

Pablo Neruda fotografiado por Anne Marie Heinrich (1967). Foto: Archivo

Letras

Pablo Neruda: 50 años sin el poeta del amor y de la gente

La poesía, el amor y la política atraviesan tanto la producción literaria como la biografía del poeta popular por antonomasia.

23 septiembre, 2023 02:27

Pablo Neruda representa la figura del poeta popular por antonomasia. Nadie como el chileno lleva adherido a su nombre tan exclusiva condición. Sus poemas nos atañen, nos explican, se proyectan en el imaginario de la gente común que ama y sufre, que comparte las sensaciones que dictan sus versos, a menudo retóricos pero siempre terrenales, normalmente hiperbólicos pero nunca intangibles. “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”. “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”.

Su poesía pertenece a la memoria del siglo XX, si bien el XXI sigue cantando sus versos. A lo largo de medio siglo (1923-1973), la sustantiva transformación de su obra corresponde a un periplo vital fecundo que no debe separarse de un significativo contexto.

Nacido el 12 de julio de 1904 en Parral, Chile, Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto –nombre real del poeta– perdió a su madre cuando solo tenía dos meses de vida. “Como nunca vi su cara, la llamé entre los muertos”, escribió en Confieso que he vivido (1974), sus memorias. La profesión de su padre, un conductor ferroviario que nunca aprobó la inclinación poética de su hijo, lo condujo hasta el sur del país. En Temuco fue criado por Trinidad Candia Marverde, su madrastra o “Mamadre”, como él la llamaba.

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El contacto con los bosques nativos de su región durante la infancia, donde su “único personaje inolvidable fue la lluvia”, tal y como relatan sus memorias, fue la antesala de una poesía florida y repleta de elementos naturales. También de una conciencia medioambiental de la que hizo gala en el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en 1971: “La intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza” constituía una de las “parejas” que nutrían su poesía.

En el Liceo de Varones de Temuco fue crucial el encuentro con la poeta Gabriela Mistral, directora del colegio femenino, que le descubrió a los grandes narradores rusos, mientras que Emilio Salgari y las hazañas de Buffalo Bill se revelaban como lecturas complementarias. Fue el amor, no obstante, el verdadero catalizador de su escritura, que arrancó a los diez años.

La transformación de su obra corresponde a un fecundo periplo vital que no debe separarse de un significativo contexto

La historia de Neruda es la historia de sus pasiones, que desencadenaron los episodios más importantes de su vida –también los más lamentables– y atraviesan lo más renombrado de su obra poética. En Santiago de Chile, ciudad en la que se instaló en 1921 para estudiar Pedagogía en francés, publicó su primer libro en 1923. Bajo la firma de Pablo Neruda, seudónimo del que ya se había apropiado antes, los poemas sentimentales de Crepusculario asombraron a la crítica, aunque fue un año después, cuando rozaba la veintena, cuando consolidó su éxito con Veinte poemas de amor y una canción desesperada, influenciado por el Modernismo.

Aquel libro inolvidable, del que hay quien sostiene que es el más vendido en la historia de la poesía, le abrió las puertas de la élite cultural y política chilena. Antes exprimió la bohemia de aquellos años 20 durante un agitado periplo en la capital, donde escribió tres o cuatro poemas diarios en su apartamento de la calle Maruri. El amor de Albertina Azócar, a quien llamó "Mari Sombra", le resarcía del hambre, pero al ver que su relación con la principal destinataria de Veinte poemas... no cuajaba, se enroló en un viaje a Rangún (Birmania) como cónsul de Chile.

Las tinieblas se ciernen sobre su etapa como diplomático en el Extremo Oriente. En el ámbito personal, su recorrido por Birmania, Colombo (Ceilán, hoy Sri Lanka) y Batavia (Isla de Java) se salda con una relación tormentosa, un matrimonio frustrado cuyo desenlace fue la muerte de su única hija y una presunta agresión sexual.

El apasionado romance con la birmana Josie Bliss casi le cuesta la vida. Neruda se vio obligado a huir de “La Maligna” –una mujer, un mote– cuando quiso clavarle un cuchillo, pero en el “Poema del viudo” (Residencia en la tierra, 1933) da cuenta de una extraña nostalgia: “Ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina”, reza un verso.

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Ceilán, donde probó el opio, fue el país donde tuvo una actividad más frenética. Sin una sola prueba concluyente, solo la de su testimonio en Confieso que he vivido, el episodio de la criada indígena ha ensombrecido la biografía del poeta. El polémico párrafo de sus memorias recrea el “encuentro” sexual de “un hombre con una estatua”.

No menos controvertida es su relación con María Antonieta Hagenaar, “Maruca”, a quien conoció en Batavia y con la que se casó sin estar enamorado. Malva Marina, la hija de ambos, había nacido con hidrocefalia, pero cuando Neruda recibió en 1943 la noticia de su muerte, a los ocho años, se encontraba preparando su nuevo enlace con Delia del Carril, una artista argentina que le llevaba dos décadas.

