Diseño de Rubén Vique

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Letras

Las contradicciones de Conrad: entre la crítica al imperialismo y la sombra del racismo

'La guardia del alba' analiza la evolución literaria del autor, siendo cada uno de sus libros un ajuste de cuentas con la conquista occidental y la globalización.

3 agosto, 2024 01:49

Dejé de leer a Joseph Conrad en 1967. También fue el año en que publiqué Un grano de trigo, mi tercera novela, que escribí poco después de leer Bajo la mirada de Occidente de Conrad. No podía poner palabras a lo que me repugnaba, porque, a pesar del malestar, su influencia en mi obra era inconfundible y duradera.

La guardia del alba

Maya Jasanoff

Traducción de María Serrano y Francesc Pedrosa. Debate, 2024. 432 páginas. 23,90 €

Un grano de trigo supuso para mí un cambio radical: de las tramas lineales y los puntos de vista únicos de mis dos primeras novelas pasé a las voces narrativas múltiples y a los diversos espacios temporales y geográficos de mis obras posteriores. La diferencia de estilo fue la consecuencia de mi encuentro con Conrad.

La majestuosidad y musicalidad de sus frases bien estructuradas me habían emocionado tanto cuando era un joven escritor que podía curarme un ataque de bloqueo simplemente escuchando los primeros compases de la Quinta Sinfonía de Beethoven o leyendo las primeras páginas de Nostromo de Conrad. Al instante recuperaba mi magia.

No soy el único al que le pasa lo mismo. En Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, el derrotero de la historia y las dictaduras que salpican el paisaje social de la novela me recordó mucho a Nostromo, la compleja epopeya de Conrad sobre una república sudamericana imaginaria. El título de García Márquez parece incluso hacer un guiño al tomo histórico ficticio contenido en la novela de Conrad, “Cincuenta años de desgobierno”.

En su fascinante libro La guardia del alba, la catedrática de Harvard Maya Jasanoff (Boston, 1974) ofrece información detallada sobre la evolución de los libros de Conrad, explicando cómo cada uno de ellos era una especie de ajuste de cuentas con la conquista occidental y el avance de la globalización. Por ejemplo, nos enteramos de que Nostromo fue escrito mientras Conrad indagaba en las fuentes orales y escritas sobre la “liberación” de Latinoamérica, que a menudo terminaba en una dictadura respaldada por Occidente.

Mientras escribía, recibía noticias de la crisis del Canal de Panamá, un episodio de manipulación política y militar en el que Estados Unidos emergía como una nueva y astuta potencia imperial. En otras palabras, Conrad y García Márquez bebían del mismo pozo de la historia poscolonial latinoamericana.

Conrad escribió sobre los efectos del colonialismo sin ambientar nunca sus novelas en posesiones británicas

Del mismo modo, Conrad y Chinua Achebe también están conectados. Y, sin embargo, Achebe lideró la carga contra Conrad. En 1975, el novelista nigeriano pronunció una conferencia titulada “Una imagen de África: el racismo en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad”, que luego se publicó como ensayo.

Achebe se basó en las ideas del innovador crítico literario Es’kia Mphahlele, que acusaba a europeos como Conrad de describir a los africanos como sujetos pasivos de la historia, en lugar de como artífices de la misma. Achebe fue aún más lejos, calificando a Conrad de “maldito racista”. Esta perspectiva crítica se ha convertido en un acompañante inevitable de cualquier debate sobre la obra del escritor. La propia Jasanoff la utiliza para enmarcar su búsqueda de una visión más compleja de Conrad.

El ensayo de Achebe me ayudó a explicar lo que me había parecido repelente en la obra de Conrad y por qué había dejado de leerlo. En las novelas ambientadas en los confines del imperio europeo, los personajes nativos siempre parecían fundirse con su entorno, una reminiscencia de la imagen hegeliana de África como tierra de niñez aún envuelta en el oscuro manto de la noche.

Acepté todo lo que Achebe decía sobre los prejuicios de Conrad. Y, sin embargo, no podía adoptar del todo la opinión abrumadoramente negativa de Achebe sobre El corazón de las tinieblas o sobre Conrad en general.

De algún modo, el ensayo no lograba explicar lo que en otro tiempo me había atraído: la capacidad de Conrad para captar la hipocresía de la “misión civilizadora” y los intereses materiales que impulsaban los imperios capitalistas, aplastando el espíritu humano. Jasanoff no perdona a Conrad su ceguera, pero sí intenta presentar su perspectiva del mundo cambiante y convulso que recorrió, una perspectiva que sigue teniendo gran relevancia hoy en día.

