El poeta Tomás Sánchez Santiago, 'El que menos sabe' y el más desobediente
El escritor busca lo pequeño y lo humilde en su nuevo poemario, que arraiga en los márgenes de la ciudad, los lugares menos prestigiados.
15 junio, 2024 01:41El título de este nuevo poemario de Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957, aunque afincado en León hace mucho) hace pareja con el de su libro El que desordena (2006) y vuelve a definir a su protagonista, la voz que dice los poemas, como alguien que se aparta a conciencia de las zonas más estridentes o insolentes de la realidad y busca –se busca en– lo pequeño, lo humilde, los márgenes discretos y arrinconados donde poner el oído y escuchar el latido de las cosas.
Este impulso atraviesa toda su obra poética y narrativa y se vuelve explícito en sus libros de notas, como en la serie Los cuadernos pálidos que publica regularmente en la revista digital El Cuaderno.
"Soy el que menos sabe", se lee en el poema homónimo, e insiste: "También me fui de todos los lugares / donde había amos […] nunca supe negociar". O dicho de otro modo: "Vivo de preguntar". Hay en Sánchez Santiago una obsesión –una compulsión– en huir de las jerarquías al uso, de las vidas regladas por el lugar común y la obediencia debida, de las formas indistintas de la corrección y lo previsible; y el libro entero podría definirse como una larga conjugación del prefijo -des: descuido, desdoro, desolación, desamparo, desatención… pero también deslumbramiento.
Y es que hay, en estas páginas, una búsqueda no menos obsesiva por rastrear el oro entre la ganga, las flores del vertedero. El universo de El que menos sabe es el barrio, las afueras menos prestigiadas de la ciudad, los interiores domésticos y la barra del bar, los objetos gastados por el uso, y en todos ellos el poeta encuentra el brillo de lo vivo, un aura capaz de entregar su secreto a quien se para y sabe escuchar.
Estamos ante poemas extensos, morosos, de largo desarrollo, en los que el gusto por la imagen y un ojo fascinado por las materias del mundo convive con una dicción entre narrativa y conversacional, propio de quien se entrega al fluir de los recuerdos y necesita evocar con detalle la textura, el olor y la riqueza visual del pasado.
['Ningún sitio adonde ir' de Mark Strand, entre la poesía y el 'thriller' escandinavo]
Así los cinco poemas de la serie intermitente "Almanaque desconcertado", que retoman la vocación memorialística de Años de mayor cuantía para esbozar viñetas que son como hitos en la educación sentimental de su autor: el apego a la madre, la crueldad sañuda de la educación en un colegio de curas, el recuerdo de ciertas escenas familiares…
Sánchez Santiago es un poeta de enorme sensorialidad, capaz de evocar con trazos casi costumbristas los ambientes más diversos, pero hay también en él una lucidez de rayos X que trunca de raíz toda tentación elegíaca o falsamente nostálgica: "Esos hechos enclavijados en los hilos de nuestra memoria y que no se van […] como la aceleración de algunos sueños / que nos arrastran tras ellos a lugares no pedidos". Y un atrevimiento para decir las grandes palabras –amor, corazón, esperanza– sin caer en la sensiblería. Todo lo contrario.
El grueso del libro corresponde a su primera parte, "Quehacer". En la sección "acotado del ojo" se reúnen diez poemas dedicados a otros tantos artistas, desde Giacometti a Antonio Pedrero o la fotógrafa Encarna Mozas, colaboradora del poeta. Pero el libro vuelve a abrirse en su sección tercera y final, "Quieta casa ya", donde una prosa cercana al diario o el cuaderno de notas describe la limpieza y vaciamiento de la casa familiar tras la muerte de la madre.
El resultado es una elegía emocionante que va cobrando temperatura lírica hasta llegar a la constatación de un silencio radical: "Madre. Muda". Solo queda, como despedida, entonar una "nana última" y "pedirte / perdón con todos los huesos / del cuerpo en pie". Un libro sabio.
Territorio (fragmento)
[…] Mi patria, la única patria
que me importa
tiene la escasa estatura de lo inadvertido
y cabe en el relámpago de los parpadeos
pero cada día me espera su munición,
su taconazo sigiloso
para llevarme a un mundo donde aguarda
lo que sabe vivir a solas
y sin ruido,
baile de cuerpos quietos,
respeto a lo encogido, inversa explicitud
de la grandeza.