La conoció en España durante la II República, cuando todavía vivía en la Casa de las Flores con su primera esposa y madre de su hija, a través del poeta Manuel Altolaguirre. La Generación del 27, con la que colaboró a través de las revistas Caballo verde para la poesía y El mono azul, influyó decisivamente en su poética. No en vano, su mirada se torna existencial y desgarrada en Residencia en la tierra, cuya escritura corresponde a aquellos atribulados años. “Sucede que me canso de ser hombre”, leemos en “Walking Around”. Además de ser uno de sus libros más celebrados, constituye un punto de inflexión en su carrera.

El estallido de la Guerra Civil Española activa un sentimiento de confraternidad entre sus compañeros que determinaría sus siguientes composiciones. El asesinato del poeta García Lorca, al que conoció en Buenos Aires tres años antes, le conmueve profundamente. Poco después, viaja por la Europa de la II Guerra Mundial. En 1939, siendo cónsul en París, logra trasladar a cientos de exiliados españoles desde Francia hasta las costas chilenas en el barco Winnipeg.

La Guerra Civil Española activa un sentimiento de confraternidad que determinaría sus composiciones

Instalado en Chile desde 1945, año en que recibe el Premio Nacional de Literatura, deja atrás su actividad diplomática para dar el paso a la acción política. En 1948, siendo senador, pronuncia un discurso incendiario en el parlamento contra el gobierno de Gabriel González Videla, que acababa de ilegalizar el Partido Comunista. Lo acusan de traición a la patria y dictan contra él una ley de busca y captura. Durante más de un año, deambula por apartamentos minúsculos, sótanos y cabañas junto a su esposa hasta que huye a México por la cordillera de los Andes.

En aquellos meses escribe el libro que lo convierte en un símbolo de la libertad. Canto general (1950) clausura la etapa menos celebrada de su poesía. Entre multitud de arengas que a menudo incurren en tópicos, sobresale la “Oda a Stalin”, de la que más tarde dijo: “Me equivoqué”. A propósito, en 1953 fue reconocido con el Premio Stalin para la consolidación de la paz entre los pueblos.

En mitad de los viajes por el exilio a través de Europa –Italia y Francia fueron los países más frecuentados– y el continente americano, donde México, Guatemala, Cuba y Venezuela eran destinos recurrentes, una nueva aventura sentimental aguardaba en su vida. Matilde Urrutia, a la que había conocido en un recital celebrado en Santiago durante la primavera de 1946, se convirtió en su amante solo tres años después.

Cuando fue descubierto por su esposa en 1956, Los versos del capitán ya estaban al alcance de los lectores. Lo que no supieron hasta 1962, año del lanzamiento oficial, es que la destinataria de aquel fervor erótico era su nueva amante, pues hubo de publicarlos de forma anónima en Italia una década antes. “Amo el amor de los marineros / que besan y se van. / Dejan una promesa. / No vuelven nunca más. / En cada puerto una mujer espera”. Además de uno de los pasajes más conocidos del poeta, pudo servir también de eslogan de su vida.

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Su poesía mutó definitivamente a medida que se consolidaba su romance clandestino. Cuando publica las Odas elementales en 1954, apenas queda algún resquicio de aquel lenguaje ensimismado de sus inicios. Menos aún de la poesía panfletaria que le conectaba con el comunismo. Era la hora de celebrar las pequeñas cosas de la vida: el canto a una alcachofa, a una tijera, que es “un pájaro que vuela en las peluquerías”, o a los calcetines “suaves como liebres”. Lo anodino, que en su pluma se convierte en trascendente. En Estravagario (1958), su último gran libro de poemas, parece haber encontrado el equilibrio. Lejos de la afectación amorosa o social, el énfasis recae en un lenguaje que siempre busca la hondura desde un estado de serenidad.

Su vida, en consonancia, se estabiliza. Tiene 62 años cuando se casa con Matilde Urrutia. En 1969 acepta ser precandidato presidencial a las elecciones de Chile, pero acaba dejando su puesto a Salvador Allende. En Isla Negra, donde vive plácidamente junto a su esposa, una última tentación pone patas arriba su vida. Alicia Urrutia, sobrina de Matilde, es el motivo de su siguiente infidelidad.

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Esta vez su esposa lo perdona con la condición de marcharse a París. Nombrado embajador en Francia, el 21 de octubre de 1971 escucha por la radio, junto al escritor Jorge Edwards, que era su consejero, el anuncio del Premio Nobel de Literatura. El jurado lo reconoce como “el poeta de la Humanidad violentada”.

Solo un año más tarde vuelve a Chile. Tiene cáncer de próstata. Los fuertes dolores que padece no le perturban tanto como el miedo a la muerte. Recluido en Isla Negra, dirige un llamado a los intelectuales del mundo para evitar el golpe militar que perpetraría Augusto Pinochet en su país el 11 de septiembre de 1973. Solo doce días después, la vida del poeta se apaga.

En febrero de este año hemos conocido a través de un informe pericial que Pablo Neruda murió envenenado y no como consecuencia del cáncer que padecía. Los resultados habrían demostrado que la bacteria hallada en su cuerpo en 2017 fue la responsable de su muerte. Su legado poético y humano sigue resonando en la actualidad. “Así quiero que canten / mis poemas, / que lleven / tierra y agua, / fertilidad y canto / a todo el mundo”, escribió en Odas elementales. Su profecía en verso se ha cumplido.