Sabina Urraca: "Escribir me encanta, pero me hace sufrir, me llena de inseguridades"
Conversamos con la escritora, editora y periodista 'gonzo' con motivo del lanzamiento de su nueva novela, 'El celo', publicada en Alfaguara.
13 mayo, 2024 02:20Todo lo relacionado con Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) se desborda de rumores y leyendas. Así, se dice que sus padres se enamoraron en una secta, que pasó tres semanas bebiendo leche materna, que probó placenta humana, que fue una mujer maltratada... Y de una joven aterrada, rota por la violencia y el malamor, trata su última novela, El celo (Alfaguara), en la que una perra adoptada tiene un papel estelar.
La historia de este libro empieza un verano en el que la autora y editora estaba en el Retiro, tumbada en la hierba con unos amigos: "Mi perra estaba en celo –recuerda–, y no dejaban de acercarse perros machos a intentar montarla. Ella se les arrimaba, entre cachonda y desesperada. Era un espectáculo angustioso. Yo me veía como una madre castradora, conteniéndole ese instinto, alejando a los perros. Hubo un momento en el que me harté y dije algo así como: 'Dios mío, ¿cuándo se va a acabar esto del celo?'".
Y continúa: "Una amiga que estaba en ese momento tirada en la hierba, besándose con su amante, se pasó las manos por el cuerpo y dijo, entre la desesperación y la risa: 'Sí, por favor… ¿Cuándo?'. Esa escena, la animalidad de los instintos como jaula, fue el primer chispazo de El celo. Todo se fue construyendo en torno a esa escena, que ha permanecido en el libro como algo casi residual".
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Pregunta. El celo aborda la relación de un puñado de mujeres maltratadas, como la protagonista, la Humana, siempre asustada...
Respuesta. Tenía claro que El celo iba a ser la historia de una maldición, de cómo opera a nivel psicológico la amenaza de alguien que tiene poder sobre otra persona. Me interesaba esa capacidad anuladora en una relación abusiva, mostrándola más cercana a lo paranormal que a un fenómeno explicable. Finalmente, la escritura me ha llevado más allá de eso pues a medida que escribía, otras cosas fueron cobrando mayor significado: los cuentos, cómo nos narramos y nos creemos determinadas historias y nuestra propia vida.
»Asistiendo durante dos años a un grupo de terapia de mujeres víctimas de maltrato pude ver lo profundo que puede excavar el abuso en la mente de una persona. Como sucede en El celo, algunas mujeres ya no vivían la amenaza del abusador, pero el personaje se había inmiscuido en ellas, lo llevaban siempre encima, como sentado en un pliegue del cerebro. Curiosamente, muchas de ellas tenían enfermedades raras o dolencias autoinmunes que habían brotado a causa del estrés de la relación.
»Y es que, aunque el agente del miedo y el estrés estén lejos en muchos de los casos, el cuerpo sigue haciéndose a sí mismo de forma inconsciente el mismo daño que le han hecho. En el libro, la Humana está llena de síntomas, como si un súcubo la atacase cada noche: tiene mastitis crónica, le salen morados en el cuerpo, tiembla, de pronto algo se le desanuda en el cerebro y no puede atarse los cordones de los zapatos. Al mismo tiempo, no puede hablar de lo que le ha pasado.
"El ser humano es horroroso, y, más allá de la bondad de los círculos cercanos, el mundo me asusta cada vez más"
P. ¿Qué nos está pasando como sociedad para que, a pesar de las leyes impulsadas por el Ministerio de Igualdad, la violencia de género siga destruyendo vidas y se multipliquen los casos de violaciones múltiples de chicas cada vez más jóvenes? ¿O es que quizás estamos mejor informados?
R. El ser humano es horroroso, y, más allá de la bondad de los círculos cercanos, el mundo me asusta muchísimo, cada vez más. Dudo entre un aumento de la violencia o un aumento del señalamiento de la violencia, una mayor conciencia de ella. En cualquiera de los casos, es un problema acuciante. Supongo que un mundo despiadado, fragmentado, confundido, genera una mayor violencia.
