Pablo Maurette. Foto: Archivo del autor

Pablo Maurette. Foto: Archivo del autor

Letras

Pablo Maurette, el flamante fichaje de Anagrama: "El prestigio es una figura muy molesta, pero importa"

Reconocido por la erudición de sus ensayos, el escritor argentino sorprende con un policial, 'La Niña de Oro', que ha seducido al sello de sus sueños.

1 febrero, 2024 01:51

Pablo Maurette (Buenos Aires, 1979) vive y escribe entre dos universos aparentemente lejanos. Como profesor, la mitad del año en Florida (Estados Unidos) y la otra en Florencia (Italia); como escritor, en la trinchera del ensayo y en el divertimento de la novela. Siempre logra hacer pie en el intersticio y, además, es guionista.

Maurette publicó en 2017 El sentido olvidado: ensayos sobre el tacto (Mardulce, Argentina), un amenísimo ensayo que abraza las referencias clásicas y no renuncia a la erudición. En 2018 propuso a través de redes sociales la iniciativa #Dante2018, una lectura colectiva de La divina comedia que se hizo viral. No ha dejado de publicar desde entonces. Aterrizó en el mercado editorial español con Por qué nos creemos los cuentos: cómo se construye evidencia en la ficción, publicado en Clave Intelectual en 2021, pero su consolidación ha llegado con el flamante fichaje por Anagrama.

La Niña de Oro es una novela policiaca que arranca con una persecución de la que no tendremos noticia hasta bien avanzada la novela. Con buenas dosis de humor, resulta ser un misterio apasionante no solo por la trama detectivesca, sino por la dimensión que cobra el plano psicológico y humano. Los conatos de fantasía son embridados por las realidades humanas que permean la historia, en la que también caben reflexiones sobre el ocaso de las relaciones sentimentales o sobre la existencia de Dios.

Pregunta. ¿Cómo se le revela esta historia?

Respuesta. Nunca me había atraído mucho el género, pero en la pandemia tenía tiempo, así que tiré de una idea de un policial que tenía dentro desde hace muchos años. Nunca pensé que lo iba a escribir, pero se fue gestando dentro de mí, así que me lo tomé como un experimento, y mientras que mi primera novela la escribí en cinco años, esta me llevó solo un mes y medio. No se trataba tanto de revisar lo escrito, sino de avanzar con el manuscrito, una suerte de huida hacia adelante. Una página por día, sin mirar atrás y después ver cómo quedó.

P. Su primer libro publicado fue El sentido olvidado, un ensayo profundo, y el último es La Niña de Oro, una novela detectivesca. ¿Qué ha sucedido para que se produzca esta transformación? ¿Considera que es un cambio brusco?

R. No es del todo brusco porque yo siempre escribí ficción. La primera novela que publiqué fue en 2020, La migración, pero desde adolescente ya lo escribía. El ensayo fue la manera de lanzarme al mundo de la publicación. Creo que me dio confianza para publicar luego una novela, pero mi primer amor fue la ficción. En realidad, lo que une a todos los libros que he escrito, tanto en un género como en otro, es que todos son aventuras narrativas. En mis ensayos me gusta contar historias. El sentido olvidado, por ejemplo, es la historia del tacto en Homero, en el Renacimiento…

»Pero en realidad es también abrupto porque esta es una novela de género, el policial, y eso que yo nunca fui un gran lector de este tipo de novela, salvo de pequeño, que me fanaticé con Sherlock Holmes. Hay ciertas trampas en este género que me molestan un poco: la falsa pista, por ejemplo. A Borges le parecía que era algo que se podía resolver en tres páginas, y sin embargo el autor te lleva hasta las 200.

"Hay ciertas trampas en el género policiaco como la falsa pista que me molestan un poco"

P. A propósito de los resortes del policial, la relevancia que tiene el azar en esta novela es también un modo restar solemnidad a esas fascinantes tramas resueltas por personajes tan inteligentes, ¿no? Hay, en definitiva, una vocación de agitar el género.

