Así intentó el Vaticano salvar de los nazis a Ludwig Pollak, el arqueólogo que halló el brazo del Laocoonte
Hans von Trotha recrea en su libro 'El brazo de Pollack' esta trágica historia que acabó con la muerte del estudioso y coleccionista de arte checo en Auschwitz.
3 marzo, 2024 02:00Lo que nos cuenta Hans von Trotha (Stuttgart, 1965) en esta novela es una historia fascinante y dramática: el desesperado intento del Vaticano por salvar al gran estudioso y coleccionista de arte checo Ludwig Pollak (judío de habla alemana) del arresto y deportación inmediata a Auschwitz junto con sus familiares.
Pollak era ya un septuagenario que llevaba media vida en Roma. Monseñor F. envía a un profesor de instituto alemán, K., que también está acogido en la Santa Sede, para convencer al gran erudito de ponerse a salvo. Pollak, arqueólogo y marchante de arte, pasó a la historia por ser quien descubrió e identificó en unas ruinas el brazo que le faltaba a la célebre figura del Laocoonte. A principios del siglo XX ya destacaba por su don para reconocer y restituir obras de arte perdidas años atrás, Ateneas, cabezas de figuras, caballos, cálices paleocristianos robados... Poseía un “olfato especial”, un “don divino inexplicable” para no cometer errores.
La narración nos sitúa en el angustioso compás de espera, las peligrosas horas de la noche en las que el profesor llega en un automóvil oficial al palazzo de Pollak con el encargo de llevarlo consigo, también a su mujer y a sus dos hijos. Toda una vida dedicada a admirar la lengua y la cultura alemana, a Goethe, a Winckelmann, una existencia entregada al estudio y a la civilización, al contacto permanente con banqueros, artistas, obras, coleccionistas, a la amistad con historiadores del arte como Von Bode, o músicos como Richard Strauss, a quien guiaba por Roma en cada uno de sus encuentros… está a punto de ser borrada y cortada de raíz por “un monstruo al acecho”, la barbarie nazi y, en el caso de Roma, en manos de un terrible ejecutor, el célebre oficial Theodor Dannecker, por orden de Eichmann.
En el pasado, papas, reyes y hasta el zar mimaban a Pollak, “en una época en la que los judíos todavía recibían medallas”. El narrador no es otro que el profesor K., que relata a Monseñor lo ocurrido durante aquella noche en el grandioso domicilio del Palazzo Odescalchi, cuando Pollak, lejos de apresurarse, elige demorar la huida y contarle los grandes descubrimientos de su vida, su legado, objetos y documentos más queridos, la memoria que no debe perderse. El enviado, el oyente, queda seducido por el “torrente de sus recuerdos” y el “irresistible torbellino” de su historia. Como en el caso Dreyfus, Pollak denuncia “ese furor persistente de querer arrebatarle todo a los judíos exitosos y establecidos”.
Cuando todo parece perdido, el ser humano puede plantearse preguntas terribles: “¿Irán a por otros después de mí, o en lugar de mí, si no voy con usted? ¿No debemos aceptar el destino que se nos ha dado?”. A veces, en las descripciones y comparaciones extremas, en la burla de muchos catedráticos del arte, encontramos un aire bernhardiano, también una misma admiración por lo italiano, si bien con estilos muy diferentes. Fascinante el relato que Pollak brinda de la recuperación del Laocoonte desde su hallazgo casual al excavar las bodegas de unos viñedos en 1506 y las interpretaciones históricas de la figura y del grupo escultórico desde la Antigüedad clásica.
Lejos de provocar en el lector una sensación estática o tediosa ante dos personajes que conversan, Hans von Trotha dosifica con maestría el suspense y permite fluir y aparecer la vida, el esplendor de unas vivencias que en el fondo nos hablan de la caída en desgracia no solo del protagonista, sino de toda una idea digna y sublime de Europa.