'El crimen de Fuencarral', así contaron Galdós y Pardo Bazán el primer asesinato mediático de España
El mismo año en el que Jack el Destripador aterrorizaba Inglaterra se descubrió el cadáver de una acaudalada viuda. La tragedia apasionó a los creadores, que escribieron sobre el suceso suculentas crónicas.
19 marzo, 2024 01:33El hallazgo del cadáver de Luciana Borcino, junto al que se encontró desmayada a la criada de la casa, Higinia Balaguer, desató una verdadera fiebre popular avivada por los principales periódicos de la época, que multiplicaron sus tiradas gracias a los cientos de páginas dedicadas a analizar el misterio, recogiendo algunas certezas, muchos rumores y descaradas mentiras sobre el considerado primer crimen mediático de nuestra historia.
Autores de éxito, Emilia Pardo Bazán (1851-1921) y Benito Pérez Galdós (1843-1920) se encontraban entonces en la cumbre de su popularidad y de su romance secreto (1888-1890), y no pudieron (ni quisieron) sustraerse al misterio. A ella, además, le fascinaba desentrañar los mecanismos de la violencia cotidiana para luego volcarlos en cuentos y crónicas mucho antes de conocer a Galdós, y el crimen de la calle de Fuencarral no fue una excepción.
Galdós, por su parte, entonces corresponsal del diario argentino La Prensa, envió entre el 19 de julio de 1888 y el 30 de mayo de 1889 seis crónicas ejemplares por su templanza y rigor, en forma de cartas al director. Lo primero que llama la atención son sus muy diversos puntos de vista al abordar el suceso y, muy especialmente, su manera de describir a la víctima.
Doña Emilia detestaba a Luciana Barcino, viuda de Vázquez Varela, una mujer “poseedora de una bonita fortuna, perteneciente a una familia distinguida” pero indigna, porque “vivía indecorosamente sin importarle admitir bajo su techo a la concubina de su hijo, no tenía muebles o punto menos. Desorden y falta de dignidad.”
Incluso le reprochará vivir “de un modo bajuno y ridículo sin obedecer a las leyes de la urbanidad, delicadeza social y del propio decoro”, como explica Marisol Donis en Emilia Pardo Bazán y su fascinación por la criminología (Al Revés, 2023).
Pérez Galdós, más comprensivo, la retratará como “rica, un poco extravagante, medrosa y avara”, sin ocultar que era “suspicaz y desconfiaba de todo el mundo [...] Escondía el dinero y a veces llevaba en el seno grandes sumas de billetes de banco”.
Higinia Balaguer, la principal sospechosa, tampoco mereció la misma consideración por parte de los dos autores. Mientras Pardo Bazán jamás llegó a creer que fue culpable, Pérez Galdós “examina las pruebas, hace juicios de verosimilitud, intenta entender qué conjeturas resultan más lógicas, y rechaza como reprobables supercherías las interpretaciones que obedecen al afán de provocar una conmoción en el público más allá de la rigurosa búsqueda de la verdad”, en palabras de Lorenzo Silva, prologuista del libro que reúne las crónicas del canario, El crimen de la calle de Fuencarral (Siruela, 2024).
Para Galdós, la prensa “aumentó las tinieblas” del suceso, mientras que Pardo Bazán denunciaba la deficiente instrucción policial
Por eso, mientras gran parte de los lectores (y la propia escritora gallega) parecen creer en la culpabilidad del hijo de la asesinada, José Vázquez Varela, un calavera que maltrataba a su madre de palabra y obra y que había llegado incluso a atropellarla porque no mantenía sus numerosos vicios, Galdós se aferra a las pruebas y explica a sus lectores argentinos que el muchacho estaba en prisión, y que todos los que aseguran haberlo visto en bares y verbenas, incluso en los toros en los días en que supuestamente estaba en prisión, se desdicen de inmediato cuando han de declarar ante la policía o el juez.
El siguiente encausado resultará ser precisamente el director de la Cárcel Modelo, José Millán Astray (padre del fundador de la Legión), en cuya casa también había trabajado Higinia, porque lo que parecía simple malediciencia se confirmará gracias nuevos testigos que vieron libre al hijo tarambana.
Mientras, Higinia, tras confesar al principio de la investigación su culpabilidad, se retracta y acusa al hijo de su patrona; luego parecerá haberlo olvidado todo; semanas más tarde señalará a Evaristo Medero, su amante y amigo de juergas de Väzquez Varela, para acabar delatando a Dolores Ávila, a la que habría entregado el dinero que la víctima escondía en su cuerpo y en su casa, y rematar sus embustes declarando que la asesina fue Dolores.
[Se ha escrito un crimen: la fascinación de Emilia Pardo Bazán por los asesinatos de su época]
Versiones contradictorias que Galdós refiere a sus lectores destacando cómo Higinia, “dotada de gran serenidad, contesta con la sonrisa en los labios a las preguntas del juez, y cuando se ve comprometida por la ambigüedad de sus respuestas, se encierra en discreto silencio”.
Pero no solo ella es culpable. Por una parte, denuncia Pardo Bazán, la investigación ha estado en manos de una policía ineficaz y corrupta; por otra, subraya Galdós, la prensa, empeñada en seguir multiplicando sus ventas, “prolonga el sumario más de la cuenta y aumenta las tinieblas que envuelven los móviles del hecho”.
Finalmente, Higinia Balaguer es declarada culpable y sentenciada a morir a garrote vil, un veredicto que no satisface a nadie, pues, como destaca Galdós, “los que negaban veracidad al relato de Higinia, llevan a mal que esta sea condenada”. Es el caso de Pardo Bazán, que acude a la ejecución y escribe: “Tanta Guardia Civil, tanta caballería, piquete de infantería, municipales, tanta fuerza, tanto bélico alarde, para acabar con una mujer personificación de la debilidad y de la gracia”.