Eduardo Mendoza. Foto: Iván Giménez

Eduardo Mendoza. Foto: Iván Giménez

Letras

'Tres enigmas para la Organización', de Eduardo Mendoza: una tronchante parodia del género policiaco

El escritor se luce con una novela detectivesca protagonizada por pintorescos agentes secretos que investigan varios casos sospechosos.

30 enero, 2024 01:27

El jugueteo irónico, la perspectiva distorsionadora de la realidad y la mirada escéptica sobre el mundo aparecen temprano en la obra de Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943). Sorprendió que tras una realidad social tan dura como la acuñada en la obra que le proporcionó un inmediato y enorme reconocimiento, La verdad sobre el caso Savolta, la novela con mayor porcentaje de muertes violentas por página que yo conozca, siguieran unas farsas policiales centradas en un loco detective anónimo, El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas.

Tres enigmas para la Organización

Eduardo Mendoza 

Seix Barral, 2024. 407 páginas. 21,90 €

Otras obras serias, aunque no exentas de humor, hizo Mendoza, en particular la que se considera su novela maestra, La ciudad de los prodigios, pero esa veta digamos gamberra, impregnada de un renovado costumbrismo satírico, se ha mantenido a lo largo del tiempo.

Ahí están el folletón en torno a un perspicaz extraterreste, Sin noticias de Gurb, o las tardías continuaciones de dicho detective, La aventura del tocador de señoras, El enredo de la bolsa y la vida y El secreto de la modelo extraviada. En parecido ámbito se inscriben El rey recibe, El negociado del yin y el yang y Transbordo en Moscú, jalones de la reciente trilogía “Las tres leyes del movimiento” protagonizada por otro peculiar investigador, Rufo Batalla.

He recordado estos títulos, por otra parte éxitos comerciales bien conocidos, para dar idea de la envergadura cuantitativa de esta tendencia literaria de Mendoza y para contextualizar su nuevo libro, Tres enigmas para la Organización, el cual participa con ellas de una manera de concebir y practicar la narración cercana. De nuevo estamos ante una novela detectivesca protagonizada por pintorescos agentes secretos que investigan varios casos sospechosos.

Bajo la dirección de un ineficaz “jefe”, constituyen la plantilla de dicha Organización, un organismo sin nombre ni registro oficial fundado en la alta posguerra, otrora adscrito a los Coros y Danzas de la Sección Femenina y a la Obra Sindical de Educación y Descanso. Ha sobrevivido tanto tiempo, hasta ahora mismo, camuflado en las galerías de la administración pública, y su “inoperancia y su invisibilidad garantizaron su pervivencia”.

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Esta caricatura de la burocracia investiga tres casos sospechosos. En la habitación de un hotel de las Ramblas barcelonesas, El Indio Bravo, aparece un cliente muerto. Un millonario británico desaparece de su yate anclado en un puerto catalán. Las finanzas de la popular Conservas Fernández arrojan sospechas de fraudes. Las pesquisas descubren imprevisibles vínculos entre esos sucesos difícilmente relacionables y con cierta lógica anecdótica y argumental se progresa hasta su esclarecimiento. La trama se atiene, pues, a un desarrollo común del género policial, pero los incidentes concretos lucen una inventiva disparatada.

Cada uno de los escenarios depara sorpresas, enredos, anécdotas ingeniosas o situaciones cómicas. Pautadas por esta inventiva siempre en el límite de la inverosimilitud, la acumulación de ocurrencias se encamina hacia un final resolutivo en el que Mendoza, rizando el rizo, practica la astracanada. A ello se llega en uno de los pasajes de insuperable imaginación del libro, el de unas prostitutas disfrazadas de monjas para redimirlas de su humillante condición.

La trama se atiene a un desarrollo común del género policial, pero los incidentes concretos lucen una inventiva disparatada

El componente anecdótico implica una feliz parodia creativa del género policiaco que somete al relato criminal a la distorsión humorística hasta el extremo del absurdo. En la configuración de esta original novela negra desquiciada desempeñan un papel principal los personajes. En ello pone el autor mucho empeño. Los agentes de la Organización forman una estrafalaria galería humana, un añadido más, y de primera categoría, a la inverosimilitud.