»No tengo ni idea de cuál es la solución. Un paso importante es señalarlo, poder contarlo. Las mujeres estamos en un momento en el que la herida se ha abierto: hemos tomado conciencia de lo vivido y ha sido como arrancar una tirita y descubrir que debajo todo estaba putrefacto. Y nos espanta la putrefacción que surge a cada paso, los casos continuos de violencia de género, violencia vicaria…
P. ¿Qué importancia tiene en estos casos la sororidad?
R. Es importante, sobre todo, el sostén de una comunidad, de un grupo de gente cercano. Pero, como les sucede a muchos personajes de mi libro, no es tan sencillo salir del círculo de violencia en pareja, así como no es fácil tampoco salir del círculo de violencia que se puede generar en la familia o en una determinada situación laboral. No es nada fácil acompañar a una víctima de violencia de género, porque difícilmente será una víctima perfecta.
»En muchos casos, las víctimas recaen con sus maltratadores, o de pronto pasan de huir de ellos y contar todo lo que les hicieron a disculparles. Creo que lo que más daño hace en este tipo de casos es el reduccionismo, la mirada simple sobre algo tan complejo como es un ser humano. Eso es lo que he intentado contar en este libro.
P. Tras los casos de Carlos Vermut y Ramón Paso, ¿es necesario un #MeToo en la cultura española?
R. Es importante, sobre todo, que las cosas se hablen. Pero no es tan fácil como piensa la gente. Muchas veces he imaginado cómo habría reaccionado si me hubiese sucedido algo así con una figura conocida, famosa, admirada por tanta gente. Y la respuesta es demoledora: probablemente me habría callado la boca durante años. A mucha gente le resultará una actitud cobarde, pero es que se nos exhorta a denunciar, y ese proceso, en el que además corremos el riesgo de ser anuladas y ninguneadas, puede resultar, de cara a la recuperación, mucho más dañino que el silencio.
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»Recuerdo esa frase de la fiscal del caso de La Manada: "No se puede exigir a las víctimas una actitud peligrosamente heroica". Nada es tan sencillo como le parece a la persona que no ha sufrido este tipo de violencias. En El celo, cuando se habla de este profesor-mentor que todo el mundo adora, que tiene una relación con una alumna menor del instituto y la deja hecha trizas, la protagonista recuerda que, siendo adolescente, se puso de parte de su profesor.
»Es decir, fue cómplice y parte de esa masa que defiende al agresor frente a la víctima. Porque el profesor no era un tío repugnante; era estupendo, divertidísimo, todos le admiraban. El monstruo de algunas, cuando es el ídolo de tantos, es imposible de derrotar.
"Me costó mucho hacerme un hueco en mi propia vida. Trabajé en muchas cosas que odiaba. Pensaba que nunca iba a salir de ahí"
P. ¿Qué queda en la Sabina Urraca de hoy de la joven que llegó hace ya veinte años a Madrid, cuántos de sus sueños se han cumplido?
R. Cuando la gente dice "los veinte años, quién los pillara", se me ponen los pelos de punta. A esa edad pensaba que nunca iba a ser feliz. Había mucha oscuridad, tenía unas ganas de rendirme constantes. La ciudad era enorme, feroz, me comía, no la comprendía. A los veinte no daba un duro por mi futuro, la verdad, así que a veces no me creo lo feliz que soy ahora, haber tenido tanta suerte. Y, sobre todo, haberme encontrado con tanta buena gente. Me costó mucho hacerme un hueco en mi propia vida. Trabajé en muchas cosas que odiaba. Pensaba que nunca iba a salir de ahí.
P. ¿Y qué ha resultado ser mucho peor o más difícil de lo esperado?
R. La adultez siempre trae complicaciones, burocracias diarias, que no imaginábamos. Recuerdo, al principio, la frustración de no saber organizarme bien la vida, sentir que el tiempo de la infancia y la adolescencia de pronto se emborronaba. Los días eran cortos, oscuros, llenos de obligaciones, siempre había algo que debía hacer y no estaba haciendo. Tenía la sensación de que todo el mundo sabía cómo vivir y yo no. ¡Qué soledad en aquel momento!
