'Los extrañados': las vidas de cuatro escritores inadaptados que siempre se sintieron fuera de lugar
- Jorge Freire reúne las historias, no siempre ejemplares, de Vicente Blasco Ibáñez, José Bergamín, P. G. Wodehouse y Edith Wharton para reflexionar sobre la soledad.
- Más información: Jorge Freire carga contra el "capitalismo anímico" en su libro 'La banalidad del bien'
En el capítulo sexto de El Príncipe, Maquiavelo recomienda tener bien en cuenta a los individuos ejemplares del pasado para procurar imitarlos y “hacer, pues, como los arqueros prudentes, los cuales […] apuntan mucho más alto del blanco elegido, no para alcanzar con la flecha altura semejante, sino para, con la ayuda de tan alta mira, lograr sus designios”.
En su último libro, Los extrañados, Jorge Freire (Madrid, 1985) toma cuatro ejemplos con un propósito aparentemente alejado del antiguo principio de ejemplaridad elevada e imitable, presente en Maquiavelo.
Freire dibuja cuatro retratos biográficos de cuatro escritores alienados, dislocados, raros, emboscados, desajustados, a veces exiliados y siempre sin nicho fijo. Uno de ellos, José Bergamín, incluso, se mete a abertzale siendo bastante viejo y totalmente de Madrid.
A juzgar por las informaciones de este pequeño libro, otro de los retratados, Vicente Blasco Ibáñez, debió de ser un individuo bastante absurdo, también. Entonces, ¿se trata de una antología de locatis antiejemplares? En absoluto. Estos dos, más Pelham G. Wodehouse y Edith Wharton, fueron autores justamente acreditados.
Freire cita y comenta sus admirables obras. Pero Los extrañados no los reúne por eso. La clave es que los cuatro fueron inadaptados de nota. En ese sentido específico, son exempla, modelos. Algunas de sus acciones (en particular, con la pluma) nos deslumbran y otras (en general, con la vida), no tanto: pero frente a los hitos que estos hicieron, aquí interesa más bien su persistente soledad.
Por otro lado, estas ricas narraciones se pueden leer separadamente. Son “Un chiste fuera de lugar”, el capítulo sobre el británico Wodehouse; “El arte de quedarse solo”, sobre Bergamín; “La naranja de la suerte”, sobre el valenciano Blasco; y “Emboscadura”, sobre Edith Wharton, neoyorquina finalmente autoexiliada en París. Se leen con gusto, más allá de que haya o no una tesis conductora fuerte.
Los extrañados supone una vuelta al género en el que comenzó este escritor, antes de publicar tres ensayos éticos de cierto eco. Desde 2015, Freire es biógrafo de Edith Wharton. Y el caso es que el capítulo (de título jüngeriano) consagrado a la autora de La edad de la inocencia es el que más me ha gustado. Además, creo que debería haber ido al inicio.
Freire dibuja cuatro retratos biográficos de Bergamín, Wharton, Wodehouse y Blasco Ibáñez
Escribe el autor en el prólogo: “Intrincada es la lógica del extrañamiento”. Aparte de la forma sintáctica del aserto (por la que Freire manifiesta querencia: adjetivo, verbo y lo demás), se trata de un perfecto preludio para estos momentos estelares de la desubicación congénita. A veces, en efecto, la cosa se pone intrincada. Wodehouse participó en la radio alemana durante la Segunda Guerra Mundial y esto le abocó al ostracismo. Bergamín fue muy católico y muy rojo.
Por su parte, Blasco fue un republicano furibundo, un escritor en busca del gran triunfo (que alcanzó), un duelista e incluso un fundador de colonias agrícolas en Corrientes (Argentina) y en la Patagonia. La genial Wharton deploró la civilización wasp de la Costa Este, la decoración victoriana y la existencia de su propio marido. Se recluyó en su mansión, The Mount, y pergeñó ficciones de fantasmas y de malcasadas. Y así, el biógrafo va dando cuenta de las pleamares y bajamares de sus genios.
Me ha gustado este Freire, entre el tiempo verbal presente y el pasado. Ostenta las virtudes del biógrafo capaz: ágil, documentado y comprensivo. Me parece que ha rebajado el rococó expresivo con respecto al previo ensayo, pero Los extraños sigue mostrando un estilo rico, y una cierta afición por los refranes y las frases hechas. Sus modelos no se imitan con un arco maquiavélico. Es decir, si ocurre que el lector se reconoce en ellos, es que ya pertenecía a esta problemática cuchipandi. (Y si es así, suerte camarada).