'Los rostros que tengo', la obra póstuma de Nélida Piñon, una escritora infatigable
- La última novela de la autora, fallecida en 2022, reflexiona sobre su Brasil natal, su infancia y su familia, resumiendo su actitud vital y profesional.
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En los últimos años de su vida, a Nélida Piñon (Río de Janeiro, 1937 - Lisboa, 2022) la acompañaba una energía poco común en alguien tan adentrado en la vejez. Viajaba con aparente normalidad entre continentes, dictaba cursos y conferencias, presidía homenajes y asistía a congresos en los que participaba con la misma ilusión de una autora novel que tratara de mimar a sus lectores.
Incluso continuaba escribiendo, como atestiguan La épica del corazón (2017), Una furtiva lágrima (2019) o Un día llegaré a Sagres (2021), su última novela. Además, cultivaba el arte de la amistad a este lado del Atlántico, donde tenía buenos aliados que la acogían y la cuidaban con cariño.
Nélida fue una escritora comprometida con su carrera y muy consciente de su papel en un mundo eminentemente masculino que no siempre supo o quiso valorarla. Por eso estaba orgullosa de haber sido la primera mujer en presidir la Academia Brasileña de las Letras, de sus premios (le concedieron los más importantes, entre ellos el Príncipe de Asturias) y de sus numerosas creaciones.
Con una personalidad como la suya, no resulta extraño que apurase tanto el oficio, a pesar de los problemas de salud, y que la muerte la sorprendiera con un bolígrafo en la mano. Los rostros que tengo, su obra póstuma, es un trabajo que resume bien la actitud vital y profesional de esta brasileña infatigable.
Enmarcada en los géneros fragmentarios que tanto había cultivado dentro de un ámbito no ficcional (lo atestiguan ensayos como Aprendiz de Homero [2008], Corazón andariego [2009], Libro de horas [2013] o los dos citados anteriormente), esta publicación recoge su ideario.
En el prefacio que la antecede, Rodrigo Lacerda se refiere a tres temas fundamentales que se abordan en ella: el origen gallego de Nélida y su vínculo con la cultura española, su relación con la literatura y la proximidad de la muerte en equilibrio con la vida. A mi juicio, este último es el leitmotiv del libro y aquello que lo caracteriza de forma específica por su omnipresencia y por la profundidad del pensamiento que trasluce.
Piñon se demora en la amistad con clarice lispector y reflexiona con franqueza sobre brasil y la familia
También, y creo que muy significativamente, porque refleja a una autora casi despojada de sus máscaras –que las tenía–, completamente desvelada en algunos pasajes. De ahí que Los rostros que tengo muestre la imagen de una Nélida muy humana, que utiliza una retórica más sencilla (según propugnaba Horacio), como si tuviera un inmenso deseo de hacerse entender para ser comprendida y comprenderse, de manifestarse como ser humano con sus debilidades y sus imperfecciones.
Lo hace con una sinceridad que la ennoblece porque muestra el rostro más genuino entre todos los que exhibió en su larga trayectoria. En el texto leemos frases que nos conmueven porque carecen de disimulo: “me da igual cómo me vean, me vale con cómo me miro en el espejo”; “ningún libro me ha revelado la clave para reclamar la felicidad, la paz que necesito”; “[t]engo miedos. […] no estoy lo bastante preparada para sufrir, para morir con dignidad”; “soy dueña de un cuerpo cuyos impulsos, a menudo mezquinos, me tornan indiferente al destino ajeno”; “[a] cierta edad ya hemos perdido la ilusión”… Y así, ad infinitum.
En esta entrega, muy bien traducida por Roser Vilagrassa, Nélida explica el sentido de algunos de sus trabajos; se demora en la amistad con Clarice Lispector (son varios los capítulos que le dedica), lo que prueba la trascendencia de la novelista en su vida; realiza enjundiosas consideraciones a propósito de la creación poética; y reflexiona con franqueza sobre materias comprometidas como Brasil, su infancia o la familia. Una lectura llena de alicientes.