La mejor biografía sobre Lord Byron: una insaciable sed de celebridad, provocación y lujo
Debate recupera la exhaustiva y monumental obra de Fiona MacCarthy, ya fallecida, que se sumerge en las más atractivas curiosidades del poeta.
19 marzo, 2024 01:33Publicada en inglés en 2002, la obra detallista y exhaustiva de la ya fallecida Fiona MacCarthy se considera hoy (entre muchas, las primeras en vida del propio poeta) la mejor biografía sobre Lord Byron. Quiere esto decir que, aunque se repase con detalle la obra byroniana, ese análisis es menos meticuloso que el de su vida. Pero antes de entrar en la infancia, juventud y el no poco turbulento linaje de padre y abuelo (de quien heredó el título y las posesiones anexas a los diez años) la biógrafa hace unas consideraciones muy pertinentes.
Nacido en Londres en 1788 y muerto en Mesolongi, Grecia, cerca de Patras, en 1824, Byron fue provocación y lujo permanentes. Habló en la Cámara de los Lores –la única vez que asistió– en favor de los católicos, algo mal visto en aquella Inglaterra oficial. Y nunca dejó de decirse admirador de Napoleón, tampoco algo muy británico. Byron usó un enorme carruaje para viajar, con todos los decorados y vajillas que necesitaba, imitado del de Napoleón, al que llamó “emperador de emperadores”.
Se suele decir que la inmensa celebridad de Byron, “la primera celebridad cultural europea”, surge tras haber hecho su “Grand Tour” continental y publicado los dos primeros cantos de uno de sus poemas célebres, “La peregrinación de Childe Harold”, en 1812, cuando el poeta dice: “Me desperté una mañana y descubrí que era famoso”.
Sin embargo, la autora toma una entrada del diario de Lady Blessington de 1823, una de sus devotas –tuvo cientos que le escribían– y copia asintiendo: “Byron tenía una sed tan insaciable de celebridad que no dejó de probar ningún medio para alcanzarla”. Incluso –culmina– si debía manifestar opiniones que no eran las suyas.
Sabemos que Byron cojeaba por tener un pie equino varo, vulgarmente zambo, que él atribuía a los pudores de su madre durante el parto, que hizo que el pie se retorciera, pero hoy sabemos que esa dolencia es congénita. Byron –extravagante, cada vez más, ya con adornos turcos– fue bisexual y esencialmente promiscuo toda su vida, pero la parte homosexual fue celada, prohibido mencionarla en Inglaterra hasta los años cincuenta pasados. No obstante, se dice que a los nueve tendría su primera experiencia sexual, en Aberdeen (su madre era escocesa) con una criada supuestamente puritana. Quizás actuaba ya su lema “Crede Byron”.
La “byronmanía” no fue póstuma sino plenamente vigente en vida del poeta. Cuando todavía no existía la fotografía, Byron era buscado y espiado por sus lectores, a partir de los retratos-grabado de sus libros. En la etapa veneciana, aunque a veces se exhibía (flotando y fumando un puro en los canales) sí pudo estar algo harto de esa fama, pero tampoco hizo nada por esconderla.
En Inglaterra tuvo numerosas amantes, como la muy aristocrática Lady Caroline Lamb, casada, que al quedar despechada escribió una novela, Glenarvon, que no es otro que el propio Lord, que tiene relaciones homosexuales –Byron tuvo la debilidad de contarle algo a Caroline– dando crédito, además, a los rumores, parece que reales, de los apetitos incestuosos del poeta y dandi con su hermanastra Augusta, de la que presuntamente habría nacido una hija no reconocida. Una de las varias que tuvo, de las cuales sólo era legal Augusta Ada (habida con Anna Isabella Noel en 1815), y que llegaría a ser una matemática notable.
Esta excelente biografía es apenas una pincelada de la inmensa estela del Lord rebelde y gran poeta
Más tarde llegaría Allegra –que murió niña; Byron la dejó, pagando, en un convento de monjas venecianas–, cuya madre era Claire Clermont, hermanastra de Mary Shelley. Por cierto, que Claire había tenido relaciones íntimas con ambos poetas.
Es evidente que el autor de “Childe Harold”, “Lara” o “Manfredo” (que tiene mucho de relato gótico) debía habérselas no sólo con su muy evidente éxito libresco, sino con las habladurías, enfados y persecuciones –Caroline Lamb lo odió siempre– a causa de su vida prostibularia, los amores con pajes o muchachos más o menos barbilindos o rufianes, y por las no pocas mujeres o damas de la alta sociedad que lo querían y a quienes él, tras el amorío (Annabella Milbanke), abandonaba…
Agobiado por el puritanismo inglés, diría, Lord Byron dejó Inglaterra, donde nunca más volvería, en 1816, aún un hombre guapo. En el camino a Suiza escribió un hermoso poema sobre el fin del mundo: “El mundo estaba vacío,/ lo populoso y lo poderoso/ era una masa sin estaciones, sin hierba,/ sin hombres, sin árboles, sin vida…”.
Allí –cerca del lago– alquiló la Villa Diodati, donde en una tormentosa noche de verano surgió el romanticismo más negro. Shelley y él –autores de la idea– sólo llegaron a escribir un esbozo de cuento, pero nació Frankenstein de Mary Shelley y El Vampiro de William Polidori, médico personal del Lord y de quien solía burlarse.
[Los secretos íntimos de Lord Byron]
Byron, que tenía una salud delicada, llevó varias veces médicos en su séquito, que incluía además una nutrida gama de animales, incluyendo alguna vez osos o cuervos. Ahí escribió “El prisionero de Chillon”, ese castillo medieval. Es entonces o poco después (había leído Fausto) cuando Byron comenzó a cartearse con Goethe, que lo admiró siempre. En Inglaterra, antes, había amado a un chico que cantaba en el coro, Edleston, quien le regalaría una sortija con una pequeña cornalina. Como recuerdo de ese amor angélico, Byron nunca se quitaría la sortija.
Quedaban Shelley y su muerte salvaje, Venecia, la condesa Guiccioli, el cansancio de un Lord-poeta, más grueso, que ya no quería ser retratado, y luego la admiración por Bolívar (nombre a uno de sus barcos) y la partida a Grecia para luchar contra los turcos, aunque no pasó de Cefalonia y el pueblo de Mesalongi, donde moriría de fiebres entre el desdén de Lukas, el muchacho que se dejaba querer y no quería, y un anhelo de final y vida con treinta y seis años. Y la vida de Don Juan –su gran, larga obra–, que no culminó.
Excelente la biografía de Fiona McCarthy, solo flaquea (sería otro libro) el capítulo llamado “La Europa byroniana”. Apenas una pincelada de la inmensa estela del Lord desesperado, rebelde, y gran poeta, aunque desdeñara a Keats a favor de Shelley. Una total novela.