Los cuentos completos de Joseph Roth: la leyenda del santo narrador (y bebedor)
- Páginas de Espuma publica las narraciones del escritor, con una magnífica traducción de Alberto Gordo, que incluye cuentos inéditos en castellano.
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Los cuentos de Joseph Roth (Brody, Ucrania, 1894-París, 1939) “dibujan el rostro de su época”. Aunque el escritor austrohúngaro de origen judío utilizó esa expresión para describir sus artículos de prensa, también puede aplicarse a sus relatos. Su pluma capta el color, el aroma, la densidad de su tiempo, mostrando el clima que se respiraba en la Europa de entreguerras.
Páginas de Espuma publica las 19 narraciones que escribió Roth con una magnífica traducción de Alberto Gordo. El volumen incluye cuentos inéditos en castellano y tres jugosos apéndices: una carta donde Roth expone su concepto del periodismo, un colorido reportaje sobre un viaje por Galitzia y una nota sobre el suicidio de un inválido de guerra.
“La leyenda del santo bebedor” es la pieza más notable del conjunto. Roth nos refiere la historia de Andreas Kartak, un vagabundo al que un desconocido entrega 200 francos para que los deposite en la iglesia de Sainte-Marie des Batignolles, donde hay una capilla con una estatuilla de Teresita de Lisieux. Andreas se compromete a cumplir el encargo, pero no logra sustraerse a las distracciones que surgen a su paso: alcohol, mujeres, un timador.
El dinero aparece y desaparece en su cartera, sugiriendo que la providencia interviene para ayudarle a cumplir su promesa. Sin embargo, las tabernas y las meretrices frustran sus buenas intenciones. Precisa, elegante, conmovedora, “La leyenda del santo bebedor” muestra un inequívoco parentesco con El paseo, de Robert Walser.
Los protagonistas son criaturas desdichadas con la inocencia de esos espíritus sencillos exaltados por las bienaventuranzas. No hay un ápice de maldad en su voluntad, pero el mundo contamina sus buenas intenciones y acaba escupiéndolos a los márgenes de la historia.
Los cuentos de Roth no están escritos desde la fe, pero desprenden una resonancia bíblica. “El alumno aventajado” evidencia que la ambición material siempre desemboca en el vacío moral. El arribista Anton Wanzl desconoce la paz interior. Solo esboza una sonrisa después de muerto, cuando su lápida le honra por su supuesta integridad.
Es inevitable pensar que los personajes de Joseph Roth (Alcohólico, sablista y desgraciado) son autorretratos
La mueca del difunto corrobora la máxima del duque de La Rochefoucauld: “la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. “Barbara” alberga una moraleja no menos amarga. El amor ciego a los hijos puede ser tan dañino como el frío desapego.
“Mendel, el aguador” tampoco transige con la esperanza. Un anciano judío lucha por sobrevivir en un mundo devastado por la Gran Guerra. Su profesión se ha quedado descolgada de la historia y le plantea un reto inasumible: renunciar a su identidad y a sus creencias para poder sobrevivir. Es inevitable pensar que los personajes de Roth son autorretratos. Alcohólico, sablista y desgraciado, su mujer se volvió loca y fue recluida en un sanatorio. Mantuvo una estrecha amistad con Stefan Zweig.
Al comentar el fin de Kartak, Roth escribe: “¡Qué Dios nos dé a todos los bebedores una muerte tan rápida y hermosa!”. Su deseo se cumplió. A los 44 años su vida se extinguió en un hospital por culpa del alcoholismo. Para muchos, Roth ha pasado a la posteridad como un gran escritor y un santo bebedor.