Bajo el mando de un incompetente patrón, andan juntos, revueltos, desavenidos, maniáticos, tontos-listos y listos-tontos, un recién salido de la cárcel, a la gresca con un hijo adolescente; un locatis que toca la corneta y declama pasajes de un manual de técnica militar; un oriental que sigue cursos para su conversión al cristianismo; un jorobado; un taxista entrometido… A ellos se añaden otro buen número de tipos extravagantes que acreditan la intención de Mendoza de juntarlos en un zoológico humano para diversión del lector.

A los atípicos personajes acompaña una rica inventiva de situaciones, marcadas por el dislate o el humor: un disparatado código de comunicaciones secretas, la norma de levantar acta de las reuniones para quemarlas a continuación, una cofradía de la Adoración Nocturna que viaja en el Ave cantando todo el trayecto el Tantum Ergo o un remedo de entrevista laboral, entre otras ingeniosidades.

A los personajes y situaciones suma el escritor barcelonés el juego verbal. Este tenaz y entusiasta hábito lo derrama en dosis generosas sobre todos los elementos de la novela con el resultado de producir un coherente artefacto narrativo. No se pierde ocasión de manifestar el cuidado acerca de las posibilidades expresivas de la lengua. Quizás lo más llamativo, y acaso fecundo, sea el cuidado que pone en la asignación de nombres a los personajes. Se ofrece un auténtico festín onomástico.

Entre los ultrasecretos agentes están Marrullero Vicente (también Buenaventura Adelantado), Marciano (alias votado por mayoría simple después de descartar Jo Malone, Pastas Secas, Tarántula y Cacaolat), Grassiela (nombre de combate de Serafina Esparraguera), Mandarino (que a sí mismo se llama el Increíble Hulk), Buscabrega, Pocorrabo (aunque quisiera que le llamaran Manolete), Monososo (hijo de Karioko-san).

Y, entre otras gentes, Andrepas Turnyp (o Evaristo Tartaruga), Pánfilo Peras o Atila Bathata. La misma invención burlesca preside la rotulación entre la escatología y la hipérbole de los prostíbulos Xoxo de Luxe o Asombro de Damasco.

'Tres enigmas para la Organización' es un amenísimo y ligero juguete narrativo que brinda a tope el placer de la lectura

En los registros idiomáticos reside una clave de la lengua. En el léxico, maneja Mendoza con soltura regocijante las formas coloquiales: putón, patitieso, espichar, turuta, pachorra. Disfruta con expresiones malsonantes o conversacionales: dar por el culo, estirar la pata, asomar la gaita, ni fu ni fa… Y se divierte con cultismos inapropiados en el nivel socio cultural del hablante: conspicuo, sufragáneo…

Los rasgos destacados de la novela potencian su cualidad de fábula imaginativa que persigue la pura narratividad. Se intuye cuánto disfruta el autor escribiendo con desenfado tal sarta de ocurrencias y desde luego el lector goza con ellas, con ese gusto cervantino por las historias interesantes o curiosas que en alguna ocasión la propia novela explicita. Así ocurre cuando el jefe y los agentes secretos, tras escuchar el relato del taxista, quedan “complacidos y admirados”.

Está Tres enigmas para la Organización al borde mismo de la literatura evasiva y de puro entretenimiento, pero no deja de tener un alcance crítico sobre el mundo, libre, eso sí, de moralinas y didactismos, algo que siempre ha rehuido el autor. Por eso no falta un testimonio de actualidad, una crónica satírica de la vida contemporánea.

La inmigración, el ámbito familiar, el turismo de masas, el trabajo precario, los tejemanejes empresariales, las incoherencias burocráticas… son notas ambientales que hasta pueden sugerir una dimensión de testimonio crítico social. La intención de reportaje colectivo es, sin embargo, muy limitada pues escaso testimonio de época da una historia cuya acción se desarrolla entre la primavera y la segunda semana de octubre de 2022 y carece de referencias al Covid.

Hace tiempo que Eduardo Mendoza reconoció el agotamiento de la novela clásica y el fin de lo que él llama “novela de sofá”. La única alternativa a la marchita novela tradicional –explicaba el narrador– se encuentra en el juego o la parodia. Es lo que borda en este tronchante, amenísimo y ligero juguete narrativo que brinda a tope el placer de la lectura.