Amin Maalouf. Foto: Alianza

Amin Maalouf. Foto: Alianza

Letras Libro de la semana

Amin Maalouf ante la quiebra de Occidente (y la de sus adversarios): la humanidad en el laberinto

El escritor franco-libanés argumenta el declive de la hegemonía occidental en su último ensayo, pero advierte: quienes cuestionan su supremacía se hallan en una crisis aún peor.

4 junio, 2024 02:04

Descartada la popular tesis del final de la Historia, el debate en torno a los nuevos derroteros del mundo ha vuelto a tintes clásicos de rivalidad y poder duro. De Fukuyama hemos regresado a Gibbon, pero esta vez indagando sobre el auge y la (supuesta) caída de Estados Unidos en vez de Roma; y de la retórica multilateralista imperante desde el final de la Guerra Fría, en los últimos años ha sido habitual leer en los análisis políticos sobre la trampa de Tucídides. Una teoría académica acuñada por Graham T. Allison que habla, remitiéndose a Atenas y Esparta, de la práctica inevitabilidad del enfrentamiento entre la potencia declinante y la emergente.

El laberinto de los extraviados. Occidente y sus adversarios

Amin Maalouf

Traducción de María Teresa Gallego Urrutia, Amaya García Gallego. Alianza, 2024
376 páginas. 23,50 €

Es en este contexto en el que se enmarca El laberinto de los extraviados, del escritor franco-libanés Amín Maalouf (Beirut, 1949), y cuyo subtítulo (Occidente y sus adversarios) tiene algo de irónico con tantos libros publicados en los últimos años que defienden tesis y soluciones radicalmente distintas de las suyas.

Pero, “¿de verdad lo que estamos viendo en la actualidad es el declive de Occidente?”, se pregunta Maalouf, autor de ensayos tan reconocidos como Las cruzadas vistas por los árabes (1983) o Identidades asesinas (1998) y novelas como León el Africano (1986) y La roca de Tanios (Premio Goncourt de 1993). En septiembre de 2023 fue elegido secretario perpetuo de la Academia Francesa.

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Maalouf se responde con una respuesta abierta que da una de cal y otra de arena a la principal potencia mundial: “sí, el declive es real y adquiere a veces la apariencia de una auténtica quiebra política y moral; pero todos cuantos combaten a Occidente y cuestionan su supremacía, por razones buenas o malas, se hallan en una quiebra aún más grave que la suya”.

A partir de ese análisis, Maalouf hace un repaso histórico de las tres potencias que han pujado por contestar la hegemonía occidental (y, más específicamente norteamericana) durante el siglo XX: Japón, la Unión Soviética y China. Además, esboza un recorrido por la creación y el auge como potencia de Estados Unidos.

Elaborado de forma minuciosa y convincente, con un profundo conocimiento de la historia de las ideas, su punto fuerte es la amenidad

Comienza el repaso con un momento clave de comienzos del siglo XX: la inesperada victoria del Japón Meiji sobre la Rusia zarista en 1905. Un quiebre histórico que supuso un cuestionamiento claro de la mirada orientalista con la que desde Occidente se percibía a aquellos pueblos lejanos.

La guerra ruso-japonesa dio pie a revoluciones inspiradas por su ejemplo por parte de otros pueblos que se sentían igualmente humillados. Fue el caso de los partidarios de la modernización en el mundo musulmán, que hasta entonces no habían tenido un modelo de referencia que les sirviera contra Occidente.

Comparte aquí Maalouf diagnóstico con el ensayista indio Pankaj Mishra, cuyo comentado Del fin de los imperios (Galaxia Gutenberg, 2019) hablaba de la rebelión contra Occidente del mundo árabe y de la metamorfosis de Asia precisamente a partir de aquel ejemplo primero.

El autor se centra después en la URSS, pero se cuida de que el libro no esté compuesto por una serie de capítulos estancos sin relación entre ellos. Al contrario, la urdimbre a lo largo del tiempo y del espacio de una serie de ideas, actores y referencias que se influyen entre sí está entre las grandes virtudes de este libro. No habría habido URSS sin Japón, ni China sin la URSS.

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Maalouf no aporta novedades historiográficas en su narración, cuyos puntos fuertes son la amenidad y, sobre todo, su capacidad para unir los puntos. Esa madeja de interrelaciones que fueron manifestándose aquí y allá en distintos momentos está narrada de forma minuciosa y convincente, con un profundo conocimiento de la historia de las ideas.

Su repaso de la historia de China hasta la actualidad es el más exhaustivo, por razones obvias de interés. Al fin y al cabo, es el antiguo Imperio del Centro el que hoy pugna por el puesto de primera potencia y rivaliza con unos Estados Unidos que han optado por una política mucho más dura y consciente para intentar frenar ese auge.

Tras el capítulo dedicado a Estados Unidos, el autor centra el epílogo en sus conclusiones, que son coherentes con el pensamiento expuesto en su obra ensayística previa. Se trata de la parte más previsible y menos interesante. Porque es un lugar común afirmar que, ante retos globales como el cambio climático o la revolución tecnológica, “ni los occidentales ni sus numerosos adversarios son hoy capaces de conducir a la humanidad fuera del laberinto en el que anda perdida”.

No obstante, esta mirada no es fruto del buenismo, mucho menos de la equidistancia, sino de una reflexión de calado: “Por mi observación de la Historia he aprendido que quienes basan sus conductas en un odio sistemático a Occidente suelen derivar hacia la barbarie”, escribe Maalouf, para quien ninguna potencia merece ocupar una posición tan abrumadora. No Estados Unidos, pero tampoco China y, “ni siquiera Europa unida”, porque todas “se volverían arrogantes, depredadoras [...] si se hallasen en una situación de omnipotencia, por más que fuesen portadoras de los más nobles principios”.

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Superado el paréntesis multilateral que nació de los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial, la potencia dominante y las emergentes caminan extraviadas por un sendero que, a decir del autor, solo lleva a repetir los mismos vicios y tragedias que jalonan la Historia. Es hora de una política más cooperativa y centrada en los retos que nos unen no ya como culturas, sino como especie. La pregunta que no responde Maalouf (y que tampoco era el objetivo de su ensayo) es cómo se consigue eso.