En El corazón de las tinieblas, el doble literario de Conrad, Charles Marlow, habla del imperialismo como una forma de robo acompañado de violencia y asesinato con agravantes a gran escala. Las empresas coloniales se dedican sobre todo a arrebatar la tierra "a quienes tienen una tez diferente o narices un poco más chatas que las nuestras". Esto capta, en una frase, las raíces racistas del capitalismo en la esclavitud y la conquista.

Conrad también anticipó la capacidad de un sistema capitalista para desmantelar sociedades, un argumento que ilustró a través de su descripción de Holroyd, el cínico magnate estadounidense de la plata y el acero en Nostromo. Jasanoff hace un excelente trabajo tirando de todos estos hilos.

Sospecho que Achebe pasó por alto esta faceta de Conrad porque no se detuvo a considerar el carácter diabólico de Kurtz, el brillante agente ferroviario convertido en rebelde al que Marlow debe encontrar.

En El corazón de las tinieblas, la imagen final de Kurtz, el hombre de la luz y la razón, es la de él rodeado de cabezas humanas, lo que capta el horror del imperialismo y la vacuidad de la filosofía ilustrada con la que se envolvió el colonialismo. Es una escena que recuerda la comparación de Marx del progreso burgués con el ídolo pagano que bebía néctar, pero solo de los cráneos de los asesinados.

Su arte fue capaz de captar las contradicciones dentro de los imperios y la resistencia a ellos

El Congo estaba sembrado de 10 millones de cráneos, obra de buscadores de caucho y marfil civilizados para satisfacer la codicia del rey Leopoldo de Bélgica.
El Conrad que fue capaz de imaginar a Kurtz de este modo queda a menudo oscurecido por Marlow, el alter ego literario de Conrad.

En La guardia del alba, Jasanoff va tras la máscara y, como Stanley en busca de Livingstone, o Marlow en busca de Kurtz, se propone encontrar al esquivo Conrad rastreando las huellas físicas, históricas, biográficas y literarias del escritor.

Nacido Józef Teodor Konrad Korzeniowski en 1857, en una Polonia entonces bajo el yugo de la Rusia zarista y de padres entregados a la lucha por la independencia, se convierte más tarde en un viajero de los océanos vagabundo, para acabar siendo Joseph Conrad, ciudadano anglófono del más global de los imperios capitalistas europeos de la época. Jasanoff devuelve a Conrad a todos estos contextos, comprendiendo el impacto que tuvieron en sus novelas.

Por el camino, se convierte en una detective que reconstruye los incidentes grandes y pequeños que dieron forma a clásicos como Lord Jim, El corazón de las tinieblas, Bajo la mirada de Occidente y Nostromo. Nos ayuda a entender la decisión aparentemente contradictoria de Conrad de escribir sobre los efectos del imperio, pero sin ambientar nunca sus novelas en ninguna de las posesiones coloniales de su patria adoptiva, Gran Bretaña, dejando que sus intrigas se desarrollaran principalmente en colonias holandesas, belgas y españolas.

Y, sin embargo, sigue siendo uno de los nuestros, un hermano literario de Achebe. Como nos recuerda Jasanoff, Conrad y su familia fueron víctimas del imperio ruso. Achebe y los suyos fueron víctimas de un imperio occidental. Ambos escritores abrazaron el inglés; Achebe habla de él como de un don que piensa utilizar.

Jasanoff describe un incidente en el que Conrad, tras entregar el manuscrito de Bajo la mirada de Occidente, se vino abajo y estuvo delirando en polaco durante semanas. No fue el manuscrito lo que desencadenó este desplome, sino más bien una acalorada discusión con su agente en la que, como Conrad le recordó más tarde: “Me dijiste que ‘yo no hablaba inglés’ contigo”.

Puede que este Conrad viera el imperialismo a través de los ojos tanto de un nacionalista polaco desarraigado como de un miembro agradecido del Imperio Británico. Su arte, que él definía como la capacidad de hacer que los lectores oyeran, sintieran y vieran, fue capaz de captar las contradicciones dentro de los imperios y la resistencia a ellos.

Este es el Conrad que cobra vida en el magistral estudio de Jasanoff. La guardia del alba se convertirá en un compañero creativo para todos los estudiosos de su obra. Me ha hecho desear restablecer los vínculos con el Conrad cuyas frases escritas me inspiraban antaño la misma alegría que una frase musical.

© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips