Daniel Hidalgo

Letras Cuento de octubre

'Fundición', un cuento inédito de Antonio Soler

El desvarío de un hombre enfermo de Alzheimer y los sentimientos encontrados de sus hijas protagonizan nuestro relato del mes de octubre.

15 octubre, 2023 01:29

La voz que oye es la de su hija que es su mujer ¿que es su madre? O la otra mujer, Olga. Entiende el desvarío. Él mismo entiende que hay un error. ¿O no hay ninguno? ¿No buscó siempre un poco de calor en las mujeres de su vida? Calor y obediencia. Calor y obediencia forman eso que otros llaman amor.

La voz insiste:

–Levántate.

La voz como una onda de agua. Una onda que llega a su cerebro y se amansa tranquilamente.

–Levántate, papá.

Y solo cuando la ola se aquieta por completo el mensaje de la voz cobra sentido y los músculos reciben la orden de su cerebro. Lentamente también.

Obediencia, la ironía.

Hilario Helguera apoya las manos en los brazos del sillón y hace el esfuerzo olímpico de ponerse de pie. 86 años. De reojo ve en el espejo del aparador la silueta de ese hombre, que es él. Se reconoce vaga e involuntariamente. Ese no es él.

–Apóyate en mí –la voz de nuevo. Su hija. La menor, la de más carácter.

['A la diabla', un cuento inédito de Montero Glez]

Una playa donde la recuerda. Corriendo, una niña. Su hija. El viento y en la hamaca su mujer con el vientre abultado.

–Te llevé allí –le dice Hilario Helguera a su hija.

–Adónde.

–A aquella playa, con tu madre, cuando esperaba a tu hermana, cuando estaba embarazada, y tenía el bañador rosa, tú lo tenías. Un bañador con flores.

–No era yo, era mi hermana. Soy Lourdes, no Maribel.
“Una yedra, tiempo, memoria, una yedra me sube por las piernas y se enreda en la espalda y en la cara y no me deja ver, aquel horizonte, la espuma de las olas. Algas”.

–Olga.

–No empieces. Suerte que mamá que en gloria esté no puede oírte hablar de esa mujer.

“Olga ojos de algas, verdes”.

–Me miraba por las noches.

–Papá, déjalo. Te acuerdas de lo que no te tienes que acordar.

['Cronología', un cuento inédito de Marta Jiménez Serrano]

Hilario Helguera balbucea. La mujer que llegó una mañana a la oficina de la fundición buscando trabajo. Traje de chaqueta, labios pintados, dedos gruesos, casi masculinos. Mecanógrafa. La primera vez que la vio caminar junto a las montañas de arena amarilla, entre los obreros y el fuego. Igual que el grabado que su amigo Ramón había tenido durante años colgado en la cabecera de la cama. Dante caminando por el infierno. Cuando eran jóvenes.

–Mi amigo Ramón.

–Tu amigo Ramón se murió.

–No.

–Hace cinco años. Y no empieces con los lloros, es como si se muriese cada día o cada semana, cuando te da por acordarte de él.

–No.

–Y llevabais medio siglo sin hablaros. Sin que él te hablara.

–Ramón. Las tortugas.

Las tortugas y los peces anaranjados que había en el estanque, a la entrada de la fundición. La mujer se reflejó en el agua verdosa del estanque. Olga con su abrigo, y Olga desnuda entre las sábanas. Olga Cisneros. El primer día en la oficina. Hilario Helguera era alto, el pelo lo llevaba peinado a la raya con un esmerado tupé, ligeramente humedecido, entrecano. Ojos de lobo. Alto. Cuarenta años.

Hilario Helguera apoya las manos en los brazos del sillón y hace el esfuerzo olímpico de ponerse de pie. 86 años

–Siéntate. Papá, siéntate.

“Una niebla espesa entra por las calles de mi cabeza. Corre, borra”.

La besó en la oficina. Olga miraba un libro de contabilidad y él se acercó por detrás. Pegó los labios a la nuca de ella, el pelo recogido. Los labios en la pelusa del cuello. Oloroso. Polvos de maquillaje y colonia barata.

–¿Zumo? ¿Zumo, papá?

Hilario Helguera le mira los labios, extiende la mano. La hija se alarma.

–¡Papá! ¡Joncho, papá!

Hilario retira la mano del glúteo de su hija, murmura:

–Era ella. Eras. Eras ella y yo.

La fundición. La fundición es una mina, solía decir Hilario Helguera en aquel tiempo. La casa grande, los muebles caros. El tapiz del león sobre la chimenea. Los viajes. Olga Cisneros cedió. No el día que la abrazó desde atrás. Ese día se encogió, se plegó sobre sí misma. Una tortuga que se mete en su caparazón.

–Fuimos a París.

–Con esa, con tu mujer no. A mamá no la llevaste más que por el camino de la amargura.

–La amargura era otra.

Invierno. Había caído la tarde, desde abajo llegaban los fulgores del horno. El rojo relampagueando en los cristales de la oficina y tiñendo las paredes de color naranja. “Eres un hombre casado”, las palabras susurradas, la mirada baja de Olga. Hilario Helguera oyéndolas como un triunfo, como el acta de rendición. “Fui poderoso, era alto, tenía voz de cueva, yo era el líquido ardiente, el hierro fundido.”

['Fabuloso Material Polivalente®', un cuento inédito de Elena Medel]

–La dejé.

–La dejaste cuando ya lo habías roto todo. Y no le des más vueltas, acuérdate de otra cosa.

–De la playa. El bañador rosa, mamá. Ramón.

–Hoy nos toca Ramón. Tómate el zumo.

–Fue la guerra. Es lo que pasó.

–La guerra.

–Me vio y ya no habló más.

–Contigo. Contigo no habló. Con otros sí que habló de ti.

Ramón Soler Vera, su amigo, lo vio salir a la calle, sí. 1937. Con la camisa azul. Dando vivas a los nuevos dueños de la ciudad. Hilario Helguera, brazo en alto. Falangista hoy, sindicalista ayer.

–Éramos jóvenes.

Eran jóvenes y trabajaban en la fundición que luego sería propiedad de Hilario Helguera. Jóvenes. Soñadores. Ramón vivió unos meses escondido en un sótano, hasta que pudo embarcarse de polizón rumbo a Casablanca.

–Aquello, lo de Falange, lo hice por tu madre.

–No la conocías. Conociste a mamá después de la guerra.

–Lo hice por tu madre.

–Muy bien. Acaba el zumo.

“Todos se fueron. Ramón, Olga. La sangre.”

['Un fantasma de andar por casa', un cuento inédito de José Ángel Mañas]

La sangre abarcando casi toda la sábana. Llenando la habitación de un olor ferroso, de matadero. Olga lívida. El aborto, la comadrona tan lívida como Olga. Y después, nada. Cuando todo se supo ni siquiera hubo susurros. Silencio. Olga subiendo a un tren, todavía delicada, y en la casa su mujer mirándolo de soslayo. Como años atrás lo había mirado Ramón desde la entrada de la fundición. La camisa azul. El nuevo hombre.

El estanque. El jardín, la sombra.

“Esto es lo que decían que era la vida. Esta nube, esta vaharada.”

–Es como el aliento de un borracho. Un eco.

–¿Quieres más, papá?

“Un eco. ¿Dónde está el misterio? No hay ningún misterio, solo palabras. Nubes. Manchas. El estanque y los peces.”

–No, no más.

“Aquel día en la playa. El bañador rosa. Las montañas de arena en la fundición. El beso. En un trozo de tela, en el olor de una colonia barata se condensa una vida”. 

Aunque se inició en el relato, las novelas de Antonio Soler (Málaga, 1956) pronto obtuvieron el reconocimiento de la crítica y varios de los premios más prestigiosos: De Las bailarinas muertas (1996, Premio Herralde y de la Crítica) a El camino de los ingleses (2006, Premio Nadal) o Sur (2018, Premio Umbral y de la Crítica). La última novela es Yo que fui un perro, recién publicada por Galaxia Gutenberg.