»En los últimos diez años me he ido dando cuenta de que incluso ese absurdo tiene cabida dentro de la felicidad. Estando en calma, cumplir con obligaciones no es tan malo. De hecho, es ahí, en ese ir y venir de sitios, hacer colas, papeleos, donde me brota la mejor escritura, las ideas que hay que apuntar rápido. Después todo se afina en casa, pero hay un primer impulso que surge andando a una reunión que no te apetece mucho.
"Es ahí, en ese ir y venir de sitios, colas, papeleos, donde me brota la mejor escritura, las ideas que hay que apuntar"
P. En El celo las redes sociales tienen un papel esencial: ¿cuánto hay en ellas de exhibicionismo? ¿Las frecuenta, le interesan?
R. Me divierte mucho la parte de ficción de las redes: la creación inevitable de un personaje, la dolorosa/cómica desnudez de las intenciones, vislumbrar un rayito de intimidad real. No sé, a veces odio las redes (sólo tengo Instagram porque no me da tiempo a más), pero la mayor parte del tiempo me divierten mucho. Me gusta mucho leer lo que escribe la gente, percibir destellos literarios en muchos posts. También me encanta escribir y editarme como una demente, con el post ya publicado. Aprendo mucho de esa inmediatez (que también tiene su parte perversa, claro).
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P. Creo que estuvo en las acampadas del 15M. ¿Qué queda del movimiento? ¿Por qué fracasó?
R. La que estuvo en las acampadas fue la protagonista de mi libro. En mi caso, fui a algunas asambleas, pero creo que solo pasé una noche allí. Llovía mucho, y me volví a casa de madrugada. Por esa época había terminado de estudiar y estaba buscando trabajo de lo mío de forma firme. Antes había currado de camarera de bodas y relaciones públicas, y había sido becaria en varios sitios, pero ya era el momento de trabajar de lo mío y aquello no llegaba.
»Durante las acampadas del 15M me surgieron unas prácticas muy mal pagadas en otra ciudad y me fui a vivir allí unos meses. Lo pasé fatal, no tenía sentido trabajar por tan poco dinero, pero necesitaba sentir esa dignidad del trabajo. Supongo que el fracaso del 15M proviene de que es muy difícil mantener la intensidad del momento. Y había mil razones para ir con rabia contra todo lo que nos negaba un futuro, pero es muy difícil dar con una propuesta real que cambie las cosas, y sostener esa lucha en el tiempo.
»Quizás todo se apagó por razones similares a las que me llevaron a mí a largarme a trabajar a otra ciudad por cuatro duros. Estábamos y estamos tan asustados tantas veces en la vida.
"En el 15M había mil razones para ir con rabia contra todo lo que nos negaba un futuro, pero es difícil sostener esa lucha en el tiempo"
P. ¿Se siente retratada en los artículos que aseguran que el auge de la mujer en nuestra literatura es solo una moda?
R. A ver, claro que la literatura escrita por mujeres está de moda. Sería una tontería negarlo. Pero esto no tiene por qué ser malo ni sinónimo de desprestigio. Una moda es una cristalización de cuestiones históricas, sociales, una respuesta a un momento concreto. Y, como siempre, el mercado fagocita todo lo que pueda transformar en beneficio económico.
»Por supuesto, esto tiene consecuencias: las editoriales tienen que jugar muchas cartas para ganar alguna ronda, y entonces hay mayores facilidades para publicar siendo mujer (o esa es la sensación que tengo). Gracias a esta nueva moda, que ojalá permanezca de forma natural, han llegado a mis manos libros maravillosos. No puedo estar más que agradecida.
P. Por cierto, ¿a quiénes lee de su generación, qué autoras y autores le interesan más?
R. No tengo del todo claro quiénes pertenecerían a mi generación, pero hay muchísima gente que siento contemporánea y de la que me interesa mucho su escritura. Menciono a algunas y luego me arrepentiré de haber olvidado a muchas. María Fernanda Ampuero, Elisa Victoria, Bárbara Mingo, Jorge de Cascante, Kirsten Roupenian, Kathryn Scanlan, Jaime Rodríguez, Roque Larraquy, Ottessa Moshfegh, Begoña Méndez, Lina Meruane, Berta García Faet, Valérie Mréjen, Rubén Lardín, Camila Fabbri, Federico Falco, Jean-Baptiste del Amo, Gabriela Escobar… Podría seguir eternamente.