R. Sí, me pareció que siendo una novela tan argentina, no podía estar modelada fielmente con el género policial anglosajón, que es como mejor lo conocemos. ¿Cómo podría un policial ser argentino? Pues tenía que ser distinto: tiene que tener mucha duda, falta de certezas, tropiezos, impunidad…

»En el policial clásico anglosajón siempre hay mucha justicia, ya sea porque muere el malo o porque lo atrapan, o porque todo se cierra y se resuelve. Tiene ese mecanismo, o sea, se produce una falla en el orden de las cosas. El homicidio es esa falla y después se restituye el orden con la resolución. Me parecía que un policial argentino no podía funcionar exactamente de esa manera. Tampoco podía abandonarlo todo a la incógnita, es decir, hay una resolución, pero es distinta.

P. Y aunque sea a su manera, ¿no hay una voluntad de reivindicar el género y cortar el paso a las críticas que cuestionan su calidad, tildándolo de mero entretenimiento?

R. Sí, sí, porque claramente este es un género que tiene otro prestigio, o mejor dicho, menos prestigio. El prestigio es una figura muy molesta, pero importa: hay cosas que tienen menos prestigio y cosas que no, nos guste o no nos guste. El policial incluso tiene incluso su propia sección en librerías. Sin embargo, creo que algunos de los mejores libros del siglo XX son policiales. El largo adiós, de Raymond Chandler, es una de ellas. También las de Patricia Highsmith y las de Ruth Rendel, que son también thriller psicológicos.

»No soy quien para devolverle el prestigio, porque ya lo hicieron grandes escritores, pero me interesa explorarlo con mucha humildad. Es un género que respeto muchísimo. La narrativa contemporánea rompe todo y trata de alejarse de los géneros porque los ve como restrictivos, más aburridos, más esquemáticos… Sin embargo, yo creo que la literatura es género. Yo recomiendo a todos los escritores que experimenten con uno.

"Una novela policial argentina tiene que tener mucha duda, falta de certezas, tropiezos e impunidad"

P. Pero este no es el discurso dominante. La tendencia del momento es decir que en la literatura no hay géneros.

R. Claro, pero resulta que el género es el taller, la escuela en la que un autor aprende un oficio. Como en el arte: todos los pintores empiezan en un taller imitando al maestro, tienen que seguir normas muy específicas y después se liberan y hacen lo suyo. Yo no sé si seguiré escribiendo policiales, pero fue una experiencia muy enriquecedora. Yo creo que esa idea contemporánea de que no existen los géneros empobrece la narración.

P. En todo caso, queda la sensación de que se divirtió escribiéndolo. ¿Se divierte uno más haciendo este tipo de libros que otros como el Por qué nos creemos los cuentos?

R. No. Aquí García Márquez tenía razón. Si te aburres escribiendo, él lector se aburrirá leyéndolo.

P. A tenor de las dos novelas publicadas hasta el momento, percibimos un gusto por los personajes un tanto extraviados, con perversiones disparatadas, enfermedades ridículas… ¿De dónde procede ese interés?

R. No lo sé. Diría que esa curiosidad por lo raro, es verdad, es algo muy íntimo, muy atávico. En la novela hay varios personajes así. Incluso la protagonista, aunque no sea tan marginal como otros, es alguien que mira el mundo desde fuera, es una observadora del mundo que tiene algo de periférico.

P. El propio género, o quizás la propia concepción que, según cuenta, tiene de la novela, le ha servido como pretexto para desarrollar el humor. ¿Lo había practicado antes tan intensamente?

R. La verdad es que no. Creo que el humor es una manera generar una atmósfera más distendida, porque tengo un gran gusto por la referencia erudita. No por la erudición propiamente, pero sí por las cosas extrañas. Pero si uno se va muy para ese lado, queda muy ampuloso y críptico.

"Algunos de los mejores libros del siglo XX son novelas policiacas"

P. Por su condición de guionista, ¿cree que hay una mirada cinematográfica que determine el resultado de esta novela? Si es así, ¿es consciente o surge de un modo espontáneo?

