Una asesina de ancianas, una madre suicida y mucho humor negro en la primera novela de Irene Cuevas
La escritora profundiza sobre el amor, la familia y la amistad en 'Un momento de piedad y de ternura', un divertimento sobre el duelo y la supervivencia.
Decía Antonio Machado que no hay que temer a la muerte "porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos". Quizá por eso, o por la fascinación que el suicidio suscitó en numerosas escritoras del siglo pasado (Virginia Woolf, Anne Sexton, Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath...), Irene Cuevas (Madrid, 1991) debuta como narradora con Un momento de piedad y de ternura, un divertimento sobre el duelo y la supervivencia rebosante de madres suicidas y guiños metaliterarios con inesperadas cargas de profundidad sobre el amor, la familia y la amistad.
La trama arranca cuando una hija que mantiene una relación tóxica con su madre, veterana en el arte de intentar matarse y de rechazarla con réplicas llenas de ingenio y cierta maldad ("a veces me encerraba en el baño para escapar de ti"), se convierte en asesina de ancianas para pagar la carísima clínica psiquiátrica donde su progenitora está internada. Y las elimina tras convivir con ellas como empleada, con ternura, buscando la manera menos dolorosa y llevándose un recuerdo o un trofeo de su víctima/amiga, ya sea una entrañable foto de familia o un gato.
Luego, acabado el trabajo, con "el corazón tóxico y tristeza", acude al entierro donde el hijo o sobrino que la ha contratado le paga sus servicios discretamente. El penúltimo de ellos le pasa además la tarjeta de un amigo, su próximo cliente, Iván, el hijo de Lucía, que es la mujer cuyo amor lo trastorna todo hasta llegar a un inesperado desenlace.
A pesar del dramatismo del tema, los abundantes golpes de ingenio y el humor negro dan una dimensión jocosa al relato, como cuando la protagonista, tras gastar 10.000 euros en una tumba para su madre, intenta revenderla en Wallapop porque a la anciana no le gusta.
El libro, además de derrochar ingenio y réplicas agudas como dardos, es también un apasionante juego literario que ha permitido a su autora, según confiesa en un breve epilogo, "desenterrar a algunas de mis escritoras favoritas para dialogar con sus vidas, con sus muertes y con fragmentos elegidos de sus obras". Por eso no resulta difícil adivinar, por ejemplo, el fantasma de Lucia Berlin en una de las protagonistas y en su final: "La muerte cura, nos dice que perdonemos, nos recuerda que no queremos morir solos".