P. ¿Qué tienen para que las y los prefiera?
R. Cada uno de una forma absolutamente distinta y jugando de forma diferente me hace creer en que es posible hacer cierta magia, crear una sensación y una emoción que me dejan en vilo, me alejan de mí. Consiguen hacer traducciones del mundo que –esto es un poco paradójico, pero así es– dejan el mundo exterior en suspenso durante el rato que los leo. Y más tarde. También leo a mucha gente de generaciones más jóvenes. Me hace mucha ilusión pensar que leeré libros de gente que aún no ha nacido. ¿No es emocionante pensarlo? ¿Qué escribirán esas personas que aún no existen?
"Conozco a grandísimos escritores que quizás no publiquen jamás, y me parece una actitud casi valerosa"
P. Hablando de jóvenes autores, ¿qué balance hace de su trabajo de editora de Caballo de Troya?
R. Me interesa especialmente la parte de la búsqueda, el encuentro de una persona con una idea, con un libro sin hacer, o empezado, o terminado ya. El arremangarse y empezar a trabajar en el libro, toda la conversación y el proceso de descubrimiento de la narrativa de esa persona. Me gusta incluso la parte de acompañamiento psicológico que supone a veces un proceso de edición cercano.
P. ¿Y qué le disgusta?
R. Lo que más me cuesta es toda la parte no literaria inherente al mercado editorial: tener que pensar en lo vendible del libro, verme obligada a resumirlo o reducirlo a temas, subsanar errores de última hora. Nunca había trabajado en un grupo editorial tan grande, y muchas veces las cadenas de comunicación son tan largas que el mensaje se distorsiona o se pierde, y se cometen errores inevitables. Pero el balance es sin duda positivo. Escribir me encanta, pero me hace sufrir, me llena de inseguridades. Editando, en cambio, me siento en terreno firme.
P. ¿Qué ha hecho más, buscar nuevas voces, impulsar a jóvenes autores que ya conocía o ayudarles en el proceso de escritura?
R. En general he tirado más por proyectos aún inexistentes (y ha habido algún momento en el que he querido salir corriendo, porque es muchísimo trabajo acompañar un libro que parte de cero) de autores que conocía en mis talleres o de los que había leído algún texto. Siento que editar es pura intuición, y esa intuición es un pulso que viene de la lectura y la escritura. Editar, en algunos casos, también es crear, claro está. El editor, como el traductor, tiene que ser también escritor. Me parece, de hecho, un trabajo muy creativo.
P. ¿Qué consejo da a los jóvenes que llegan a sus talleres de escritura o le han enviado sus novelas?
R. En los talleres suelo decir que es muy importante que no se pierda lo lúdico, la escritura como juego. Para mantener la cordura escribiendo un libro, para no sufrir demasiado, hay que mantener viva esa llama de plastilina de la primera vez que escribimos algo de pequeños. Alejados de toda ambición, olvidados del receptor, absolutamente entregados al juego. Hay que agarrarse a eso como sea.
»También les digo que no publican necesariamente los mejores, sino los que son capaces de hacer el trabajo hasta el final. Y que hay que ser resistente para eso; no todo el mundo puede o le apetece hacerlo. Conozco a grandísimos escritores que quizás no publiquen jamás, y me parece una actitud absolutamente defendible, casi valerosa.
Periodista gonzo, narradora, ensayista y editora, Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) creció en Tenerife y vive en Madrid desde hace 20 años. Tras colaborar en medios como El Cultural, El País, Cinemanía y Eldiario.es, debutó como narradora con Las niñas prodigio (2017). Autora de Soñó con la chica que robaba un caballo (2021) y editora de Panza de burro, de Andrea Abreu, en la actualidad, además de ser la editora de Caballo de Troya, imparte talleres y cursos de escritura.