R. Creo que la escritura de guiones me dio entrenamiento en la escritura de diálogos. También a la hora de describir espacios o emociones con una cierta parquedad. En un guion no hay necesidad de describirlo demasiado porque el espectador lo va a ver, así que eso está muy minimizado.

P. ¿Qué creadores, provenientes tanto del cine como de la literatura, cree que han influido, aunque sea de un modo indirecto, en la escritura de esta novela?

R. Las novelas que más me impresionaron fueron de Patricia Highsmith y de Ruth Rendel. Y, por supuesto, de Raymond Chandler. En el cine, otro artista que me inspira mucho es David Lynch. Creo que también aparece la impronta de esa pasión por lo raro, lo inquietante…

P. ¿Por qué sitúa la trama en el 1999?

R. La primera razón es, en realidad, irracional, pero luego pensándolo bien, yo quería que esta novela transcurriera en una época pre-smartphone. No quería lidiar con ese problema porque no lo podría obviar, es tan parte de nuestra vida... Además, el germen de la novela, el primer capítulo, se me ocurrió en esos años, a finales de los 90. Pensé que nunca iba a escribir sobre ella.

P. Por otro lado, la sensación de que son muy argentinos. ¿Pretendía componer un fresco que se aproximara fielmente a la sociedad argentina?

R. No es una decisión, en realidad, sino que surge así. Cualquier variación al respecto sería deshonesto por mi parte. Cuando trato de trabajar otros personajes en otros lugares, me siento incómodo. Es el espacio natural y la fauna autóctona de mi vida interior, por más que hace más de veinte años que no vivo en Buenos Aires. Quería que fuera un reflejo de una ciudad que ya no existe. Está profundamente basada en experiencias.

»Tal vez hay un afán de preservar, algo así como en un museo, esta esquina, este bar… Como una foto instantánea de ese país de finales de los 90 del siglo XX. En una economía tan cambiante como la argentina, los negocios que había en determinado local ya no existen. En un mismo local, ha habido un bar, una funeraria, un banco…

"El género es el taller, la escuela en la que un autor aprende un oficio"

P. Ahora que habla de Argentina y de economía en una misma frase, no puedo resistirme a preguntarle por la victoria de Milei. ¿Cómo lo ha vivido desde fuera?

R. En los primeros diez años que pasé fuera de Argentina, estuve absolutamente desconectado. Ahora lo vivo con mucho pesar porque mi familia vive allí todavía. La situación que se vive en Argentina es tremenda, así que no soy optimista. Recuerdo ver un vídeo en el que aparecía Milei y me pareció todo horroroso: él, cómo hablaba… La verdad es que no me sorprendió que ganase, pero creo que la otra opción era también muy mala. Van a ser años muy malos, lo siento mucho por mi país y por mi familia.

P. ¿Cree que el fichaje por Anagrama supondrá un espaldarazo definitivo para tu carrera, al menos aquí en España?

R. Es un sueño. Para mí Anagrama es el mejor lugar para los que escribimos en español; no lo digo solamente por el prestigio, por haber sido lector y compartir catálogo con autores que admiro muchísimo, sino por la visión que tiene de la distribución. Es de las pocas editoriales que está en todo Hispanoamérica.

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P. A tenor de su propia experiencia, ¿cuál es la principal diferencia entre la edición en España y la de Latinoamérica? ¿Cuáles son las grandes distancias que nos separan?

R. España tiene mucho más dinero. Hay más presupuesto para el proceso de elaboración del libro, para la promoción, para la distribución… En Argentina hay mucho talento y muchas editoriales, pero les cuesta mucho contratar correctores, hacer ediciones con buen papel porque es carísimo… Hay también un gran abismo entre los distintos países de habla hispana. Hay escritores famosísimos en Colombia que en Argentina no los conoce nadie. Son como islas.

P. ¿A qué se debe exactamente esto?

R. Son problemas económicos y logísticos de la distribución, que es muy complicada entre países. Hay intentos de armar corredores de distribución entre México y Argentina, por ejemplo, pero cada país tiene sus leyes de exportación, sus particularidades con las aduanas… Es un tema muy poco literario.