Paul Klee y Pierre Boulez: lo que la pintura le enseñó a la música
- Acantilado publica 'El país fértil', el libro en el que el compositor demuestra su admiración por el pintor alemán y explica lo que aprendió de él.
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Justo en la mitad del siglo XX, al principio de sus respectivas aventuras, Karlheinz Stockhausen le regaló a Pierre Boulez, su alter ego francés, un ejemplar de El pensamiento artístico, en el que Paul Klee reúne sus apuntes para las clases que dio en la Bauhaus. “Ya verá -le dijo Stockhausen-: Klee es el mejor profesor de composición”. El país fértil reúne las lecciones extraídas, efectivamente, por Boulez de los textos, bosquejos y cuadros de un pintor que, como el escritor Alejo Carpentier, llevaba un músico dentro.
De Klee aprendió Boulez que es el pensamiento compositivo el que debe suscitar el gesto y no al revés. Pone como ejemplos los despliegues gestuales de la polifonía antifonal de la Catedral de San Marcos, del gigantesco Réquiem de Berlioz y de una obra suya, Répons.
Boulez nos enseña a distinguir entre la geometría de Kandinsky, perfecta y anónima, y la de Klee, hecha a mano alzada, y por ende imperfecta y personal. Klee completa (y vivifica) cada principio geométrico con su propia transgresión y “de este combate -dice Boulez- nace la poesía”. Y afirma a continuación: “Klee me enseñó a deducir”, es decir, a desplegar todo el potencial de desarrollo que esconde cada idea musical, momento en el cual Boulez se recrea en la clarividente explicación de Klee sobre “el palo y la botella”.
Boulez meandrea en la cuestión de si emparejamos artistas o no. ¿Wagner-Balzac, Berg-Joyce, Stravinski-Picasso, Bach-Klee...?, pero su rumbo recobra firmeza en un asunto clave. Un cuadro, por existir en el espacio, se nos ofrece de golpe y completo. Una sonata, sin embargo, por estar incrustada en el tiempo, solo la oímos en sucesivos instantes ranura y no descubrimos su estructura más que al final de la interpretación.
Pero el músico docto, el compositor, goza de una ventaja formidable sobre el oyente lego: puede percibir la música en el papel, a la velocidad que desee, retrocediendo o avanzando a voluntad. Esta desigualdad no existe en el arte plástico y explica en parte la desorientación del oyente ante algunas músicas complejas.
“Klee me enseñó a deducir”, dice Boulez. Es decir, a desplegar
el potencial de desarrollo de cada idea musical
Tras algunas lecciones más, el libro vuelve a su origen, a las dos maravillosas acuarelas (Monumento en la frontera del país fértil y Monumento en el país fértil) que Klee pintó en 1929, a la vuelta de su viaje a Egipto. Son miradas desde las montañas del Valle de los Reyes a la vega feraz. Es la entrada, en dos etapas, a una geometría fructífera.
Por parte de Boulez, el descubrimiento de estos dos cuadros coincidió con su estudio de los Modos de valores e intensidades de Olivier Messiaen y la composición de sus propias Estructuras para dos pianos, que son los dos primeros frutos del pensamiento musical enteramente serializado.
El anexo con manuscritos, bocetos y cuadros de Klee, enfrentados a veces a las partituras con las que el autor los considera relacionados, ocupa tantas páginas como el texto principal. Se agradece la precisión y el cuidado de la traducción de José María Sánchez-Verdú que, además de compositor, es experto en artes plásticas.